De naturaleza cachonda, con la acreditada reputación que me precede, sale a flote mi inhóspita actitud revolucionaria y beligerante. Con gracejo, hiel y guirigay, sin sacar demasiado el entuerto de contexto. La cuestión es que la semana pasada se me ocurrió mentir. Piadosa, no desaprensiva. Pero claro, tanto va la mentira a la escuela, que al final, aprende. Y el desfile de falaces maestros cum laude que me ha rondado el pupitre, terminó por enseñarme el arte del engaño. Y como no aprendo bien lo que no tolero, desmiento lo que miento.
Se me ocurrió escribir a todo el mundo para anunciar que me van a publicar un libro. ¡Y un cojón de pato! Catetrola. Porque yo, escribir, escribo bien, que no me falta una “v” ni una “b” ricas en ácido lipídico (que anda mucho ágrafo suelto). Pero una cosa es eso, y otra, publicar un libro. Que no, que no. Que lo que tiene el barómetro de reacciones humanoides variopintas que provoca la mentira, no se paga con caseína ni lactoalbúmina (v. leche). Veamos, tampoco es que se lo dijera a todo el mundo. Sólo a unos cuantos. Psicológicamente, te lo juro por Juana La Loca y Felipe el Hermoso, es un método concienzudo, genuino y excepcional, con el que emitir un juicio de valor del prójimo para contigo. Por ejemplo, pongamos por caso que seleccioné a 200 personas para decirles que me iban a publicar un libro, y pongamos que 100 de ellas me respondieron con felicitaciones. De esas 100, pongamos que 50 son escuetas y responden al perfil al que habitualmente no interesas un carajo, porque nunca te ha felicitado por ninguno de los escritos que vienes enviándole periódicamente desde hace un año, y no alcanzas a entender por qué mojón lo hace ahora. Pero como es escueta, aceptas congruencia. Las otras 50 son efusivas felicitaciones de un párrafo, de las cuales 25 responden a un perfil de sospechosa y extraña locuacidad de quienes no parecen haber demostrado tampoco jamás interés alguno en tus letras, y 25 se revelan con un aparente entusiasmo sincero ante la buena nueva literaria que te concierne. De las 100 restantes, otras 50 no han dado señales de fuego ni de arma blanca, lo que se corresponde coherentemente con esas 50 personas a quienes se la refanfinfla si vas a publicar un libro o te vas a casar con Nacho Vidal, porque nunca te han leído, nunca te van a leer, y se la trae al pairo el tamaño del pirulo de tu futuro consorte. De las 50 que quedan, 25 son al teléfono, con lealtad y cariño, y las otras 25 se jactan de haberte iniciado, aconsejado y guiado en el arte literario (camino que emprendiste en clarividencia), y añaden postdata del tipo: “¿me vas a incluir en el apartado de agradecimientos?”. Si no estás ya rezumante de flipe, te falta un pellizco.
Eso tienen “las gentes”. Que les escribes para una consulta, y no responden. Al cabo de un mes vuelves a escribir y preguntas si han leído tu consulta del mes anterior, y 2 semanas más tarde, contestan diciendo que sienten el retardo, que sólo pasan “fugazmente” por Facebook. Pero tú les has enviado un correo electrónico. Si algo tiene una red social, es que te delata en menos que canta un pollo. Los “paseos fugaces” son de 3 o 4 “Me gusta” en páginas de interés personal (o no, o te importan una mierda, pero el caso es pulsar “Me gusta”), y otras gilipolleces parecidas. Pero si tienes un mensaje, no lo abras, no te vaya a llevar tiempo leerlo, y llegues tarde al curso de cómo hacer “crêpes de mortadela al ajillo”.
Hay quien no responde nunca en la vida. Ni en esta, ni en otra. Sencillamente, no responde. Ni al saludo, ni al “¿cómo estás de lo tuyo?” (que lo tuyo puede ser un catarro, un dedo roto, un despido laboral o un ataque de cuernos). Es igual, la magnitud del problema no relativiza tu interés, y el susodicho pasa un huevo de la pregunta. Suelo felicitar a un conocido por los logros que difunde en su perfil social, y no responde nada. Afásico. Desde hace 3 años. Y el mes pasado me escribió para decirme que me aprecia mucho. Y yo pienso que soy gilipollas y no lo pillo, y que debo de tener un coeficiente intelectual inferior a la media. ¡Por eso no me van a publicar un libro, cojones! Porque no llego. A veces, no sabes si se han caído por el hueco del WC y se les ha ocurrido la idea del condensador de fluzo. Pienso en ello muchas veces, cuando alguien me llama para preguntarme si aún conservo la misma dirección de correo de hace años, que quiere enviarme algo. Que soy gilipollas, que debería haberle explicado que le escribo una vez al mes. Hay quien sólo abre el correo a las 8h de la mañana, y cualquier información que le envíes pasadas las 8’30h, ya no la lee hasta las 8h de la mañana del día siguiente. Y eso va a misa en su santo planning diario. Pero la red social la tiene abierta a tutiplén las 24h. Parece el tío de emergencias. Por si hay que pulsar un “Me gusta”. Que soy gilipollas.
Te envían un powerpoint que les hace puta gracia. Cómo aterriza un Boeing 747 en una playa. Pero nunca te saludan ni te preguntan nada. A lo mejor te has cortado las venas, o te has serrado un brazo el mes pasado, y tu correo sigue recibiendo y acumulando videos de choteo político, contenido reaccionario y caleidoscopio nacional. Porque la gente no se entera un petardo de cómo te va, pero te tiene en cuenta para esas chuminadas. Que tienes que andar ejerciendo de secretaria personal todo el tiempo, y recordarles fechas y compromisos que deberían tener en agenda propia, y no esperar a que les recuerdes tú, porque, entre otras cosas, tú no trabajas para ellos, y te agarra complejo de señorita Topisto. Que se pasan la vida en red social emanando felicidad espiritual con paroxismo amatorio, en defensa del lado humano de las cosas. Psicología y terapia en dispersión, para que pulses el omnipresente “Me gusta”. Instantáneas de baby’s con carantoñas, chascarrillos, Buda y la Diosa que los parió a todos. Y nunca nadie te pregunta cómo está tu brazo serrado, o tus venas cortadas. O tú, si estás entera y tienes todos los dedos. Tú eres mosca cojonera (a mucha honra) y no mereces un “Me gusta”. ¡Qué libro ni qué pichula! A mí qué me van a publicar, si no llego… Pero me apetece dar las gracias (de verdad) y en orden de franqueza y prioridad a: el gran y polifacético Hernán Migoya (www.hernanmigoya.com), Judith Priay (judith-priay.blogspot.com/) y Josep Fita (LaVanguardia.com). Sobre todo y ante todo, a Hernán Migoya.
P.D.: Por si no quedaba claro: NO, no me van a publicar ningún compendio de relatos. A ver si este puto mes lo lees, y la semana que viene no me preguntas cómo va la edición del libro ;-)