Una Renuncia cada Setecientos Años
Joaquín Lloréns
Ahora lo “políticamente correcto”, que es algo que me da tanto asco como los “correctos políticos”, considera que las instituciones religiosas occidentales –el cristianismo, en fin- son algo perverso, pederástico, e intransigente (no como el judaísmo, el mahometanismo, …). Por ello, la renuncia de Benedicto XVI se tiende a explicar en los medios como una versión barata de “Ángeles o demonios” de Dan Brown. Y sin embargo, el hecho es la segunda vez que ocurre en los más de dos mil años que el cristianismo existe. Soy de los que piensa que detrás de ese hecho –intrascendente para el amoral, el hipócrita, el banal, el especulador… hombre del siglo XXI- se esconde algo que va más allá de lo que nuestras limitadas percepciones ven.
Por si a alguien puede servirle la experiencia del pasado, que tiende a repetirse en lo prosaico, le adjunto los dos capítulos de mi novela “Crímenes de lesa majestad” –quinta y última entrega de la investigadora licenciosa, Beatriz Segura- en los que relato las circunstancias de la renuncia de Celestino V y los avatares de su sucesor, el denostado, Bonifacio VIII.
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...
- Resulta que Benedicto Gaetani, que era el nombre por el que fue bautizado Bonifacio VIII, y que tenía orígenes españoles por parte de su padre, nació en esa ciudad. Pues verás... Este Papa fue un poco especial. Su breve pontificado fue extremadamente convulso y sufrió quizás el primer caso de agitprop en su contra que se ha dado en Occidente. Por lo visto, era uno de los mejores juristas de su época y, ya su elección, fue singular. A la muerte del papa Nicolás IV, los once electores que tenían que elegir su sucesor, estaban divididos en dos bandos enfrentados, y durante dos años fueron incapaces de llegar a un consenso. La mala publicidad que le ha perseguido históricamente afirma que él se mantuvo al margen, con la esperanza de ser elegido como candidato de compromiso. En un momento dado, por lo visto, afirmó haber recibido una misiva inflamada de un anciano eremita con fama de santo, llamado Pedro Morone, en el que exigía que los cardenales dejaran de disputar y dieran un Papa a la Iglesia acéfala. Los enemigos de Benedicto VIII luego dirían que Gaetano se inventó dicha carta a fin de que le eligieran. El caso es que el deán, en vez de proponer a Gaetano, propuso al propio eremita, quien fue elegido Papa. Fueron a la montaña donde vivía el eremita. Cuando lo encontraron, macilento, descarnado y sucio, se pusieron de rodillas y, tras informarle de su elección, éste aceptó y fue con ellos a Roma, donde tomó el nombre de Celestino V.
- Parece un cuento.
- Pues es sólo la mitad. A su edad no iba a cambiar, así que comía un mendrugo y bebía sólo agua; todo en soledad. Viajaba a lomos de un asno, como Jesús. Profundamente molesto con el comportamiento licencioso de Roma, se estableció en Nápoles y comenzó a entregar las posesiones de la Iglesia a los monjes pobres.
- Vamos, que hizo lo que los contrarios a la Iglesia siempre han preconizado que ésta debería hacer.
- Sí, pero a los cardenales y al estamento eclesiástico le entró pánico de que arruinara a la Iglesia. Su comportamiento, tan opuesto al de aquellos ostentosos romanos, debía parecerles el de un auténtico demente. Los enemigos de Gaetano cuentan que éste perforó un hueco en la pared de la estancia del Papa y que durante varias noches le susurró: “Celestino, Celestino, renuncia al puesto. Es una carga demasiado pesada para ti”. No obstante, según la versión oficial de la Iglesia, Gaetano intentó disuadirlo, o al menos que declarase la legalidad de la renuncia papal y la competencia del Colegio de Cardenales para recibirla.
- No sabía que los Papas pudieran renunciar al pontificado.
- De hecho, ha sido el único caso en la Historia: el gran rifuto es como lo define la Iglesia. En cuanto a la leyenda de maldito, se debe, en especial, a Dante, quien también contribuyó sobremanera a la mala fama de su sucesor, Bonifacio VIII, a quien sepultó en el octavo círculo del infierno en su archiconocida Divina Comedia. No se ha hecho mucha publicidad de la rehabilitación del Papa eremita por parte de nuestro Benedicto XVI, quien, cuando fue a L’Aquila en 2009, tras el terrible terremoto que asoló esa parte de Italia, fue a visitar la tumba de Celestino V y le donó el palio, la banda que se coloca sobre los hombros y con el que empezó su pontificado, lo que se interpretó como una rehabilitación. Incluso hubo hipótesis sobre una posible renuncia también de Benedicto XVI.
- Ahí hay para una buena novela.
- ¡Y tanto! A lo que iba. El caso es que quince semanas después de su elección, Celestino V, convocó a los cardenales, les rogó que mandaran sus amantes a un convento de monjas y que vivieran en la pobreza como Jesús, abdicó, se cambió los atavíos pontificios por su áspero sayo de eremita y se fue.
- ¡Pues sí que duró poco!
- En efecto. Tampoco te creas que Gaetano duró demasiado. Sus enemigos contaban que Celestino V, dirigiéndose a él, le lanzó la frase “Intrabis ut vulpes, regnabis ut leo et morieris ut canis”, que quiere decir: “Brincáis como un zorro sobre el trono, reinaréis como un león, moriréis como un perro”. El caso es que Gaetano consiguió, en diciembre de 1.294, ser ungido Papa bajo el nombre de Bonifacio VIII.
- La verdad es que suena como si ese Celestino V hubiera sido uno de los pocos Papas genuinos, al menos en lo que se refiere a seguir el ejemplo de pobreza de Cristo. A mucho nos parece que es indignante la acumulación de riquezas por parte de la Iglesia; especialmente la Católica.
- No te precipites en tus juicios –me aconsejó-. Piensa que, por otro lado, si los tesoros artísticos se han conservado en Occidente, ha sido en gran parte gracias a la Iglesia. Durante la alta Edad Media, si hubo algo de arte y se conservó, fue exclusivamente gracias a la Iglesia.
- Puede ser, pero creo que la opinión general es que exageraron en su afán de “preservar” la riqueza. Por otro lado, esta intrigante historial papal me está haciendo el viaje muy corto, pero, ¿qué tiene que ver con nuestro asunto?
- ¡Qué impaciente es la juventud! –exclamó con fingida exasperación-. Espera un poco, Beatriz, que enseguida llegamos.
- Pues adelante. –Le animo.
- Como te decía, al final eligieron a Bonifacio VIII. Debido a las peculiares circunstancias de su nombramiento, Bonifacio fue acusado por sus detractores, de simonía.
- ¿Simonía? ¿Qué es eso?
- Es la compra o venta de lo espiritual, como cargos eclesiásticos, sacramentos, etcétera, por medio de bienes materiales. En el caso que nos ocupa, sería el haber accedido al pontificado mediante medios no puramente espirituales, sino a través de argucias. El nombre –aclaró- viene de Simón el Mago, quien quiso comprarle al apóstol Simón Pedro su poder para hacer milagros y conferir, como ellos, el poder del Espíritu Santo. ¿Te acuerdas de una serie que se titulaba El Santo?
- No, pero creo que había una película de igual nombre cuyo protagonista era Val Kilmer, quien, por cierto, estaba buenísimo en esa época.
- Sí, creo que es el mismo personaje. Aunque el apodo era “El Santo”, su nombre, aunque falso, era Simón Templar, que venía de ese mismo Simón el Mago.
- ¡Caramba, Damián! ¿Has hecho una tesina sobre el tema?
- Ja, ja. ¡Qué va! Es que con los años que llevo a mis espaldas, he visto y leído ya mucho. Como dicen: “Más sabe el diablo por viejo que por diablo”. Volviendo al tema, Bonifacio, por lo visto, era un personaje bastante especial. De hecho, una especie de antítesis de su antecesor, Celestino V. Frente a la simpleza de espíritu de éste, Bonifacio, como te he dicho, estaba reputado como uno de los grandes juristas de su época y su carácter era excesivo en todo. Frente al estricto ascetismo de Celestino, Bonifacio era un Papa amante del boato, que vestías atuendos fastuosos, enjoyado hasta la exageración; de gran estatura, más de uno ochenta, y un carácter mordaz con los que tenían algún defecto físico o eran inferiores intelectualmente. Las misas, sin embargo, las celebraba con gran fervor, incluso derramando lágrimas por Jesucristo.
- Pues sí. Eran la noche y el día. ¡Cielos y ahora comienza a nevar! –Habíamos cruzado hacía un rato la frontera de Francia y, mientras el viento parecía haberse calmado un tanto, el día se había oscurecido lo suficiente para que todos los vehículos hubiéramos encendido las luces de cruce. Y, de pronto, había comenzado a caer unos copos grandes y pesados-. Espero que no cuaje –pedí en voz alta-. No tengo cadenas. Disculpa la interrupción. Continúa.
- Como te decía –prosiguió tranquilamente Damián-, en lo que nos afecta a nosotros, a Bonifacio VIII le tocó vivir una época de cambios y el fue con los ojos bien abiertos hacia una catástrofe; el hombre no puede hacer otra cosa, como diría Genazino. Durante siglos, la Iglesia de Roma había sido el árbitro indiscutible en las disputas entre los reinos europeos. El Papa, representante de Dios en la tierra, ponía y quitaba reyes, ya que el reinado se consideraba que era de Dios y que éste lo cedía en infeudación. Si se daba un conflicto, era el Papa quien lo dirimía y tomaba las decisiones. Pero en la época de tu querido Jaime II de Mallorca, los reyes habían asumido mucho poder y entrábamos en las monarquías absolutas. Cuando fue elegido Papa, Europa estaba convulsionada por enfrentamientos. Por un lado estaban los internos de la Iglesia, destacando los originados por los Espiritualistas o Fraticelli y los Celestinos, seguidores del anterior Papa, pero no tan candorosos como él. Para evitar el Cisma que se avecinaba, Bonifacio mandó que Celestino fuera llevado a Roma y puesto bajo custodia del abad de Monte Casino. Pero durante el trayecto, Celestino escapó y regresó a su eremitorio. Prendido de nuevo, volvió escapar y se embarcó hacia Dalmacia. En esta ocasión, como si fuera deseo divino, una tormenta lo arrojó en la costa de Vieste donde fue apresado una vez más. Según los católicos, esa detención fue una simple medida de prudencia, pero fue sometido a un tratamiento riguroso para el, en aquel entonces, anciano de ochenta años. Ese tratamiento, aunque no está claro quién fue el responsable, no será fácilmente perdonado. El caso es que falleció diez meses después y la mala prensa que, como te iré detallando, se desplegó contra Bonifacio, tuvo en este hecho uno de sus puntales. Incluso se llegó a murmurar que Gaetano lo mató metiéndole un clavo en la cabeza.
- Vamos, que no era un Papa al estilo Juan Pablo II.
- Para nada. En lo político, su pontificado marcó en la historia el inicio del declive del poder absoluto y la gloria medieval del papado. Al comienzo de su papado se produjo, aunque de rebote, la recuperación de Jaime II de Mallorca de las Islas Baleares.
- En el tratado de Anagni, ¿no? –pregunté con entusiasmo de alumna aplicado.
- Así es –contestó con un tono en el que se adivinaba la sonrisa-. En el mismo se dirimió principalmente el asunto de Sicilia.
- Sí, algo he leído al respecto. Pero, ¿de qué se trataba en concreto?
- Era una historia que involucraba a los herederos de Jaime I. Alfonso III, hijo de Pedro III, acababa de morir, y su hijo mayor, Jaime II de Aragón, acababa de ascender al trono. Éste era el que, aún como infante y poco antes de la muerte de su padre, había llevado a cabo la invasión de Mallorca expulsando a Jaime II de Mallorca y aprovechando, de paso, para conquistar definitivamente Menorca. Más al Este, y desde tiempo atrás, dos rivales reclamaban la isla de Sicilia. De un lado Carlos II, Rey de Nápoles, en base a los derechos de su padre Carlos de Anjou, que los había recibido de otro Papa, Clemente IV, pues era un feudo más de la Santa Sede. De otro, Jaime II de Aragón, por ser nieto por la rama materna, de Manfredo, Rey de la isla hasta 1266 y enemigo del Papa en ese momento, Urbano IV. Por lo visto, los habitantes de la isla, que aborrecían a los franceses, representados por Carlos II, coronaron a Jaime II de Aragón, Rey de Sicilia en Palermo en 1286. De hecho, Jaime II, al igual que su padre Alfonso III, había sido excomulgado hasta que el Reino de Sicilia volviera a manos de la Santa Sede. La excomunión no era un asunto baladí; significaba que cualquier noble podía pasarse al bando contrario sin que se le pudiera echar en cara la felonía. Y los aragoneses no salían de una guerra para entrar en otra. Además, el Papa quitaba a los herederos el Reino de Aragón. La controversia se zanjó en Anagni, el 21 de junio de 1295, donde se establecieron varios acuerdos de suma importancia. El Reino de Sicilia volvía a manos de la Santa Sede, pero Federico, el hermano menor de Jaime II, al que éste había nombrado gobernador de Sicilia cuando él fue nombrado Rey de Aragón, no quiso devolverlo, ya que los habitantes, al enterarse del acuerdo, afirmaron la independencia y ofrecieron a Federico la corona. Federico fue ahora excomulgado, así que Jaime II de Aragón, su hermano, como Capitán General de la Iglesia, no tuvo más remedio que ayudar al otro pretendiente, Carlos II, a recuperarla. Finalmente Carlos II entregó a Federico a su hija Blanca en matrimonio, con lo que éste mantuvo el gobierno de la isla hasta su muerte, en cuyo momento, debía ser revertida a Carlos II, su suegro.
- ¡Joder! Y lo de Falcon Crest parecía rebuscado. Esto sí que da para una serie de varias temporadas. Se parece más a la serie aquella de “Enredo”.
La nieve había empezado a cuajar desde unos kilómetros atrás, así que me había situado detrás de un camión grande y seguía las rodadas que sus ruedas dejaban sobre la nieve, evitando que nuestro coche derrapase. Por fortuna, la fuerza de la nevada había disminuido, así que, aunque algo más lentos por ir detrás del camión, tenía la esperanza de que pudiéramos llegar a nuestro destino sin ningún percance.
- Sí –afirmó Damián, quien parecía no darse cuenta de lo delicado de la conducción-. La fama se la llevan unos, como los Borgia, pero la lana la cardan otros, como estás viendo. Además, es comprensible la preferencia de Bonifacio por Carlos II. No hay que olvidar que, cuando fue investido, Carlos II de Nápoles y su hijo Carlos Martel, Rey titular y pretendiente de Hungría, fueron los que personalmente llevaron las riendas del palafrén papal y, más tarde, con sus coronas en la cabeza, sirvieron los primeros platos al nuevo Papa en la mesa. Supongo que Bonifacio nunca olvidó ese gesto hacia su recién inaugurado papado.
- ¡Madre de Dios! No me cuentes más líos de la época hoy, que me estoy volviendo loca.
- Bueno, acabo. Además de lo dicho, en el tratado de Anagni, también se acordó volver a dar a Jaime II el reconocimiento como Rey de Aragón. Del mismo modo, se le concedieron las islas de Córcega y Cerdeña en compensación de la pérdida de Sicilia, ya que eran feudos de la Santa Sede y, a lo que vamos… -Damián mantuvo un breve suspense-. Se acordó la devolución de las Islas Baleares a su tío, Jaime II de Mallorca. Hasta aquí la historia oficial. Lo que paso a contarte ahora es lo que ha averiguado mi primo segundo, Cástor, en los archivos vaticanos. Por cierto –volvió a divagar para mi exasperación-, que Bonifacio VIII tiene entre sus méritos el haber ordenado dichos archivos en su época.
- Sí, sí –salté ya sin poderme contener-, pero, ¿qué diablos te ha contado tu primo?
- Está bien –concedió con ese tono que utilizamos cuando las protestas del niño hace que prefiramos consentirle que seguir aguantando sus incansables protestas-. Jaime II puso toda la carne en el asador para recuperar Mallorca. Prometió al Papa que, de serle revertida la posesión y la corona, dictaría un documento por el que, en caso de extinguirse su rama directa de sucesión, la corona de Mallorca revertiría a la Santa Sede, lo que, hasta cierto punto, como ya habrás advertido por lo que te he contado antes, no dejaba de ser algo bastante habitual. Pero, de ese modo, Jaime II y Bonifacio VIII, ambos enemigos de la corona de Aragón por diferentes circunstancias, pertrechaban una jugada maestra para desarbolar la siempre deseada reintegración por parte de la rama primogénita de Jaime I de las Islas Baleares al Reino de Aragón.
- Pero eso ya lo sabíamos –objeté-. Al menos es lo que se deducía del pergamino que encontré en La Almudaina. Además, finalmente, Jaime II de Mallorca acabó reconociendo después el vasallaje a su sobrino Jaime II de Aragón.
- En efecto. Lo reconoció en el tratado de Argilers, tres años después del de Anagni; o sea, en 1298. Y ese es el quid de la cuestión. Durante esos tres años hubo una especie, digamos, de niebla legal respecto al asunto del vasallaje a Aragón. Parece ser que el documento de Jaime II de Mallorca no llegó nunca a la Santa Sede. Al menos no consta la existencia de dicho documento en los archivos vaticanos. Pero, y esto es lo nuevo, Bonifacio VIII, en la certeza de que llegaría, cedió a su vez los derechos que Jaime II le otorgaba a favor de un tercero.
- ¡Esta sí que es buena! ¿Y a quién se los otorgó?
- A Landolfo Colonna.
- ¿Y quién diantres es ese?
- Es muy largo de explicar. De momento, te diré que pertenecía a una familia muy próxima al papado, pero cuyos hermanos se habían vuelto contra Bonifacio. Ya te aclararé de dónde viene en otro momento. A lo que iba, es que el asunto es muy atípico, ya que, a petición de Colonna, el Papa le dio el otorgamiento con la autorización para que pudiera cederlo a un tercero, siempre y cuando él no hubiera tomado posesión de Mallorca. En resumidas cuentas, de hecho era lo que hoy llamaríamos un documento endosable. Es decir, una vez extinguida la rama familiar de Jaime II, lo que ocurrió cuando falleció su nieta Isabel de Mallorca, en 1404, el heredero de Colonna, quien ya habría muerto, o aquel a quien éste hubiera endosado el otorgamiento, se hubiera podido presentar en Mallorca reclamando el Reino.
- Pero eso no llegó a ocurrir, ¿no? ¿No se adueñó definitivamente del Reino Pedro el Ceremonioso de Aragón?
- Así es, pero fundamentalmente porque el documento de Jaime II no llegó jamás a la Santa Sede. El otorgamiento de Bonifacio VIII no tenía ningún valor sin el de Jaime II.
- O sea, que quizás el mensajero Bernat de Vic fue interceptado como él parecía temer, por agentes de Jaime II de Aragón.
- Tiene toda la pinta.
- Pero, ¿por qué no volvió a hacer otro?
- No sé. Quizás –conjeturó Damián- para cuando quiso darse cuenta, ya había rendido nuevamente vasallaje al Rey de Aragón. Si esto hubiera sido así, Bonifacio VIII, con sus afamados conocimientos de leyes, debió considerar que un nuevo documento bajo esas circunstancias no tendría ya validez.
Con tan aleccionadora conversación, nos encontrábamos ya en las proximidades de Perpiñán. Conseguimos llegar hasta el centro y aparcamos en el mismo parking de las proximidades del hotel de la vez anterior. Cuando dejamos el coche, nos dirigimos con precaución caminando sobre la delgada capa de nieve hasta el hotel, donde encontramos a Alain en la recepción. El simpático propietario nos saludó efusivo, como si se tratara del reencuentro con dos viejos amigos. Tras firmar las hojas de la reserva, nos confirmó que se preveían varios días de un frío siberiano, así que nuestra prudencia nos decidió a posponer la primera visita al Castillo hasta el día siguiente.
14
Comimos en un restaurante próximo al hotel. El día no estaba para greguerías y el suelo, cubierto de una capa uniforme de nieve en las aceras, no invitaba a dar un largo paseo. Después decidimos descansar un rato y vernos a las cinco y media en el bar del hotel. Aproveché para leer un poco y dejarme adormecer. Cuando bajé, a las seis menos cuarto, Damián ya estaba repantingado en uno de los sofás saboreando un Coñac. Yo le pedí un Southern Comfort a Alain. ¡Lástima que no se podía fumar en el hotel! Cosa rara, me apetecía un puro habano. Cuando di el primer sorbo al güisqui de naranja, le pedí más aclaraciones a Damián.
- Si no me equivoco, ahora tenemos un rato estupendo para que me expliques de dónde salió el Colonia ese y por qué el Papa le cedió los derechos sobre Mallorca.
- Colonna, no Colonia –me corrigió-. Se trataba de uno de los puntales en los que descansó Bonifacio VIII durante su breve y convulso papado. Para comprender cómo fue posible que el Papa cediera de esa manera los derechos sobre un reino, hay que comprender la locura política que se vivía en aquellos tiempos. Como ya te he dicho esta mañana, durante cientos de años, tras la caída del Imperio Romano, el papado había sido la única autoridad real para dirimir en conflictos entre reinos, reyes, e incluso para otorgar los derechos regios e imperiales. Como también te he comentado ya, el pontificado de Bonifacio no pudo ser más turbulento, pues esa situación de supremacía estaba en pleno proceso de disolución ante la, cada vez mayor, fortaleza de los reyes. Además del lío con Sicilia, y para que te hagas una idea de la trascendencia de los conflictos, te hago un somero repaso. Cuando fue elegido, ya tenía un frente abierto en Dinamarca, pues Eric VIII había aprisionado al Arzobispo de Lund. Éste logro escapar y el enfrentamiento acabó con la excomunión del Rey y la puesta de su reino en entredicho en 1298. En 1305 Eric cedió a las pretensiones del Papa. Por otro lado, en Hungría los nobles también eligieron a Andrés III como Rey, en contra de los deseos de Bonifacio. El sucesor de aquel, Wenceslao, también estaba enfrentado al Papa y se alió con Felipe de Francia, llamado el Hermoso, igual que el Felipe de Juana la loca. Felipe de Francia fue su mayor enemigo y, a la postre, quien acabaría, de hecho, con él, aunque sin llegar a asesinarlo…, pero casi. En Alemania también hubo sus líos dinásticos y, a pesar de que el Papa le responsabilizaba a Adolfo de Nassau de la muerte de su señor feudal, acabó reconociéndolo a cambio de que renovara el juramento de fidelidad de su padre a la Iglesia Romana. En otro frente, también fracasó en su intento de mantener la independencia de Escocia frente a Inglaterra, ya que Escocia pertenecía por derecho a la Sede Romana. Eduardo I de Inglaterra acabó enfrentándose a la Iglesia recaudando impuestos de ésta y significó el comienzo del fin de la superioridad en lo terrenal de la Iglesia sobre el reino, cosa que acabaría remarcándose con el famoso Enrique VIII y la ruptura definitiva de Inglaterra con la Iglesia Católica, haciendo depender a la Iglesia Anglicana del Rey. O sea, lo contrario de lo que ocurría en tiempos de Bonifacio.
- Esto es todo un tratado de Historia –le dije riendo.
- He de reconocer que, cuando me he puesto a investigar la época de tu Jaime II, me he encontrado con unas intrigas y unas circunstancias apasionantes. Como te decía –prosiguió-, en Italia las cosas tampoco estaban tranquilas: Florencia y la Toscana también estaban en plena disputa. De hecho, Florencia fue arruinada por las violentas discusiones entre los Bianchi y los Neri; o sea, los Blancos y los Negros. Los Blancos venían a ser los populares y los Negros los aristócratas o nobles. Se iban exiliando los unos a los otros por períodos y, al final, Bonifacio llamó a Carlos de Valois, hermano del Rey de Francia, Felipe el Hermoso, y lo nombró Capitán General de la Iglesia, dándole el gobierno de la Toscana para que purificara la ciudad; pero resultó un destructor cruel. Hizo que los Negros dominaran y la mayoría de los Blancos se exiliaron o arruinaron. Entre otros, Dante Alighieri, lo que explica el odio de éste y muchos de los florentinos a Bonifacio VIII, a quien culpó toda su vida de sus desgracias.
- ¿Y cuánto dices que duró como Papa, Bonifacio?
- No llegó a los nueve años, aunque casi.
- ¡Joder! Pues si llega a estar treinta años, adelanta seis siglos la guerra mundial.
- Ja, ja. ¡Cómo eres! Pues espera, que aún quedan los dos enfrentamientos más relevantes que tuvo.
- ¿Aún más? No me lo puedo creer. Al pobre Papa no sé ni cómo le quedaba tiempo para celebrar misa.
- Sí, sí. Además, como ya te he dicho, las misas de Bonifacio VIII debían ser todo un espectáculo. Entre lo amante del boato que era, y las lágrimas que le surcaban en rostro cuando llegaba a la parte del sacrificio de Jesús, sus celebraciones debían dignas de verse. Pero, a lo que iba… –dijo retornando a su lección de Historia-. La primera de sus grandes peleas, fue con parte de la familia Colonna, hermanos del Landolfo Colonna a quien, por lo visto, entregó el posible feudo de Mallorca. Dos de los Colonna, Jacopo y su sobrino Pietro, eran príncipes romanos de la más alta nobleza y, por si fuera poco, miembros del Colegio Cardenalicio. Como tales, habían votado a favor de la elección de Bonifacio como Papa. La familia tenía numerosos palacios y fortalezas en Roma y en la Campaña.
- Pues no parece que fuera conveniente tenerlos de enemigos.
- En efecto, pero, primero sucedió que Jacopo, quien tenía la administración de los bienes familiares, enormes, como te he dicho, violó los derechos de sus hermanos Matteo, Ottone y Landolfo, y entregó las posesiones que les pertenecían por derecho, a sus sobrinos. Bonifacio intercedió a favor de Matteo y los otros dos, pero Jacopo y Pietro rehusaron someterse a la decisión papal. Más aún, se comprometieron a mantener relaciones de alta traición con los enemigos del Papa; esto es, Jaime II de Aragón y Federico III de Sicilia. No contentos con esto, robaron la consigna de oro y plata que el sobrino del Papa le traía a Roma. Entre una cosa y otra, a Bonifacio no le quedó otra que emitir una bula “In excelso throno” por la que les despojaba del cardenalato, los excomulgaba, y les daba un ultimátum de diez días en los que, o bien se sometían, o perderían sus posesiones. El mismo día, los Colonna fijaron un manifiesto en varias iglesias romanas; incluso en el altar mayor de San Pedro, declarando inválida la elección de Bonifacio excusándose en que la abdicación de Celestino V no era canónica. Por último, apelaban a un Concilio General. Además, se unieron con los Espirituales y emitieron un segundo manifiesto en el que detallaban aún más cargos contra Bonifacio. Éste, ni corto, ni perezoso, lanzó una nueva bula, confirmando su excomunión, así como la de los cinco sobrinos de Jacopo y sus herederos. Los declaraba cismáticos y desgraciados, les ponía en entredicho, les privaba de todas sus propiedades y amenazaba a todos los lugares que les recibieran.
- ¿Qué quieres decir con eso del entredicho?
- Que se les prohibía el uso de los divinos oficios, la administración y recepción de algunos sacramentos y la sepultura eclesiástica.
- ¿Y qué sucedió?
- Que Bonifacio hizo público que los dos Colonna le habían votado en el cónclave, ya que habían estado a favor de la abdicación de Celestino; que le habían reconocido públicamente y que habían actuado con conformidad a su papado durante tres años. Los Colonna aún replicaron con otro manifiesto y se prepararon a defenderse en sus fortalezas. Bonifacio les declaró la guerra, e incluso proclamó la cruzada, confiando el mando de las tropas a Landolfo Colonna, uno de los hermanos desposeídos de Jacopo y a quien, a la postre, cedió los derechos futuros de Mallorca. Landolfo venció sin paliativos y los vencidos se fueron a postrar con cuerdas al cuello y vestidos de penitentes ante el Papa, quien les concedió el perdón y la absolución, pero se negó a devolverles sus dignidades. Además, ordenó asolar Palestrina, que era la fortaleza principal de la familia hasta los cimientos. Pasaron el arado sobre ella y echaron sal sobre sus ruinas, sobre las que más tarde se construiría la ciudad papal. Se dice que, entre las construcciones demolidas, se encontraba el Palacio de César. Poco después, los Colonna organizaron otra revuelta que se reprimió en un pis pas y Bonifacio volvió a excomulgarles, confiscándoles los bienes y entregando la mayoría de ellos a Landolfo, a los Orsinis y a familiares del Papa. Supongo que fue una manera de compensar a Landolfo por los servicios prestados, debido a la imposibilidad final de hacerle heredero de Mallorca. Jacopo y los principales miembros de la familia huyeron a Francia y Sicilia.
- Hay que reconocer que el Papa ese los tenía bien puestos.
- En efecto, pero se iba ganando enemigos irreductibles. Los Colonna y los Bianchi, con Dante a la cabeza, habían comenzado una serie de difamaciones sobre el Papa que serían aprovechados con demoníaca astucia por Felipe el Hermoso de Francia.
- ¿También hubo tangana con éste? ¡Cuenta, cuenta! –exclamé con un optimismo efímero que me había despertado los tres Southern Comfort que ya me había echado al coleto.
- Creo que mejor descansamos un rato antes de la cena. Si te parece bien, nos vemos a las ocho en recepción para cenar.
- Está bien –me resigné.
Una larga ducha y una siesta de carnero de la que me tuvo que despertar el móvil programado, me consiguieron serenar. Cuando bajé, me encontré de nuevo a Damián de charla con Alain. Al verme, se interrumpieron y Damián me preguntó:
- ¿Qué tal? A mí me ha venido de perlas el descanso. A mi edad, tres copas de coñac son para los días más intrépidos.
- Sí –coincidí-. Yo también estoy mucho mejor. Hola –saludé a Alain.
- Alain me ha recomendado un restaurante, La Passerelle. Está junto en uno de los desvíos de Têt, no muy lejos, pero creo que mejor si tomamos un taxi. Ha dejado de nevar, pero el termómetro ha bajado en picado y hace un frío siberiano.
Así era. En el pequeño trozo de acera que recorrimos hasta subirnos al taxi, nos dio de frente un auténtico matacabras que nos heló hasta los huesos. El restaurante estaba junto a una pasarela que cruzaba el canal y de ahí su nombre. Tenía una agradable decoración marinera. Nos decidimos por unos coquillages que complementamos con una sepia con alcachofas y unos salmonetes. En cuanto al riego, optamos por un blanco muscat. Poco a poco, los detalles de la conversación de la tarde volvieron a mi memoria, así que, en cuanto terminamos los crustáceos y moluscos, le di chamba a Damián.
- No has terminado con la historia de Bonifacio. ¿En qué quedó el asunto con el francés?
- Ah –dijo tras saborear el vino-. Como cantarían Les Luthiers: “O final foi muito vil,
pela culpa do Francés…” –tarareó-. Bonifacio, desde el principio de su papado, intentó lograr la paz europea, a fin de romper con una cruzada el poder del Islam, ya que parecía un buen momento para ello. Pero, desde el primer momento, el mayor obstáculo era la guerra entre Francia e Inglaterra por la toma de Felipe el Hermoso en 1294 del País Gascón. Los contendientes sufragaban la guerra, sobre todo, a expensas de impuestos a la Iglesia, los cuales estaban autorizados por ésta, pero, en teoría, para sufragar la cruzada. Vista la terquedad de Felipe ante los intentos papales de mediar en el asunto, Bonifacio, acuciado por el clero, se cansó de que Francia exprimiera a la Iglesia y dictó una bula en la que prohibía a los laicos recibir dinero del clero sin el permiso de la Sede Apostólica, excomulgando a los príncipes que impusieran dichos impuestos y a los eclesiásticos que los aceptaran. La reacción de Felipe fue proclamar una ordenanza en la que prohibía que bienes, oro, etcétera, salieran de sus fronteras. Como gran parte de los ingresos de la Iglesia Romana provenían de Francia, la ordenanza hizo mucho daño. Bonifacio protestó por ello, pero dio muestras de cierta debilidad, afirmando que no quería impedir los regalos voluntarios del clero o las contribuciones necesarias para la defensa del Reino de Francia. Incluso intentó aplacar a Felipe con la canonización de su abuelo Luís IX. La cosa pareció quedar en nada, ya que Felipe anuló la ordenanza y dejó que Bonifacio arbitrara, aunque como Benedetto Gaetano, y no como Papa, a pesar de que éste le dio finalmente la razón.
El chef nos sirvió el segundo plato y durante cinco minutos, Damián y yo nos dedicamos a saborear la peculiar combinación de verdura, pescado y cefalópodo. Yo me lo comí con delectación y acabé antes. Aunque fumo poco, encendí un cigarrillo mientras Damián terminaba con el plato. Cuando se introdujo el último trozo, le obervé:
- Tampoco fue para tanto, entonces.
Vi divertida como engullía con prisa, casi atragantándose, para replicarme.
- Es que no acabó el asunto ahí. Felipe siguió con su voracidad recaudatoria, e incluso más allá. Los Colonna que habían huído de Roma, vivían en Francia calumniando al Papa e intentando que se celebrara un Concilio General para deponerle. Por su parte, un tal Pierre Dubois, funcionario de Felipe, publicaba una especie de utopía donde el absolutismo real llegaba a soñar con una incorporación al reino francés de los imperios germánicos y bizantinos, dejando al Papa como un mero patriarca espiritual cuyos bienes administraría el rey francés y a quién pagaría un salario, como si fuera un funcionario más.
- Vamos, que el susodicho Felipe era un megalomaníaco.
- Sí, pero astuto y pérfido. La cosa se enredó cuando Bonifacio envió al obispo del Languedoc para protestar por las recaudaciones e insistir en que se dedicara el dinero a la cruzada. El caso es que lo acusaron de incitar a la insurrección y fue hallado culpable por un tribunal. Pierre Flote y Guillermo de Nogaret, auténticas bestias negras que serían de Bonifacio –del primero, el Papa llegó a decir que era el diablo, o un poseído del demonio-, fueron a Roma para que el Papa degradara al obispo y lo entregara a la autoridad civil, pero Bonifacio exigió al Rey su inmediata liberación, quitó ciertas bulas que le generaban pingües beneficios al Rey y le envió una Bula donde exponía un montón de quejas. Entre otras, su negligencia con el tema de la cruzada y le recordaba que el Vicario de Cristo estaba por encima de reyes y reinos y que se preocupa del bienestar de ellos. Finalmente, llamaba a los obispos, doctores en teología, etcétera, a consulta a Roma para la corrección de dichos abusos y la reforma del Rey y Reino. Invitaba también a Felipe para que enviara representantes personales y le advertía contra sus malos consejeros.
- Vamos, que lo que se ponía sobre la mesa era quién ostentaba el verdadero poder; si la Iglesia o la Monarquía.
- Así es, pero aquí comienza algo novedoso. Cuando reciben la Bula, la rompen. Incluso destruyen la otra copia que el Papa enviaba al clero francés. Después, falsifican una, cuya redacción se atribuye a Pierre Flote, y en la que desvirtúan determinadas frases que le dan un significado completamente diferente. Así, dirigiéndose al Rey, escriben suplantando al Papa: “Tú eres nuestro súbdito tanto en los asuntos espirituales como en los temporales”. Y añadían: “Quien lo niegue es un hereje”, lo que era especialmente ofensivo para el nieto de San Luís. Aunque el Papa y los cardenales protestaron contra la falsificación, el daño ya estaba hecho. Corrió por Francia una contestación del Rey, también falsificada, donde acusaba de fatuidad al Papa, lo que alimentaba el orgullo francés. Felipe prohibió al clero ir a Roma o enviar allí dinero. Fue el triunfo de la falsa publicidad; un auténtico agitprop, que diríamos hoy. La cosa se puso al rojo vivo, y Felipe convocó una Asamblea Nacional en la catedral de Nôtre Dame poco antes de que se celebrara el Concilio convocado por el Papa. Allí se leyó la falsificación de Pierre Flote y el Rey consiguió que los nobles y burgueses ofrecieran derramar su sangre por el Rey y, el clero, confuso por la falsificación, aceptó escribir en idénticos términos al Papa. Éste, por otro lado, les contestó en su acostumbrado estilo ofensivo tachándoles de cobardes e insistiendo con argumentos históricos sobre la preponderancia del Vicario de Cristo. Pierre Flote y Nogaret volvieron a falsificar torticeramente los documentos de Bonifacio. Desgraciadamente, a pesar de que el documento papal salió del Concilio en el que había medio centenar entre arzobispos, obispos y abates, las actas del mismo desaparecieron, probablemente durante el proceso contra la memoria de Bonifacio que tuvo lugar entre 1309 y 1311.
- ¿Proceso contra la memoria de un Papa? –pregunté sorprendida.
- Sí. La cosa llegó hasta esos extremos. Se trataba de un enfrentamiento personal entre el Rey y el Papa. En el Consejo de Estado Francés, Guillermo de Nogaret acusó de simonía, robo y herejía a Bonifacio, pidiendo que el Rey convocara un Concilio donde probaría sus acusaciones. Se convocó el Concilio General y, como no podía ser menos, el material que, según la Iglesia, hace tiempo que se consideran meras calumnias por los historiadores serios, fue aportado por Jacopo Colonna. Además de lo dicho por Nogaret, se le acusó también de la muerte de Celestino V, de infidelidad, idolatría, magia e incluso de la pérdida de Tierra Santa.
- ¿Y Bonifacio no hizo nada?
- Como te puedes imaginar, se revolvió como gato panza arriba. Estaba listo para emitir una bula demoledora en la que excomulgaba a Felipe y liberaba a sus súbditos del juramento de fidelidad, con lo que, de hecho, desposeía a Felipe del Reino. Pero el tal Nogaret, auténtico maestro de Fouché, junto con Sciarra Colonna, y con el dinero de Felipe, había formado una banda de mercenarios. Con ayuda de conspiradores y la indiferencia de la mayoría de sus habitantes, se introdujeron en Anagni y consiguieron tomar el fortín papal a través de la Catedral. Todos los cardenales que estaban con él, huyeron dejándolo solo, con la excepción de dos de ellos. Dicen que el Papa exclamó: “Puesto que me traicionan como al Salvador y mi fin está cercano, al menos moriré como Papa” –imitó Damián poniendo voz solemne-. Vestido con los ornamentos pontificales, la tiara en la cabeza, las llaves de San Pedro en la mano y una cruz en la otra, les esperó en el trono. Se dice que Sciarra, golpeó y desnudó al Papa, y que, a pesar de haberlo jurado, no lo mató porque Nogaret le detuvo. Nogaret le amenazó al Papa con que lo iban a llevar encadenado a Lyon, donde se le depondría. Según la leyenda, Bonifacio replicó: “Aquí está mi cabeza, aquí está mi cuello. Llevaré con paciencia como católico, Pontífice legal y Vicario de Cristo, ser condenado y depuesto por los Patarinos. Deseo morir por la fe de Cristo y su Iglesia”.
- ¿Qué es eso de los Patarinos?
- Era una secta neomaniquea a la que, por lo visto, habían pertenecido los padres de Nogaret. Unos herejes, vamos.
- Muy rebuscado, ¿no?
- La verdad es que sí. A saber qué dijo en realidad. El caso es que allí dejaron a Bonifacio, golpeado y desnudo. Durante los tres días siguientes, los mercenarios se dedicaron a saquear el Palacio mientras Bonifacio era retenido sin que nadie le diera de beber o comer. Pero, al tercer día, los burgueses de la ciudad, avergonzados de que un conciudadano Papa fuera asesinado en la misma ciudad por los odiados franceses, expulsaron a Nogaret y su banda. Bonifacio regresó a Roma, pero su salud y su ánimo, destrozados, hicieron que falleciera menos de un mes después. Además, debido a una gran tormenta que se desarrollo durante el sepelio, fue enterrado, según un cronista de la época, con menos decencia de la que corresponde a un Papa. Fernando, los Colonna, Nogaret, Flote, e incluso Dante, crearon una leyenda negra sobre Bonifacio y durante siglos se consiguió que la gente creyera que había muerto loco y mordiendo sus manos, como afirmaba la dudosa profecía que se atribuía a Celestino V. Lograron, no sólo que no se le considerara santo, sino poco menos que diablo. Sin embargo, cuando se concluía en 1605 el nuevo edificio de San Pedro y se tuvo que trasladar su sepulcro, éste se resquebrajó, abriéndose. Y allí, ante la consternación de todos, y después de tres siglos, apareció el cuerpo… incorrupto y sereno.
Pedimos un café. Damián lo acompañó de un coñac Napoleón y yo con mi habitual Southern Comfort. Estaba muy a gusto, así que pedí un habano. Mientras lo encendía con un trozo de la seca hoja de cedro, Damián prosiguió su histórico relato.
- El asunto duró hasta la muerte de Felipe, quien consiguió casi todos sus objetivos. A Bonifacio VIII le sucedió Benedicto XI, elegido por unanimidad, y que era uno de los dos únicos cardenales que permanecieron con Bonifacio cuando el asalto de Anagni. El enfrentamiento del Rey francés con la iglesia pareció disminuir un tanto, ya que Felipe de Francia en una carta manifestaba su obediencia y devoción, recomendaba la benevolencia del nuevo Papa para el Reino y la Iglesia de Francia. Éste eligió una actitud indulgente y anuló la excomunión del Rey, pero no la de Sciarra Colonna y Nogaret. Pero un agente de este último, según se cuenta, envenenó al Papa, que falleció a los ocho meses de ser elegido.
- Joder con el Nogaret. Es aún peor que Fouché.
- No lo sabes bien. A Benedicto XI, le sucedió tras once meses de cónclave, Clemente V, quien fue el Papa que trasladó la Santa Sede a Avignon y a quien Felipe el Hermoso tuvo bajo su yugo todo su pontificado. El Rey francés mantuvo una obsesión enfermiza por denigrar a su enemigo, Bonifacio VIII, y demandó del nuevo Papa una condenación formal de la memoria de Bonifacio VIII; solo así podría ser aplacado el odio real. El Rey quería que el nombre de Bonifacio fuese retirado de la lista de Papas como un hereje, sus restos desenterrados, quemados, y las cenizas esparcidas al viento. Clemente V, mediante argucias, aplazamientos y otras concesiones, consiguió evitarlo. Pero a cambio tuvo que ceder en muchas de las pretensiones de Felipe. Quizás la más importante de todas, fue la abolición de la orden de los pauperes commilitones Christi Templique Solomonici. –Ante mi mirada interrogante, traduce-, Los “pobres soldados compañeros de Cristo y del Templo de Salomón”, más conocidos como Templarios.
- No me digas que también en este asunto aparecen los Templarios. Con esto de la novela pseudohistórica, aparecen más que los romanos.
- Ja, ja –rió Damián-. No, sólo de un modo tangencial. Lo cierto es que nuestro amigo Nogaret comenzó, como con Bonifacio VIII, una campaña de violencia y calumnia, y Felipe ordenó una investigación de la orden, contra la cual el Rey entabló cargos de herejía, como la renuncia de Cristo, inmoralidad, idolatría, desprecio por la Misa, negación de los sacramentos. Lo suyo hubiera sido esperar al resultado de la investigación de la Inquisición, pero ayudado por el inefable Nogaret, su confesor, Guillaume de Paris, que era a su vez el inquisidor de Francia y otro jurista, Enguerrand de Marigny, atacó repentinamente a toda la orden el 12 de Octubre de 1307, y arrestó en París a Jacques de Molay, el Grand Comandante, y a otros ciento cuarenta caballeros. De inmediato, el inquisidor mandó arrestar a todos los miembros a través de Francia y el secuestro real de los bienes de la orden. Y todo ello con la hábil manipulación de la opinión pública y la falsa noticia de que el Papa lo había ordenado. A pesar de las reticencias del papa Clemente, la orden acabó desapareciendo y el Rey, quedándose con sus bienes.
- ¡Vaya sinvergüenza!
- Sí, pero no fue el único. Cuando se concretó la abolición de los Templarios por el resto de territorios, todos sacaron tajada. De hecho, tu querido Jaime II de Mallorca, por ejemplo, se quedó con la tercera parte de todos los bienes de la orden en sus territorios, lo que no debía ser poco.
- ¡Madre mía! Sí que había jaleo en aquel de entonces.
- ¡Y tanto! Sólo te daré un último ejemplo para que te hagas una idea. Cuando Clemente V fue coronado en Lyon, en vez de en Roma, lo que da una idea de su acercamiento a Felipe el Hermoso, cayó un muro a su paso que le derribó del caballo y mató, entre otros, a su hermano y al Cardenal Matteo Orsini, quien había tomado parte en doce cónclaves y había conocido nada menos que ¡trece Papas!
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