Ya estamos en febrero, así que dime: ¿has cumplido alguno de tus buenos propósitos para el nuevo año? ¿Aún sigues intentándolo, a estas alturas?
Pues déjalo ya, tanta testarudez es una lata.
¿Yo? A mí que me registren. Ni hablar, jamás los cumplo, faltaría más.
Me parece que hacer buenos propósitos es una forma de pornografía moral.
Elaboramos listas para conseguir convertirnos en otra persona. El tipo que actualiza el blog con mucha frecuencia; el que no se pasa horas jugando al ajedrez en lugar de trabajar; el que se hace la cama todos los días.
Al hacer esas listas de buenos propósitos de enmienda, contemplamos, bastante excitados, la silueta de la persona en la que queremos convertirnos.
Pura pornografía.
Es igual que excitarse viendo el póster de la playmate desnuda.
Con una intempestiva erección moral, desplegamos el póster de esa otra persona mejor de lo que somos y nos entregamos al onanismo ético, que nos proporciona un placer culpable y titubeante, casi siempre desolador.
En realidad, ¿quién quiere casarse con esa zorra del póster central?
Nadie. Nadie en su sano juicio.
O peor todavía: sólo los millonarios excéntricos y ancianos.
Pervertidos, sin ninguna duda.
¿Y quién quiere en realidad convertirse en ese hombre bueno que uno se imagina que podría ser?
Nadie, que Dios no lo permita. ¿Un tipo que no se enfada por tonterías, alguien que sabe controlarse y no bebe más de la cuenta, el que levanta la tapa del váter para no salpicar al hacer pis?
Sí, hombre, ¡hasta ahí podía llegar!
¡Por favor! ¡Nadie quiere transformarse en un madelman!
Así que los buenos propósitos sólo valen para hacerse consoladoras pajas morales, tan tristes como las que se hacen con la mano.
Cumplirlos sería tan abyecto, tan insensato, como hacerse pajas con la foto de una actriz porno y luego pedirla en matrimonio.
¿En qué cabeza cabe?
¿Cambiar? Qué tontería. De esta argamasa estamos hechos y con esto tendremos que hacer lo que podamos.
Como decía Byron en su Don Juan: “Good workmen never quarrel with their tools“. Los buenos trabajadores no se pelean con sus herramientas.
El mal carácter, la imposibilidad de no tomarse la siguiente, la facilidad para encontrar excusas y no trabajar: ésas son nuestras herramientas.
No hay que pelearse con ellas, sino aprender a usarlas bien.
Es de idiotas reclamar un buen destornillador, en lugar de atornillar con el que tienes.
Y claro que no está mal, al menos una vez al año, hacerse una paja moral mirando imágenes pornográficas de esa otra persona que seríamos nosotros si nos pasaran a limpio.
Otra cosa muy distinta es creérselo y pedir la mano de la chica del mes de Playboy.
No te pelees con tus debilidades: aprende a utilizarlas.