Entre Pecho y Espada
Dulcinea del Toboso, Jr.
Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Antonio Machado
Non fuyades, cobardes y viles criaturas,
que un solo caballero es el que os acomete.
Miguel de Cervantes
Señores Gallardones:
Me dirijo a todos ustedes a la vez: al fiscal, al concejal, al diputado, al vicepresidente, al presidente, al portavoz, al alcalde y al ministro. Me dirijo a todos aunque no me cabe duda de que son distintos, animados por diversas motivaciones y empeñados en retos de diferente índole. Ustedes acaparan altos cargos, desempeñan difíciles funciones, toman complejas decisiones y acumulan en ustedes mismos los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Desde el pueblo llano desconocemos la razón, o razones, que llevan a los Señores Gallardones a aceptar semejantes cuotas de hiperactividad. Desde luego, no padecen ustedes de aburrimiento.
Si nos atenemos a que hay dos Españas, una que bosteza y otra que sufre herida de muerte, como ya apuntara Machado (acostumbrado a vérselas con la oligarquía y el caciquismo rancio); habría que derivar que si ustedes no pertenecen a la España que bosteza -eso es evidente-, pertenecerán entonces a la que sufre. El pueblo no comprendería, de lo contrario, que los Señores Gallardones, todos ellos tan iguales (con ligeras variaciones en el peinado o en las gafas) se opusieran de manera tan acérrima a que España descanse, a que disfrute de los derechos que se gana, a que tome sus decisiones de acuerdo con la lógica contemporánea internacional. ¿Y si se aburre España? ¿Y si bosteza toda? Mucho mejor que sufra “sin queja del dolor de herida alguna”, como los valerosos Gallardones andantes. Mejor que llore, corean muchos que sí comprenden a los hidalgos sadomasoquistas de nuestra triste historia, que sí los votan y los aclaman y azuzan su gallarda espada contra gigantes imaginarios. Que sufran las mujeres reales, cuanto más mejor. Que se vulneren sus derechos, que se desconfíe de su madurez, que corran riesgos las más pobres, que los especialistas las repudien, que se les pongan barreras administrativas, que se quebrante su intimidad, que se aguanten, que se angustien, que se contravenga el Convenio Europeo para la protección de los derechos fundamentales, que nos parezcamos a Irlanda y Polonia –países sufridores hermanos-, que sufra la sociedad científica y médica, que se rompan la crisma los foros internacionales pro derechos humanos, que aumenten los procedimientos peligrosos, inseguros, clandestinos e ilegales. Volvamos atrás, a la cola de Europa, a la base de la montaña, a la oligarquía y el caciquismo rancio que ya angustiara a Machado; regresemos “a la época precaria para los derechos de las mujeres…” (Jezerca Tigani).
Los Gallardones saben lo que hay que hacer y lo que no, puesto que tienen el don de la ubicuidad y la buena costumbre de sufrir por tanto abarcar y luego comprimir en un solo caballero lanza en ristre.
“En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vio, dijo a su escudero: la ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla, y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra. ¿Qué gigantes? dijo Sancho Panza.”
Y así, de este modo, bien acertaremos a comprender la misteriosa razón de semejante celo. Suframos entonces todos, y todas, camino del puerto Lápice.
Ángela Mallén