Dos veces, dos, se permite William Stoner separar su destino de la rectitud pulcra y trazada de antemano que le marca tanto la sociedad como la educación religiosa, abnegada y resignada que ha recibido.
1. Cuando se decide a estudiar literatura en vez de agricultura, con lo que destierra la posibilidad de continuar con la granja de sus padres, que le han enviado a la Universidad con esa exclusiva finalidad.
2. Cuando, una vez se ha convertido en un profesor, mantiene una prolongada aventura con una de sus alumnas, aventura consentida como adultos, tolerada por su esposa y llena de pasión a la que renuncia por presiones de terceros, en un acto de altruismo.
Esos son los dos actos fundamentales de rebeldía que son la pimienta en su vida, una vida entregada a hacer lo que se espera de él bajo las convenciones sociales. No es que esté mal o bien. No se atreve a ponerlo en duda y apenas piensa en ello antes de hacerlo. Mejor: posiblemente esa férrea educación católica le impediría hacerlo si se prestara a recapacitar sobre ello. Así que, en sus 70 años de existencia, Stoner sólo sucumbirá a dos pasiones, la literatura y la líbido, dejando que todas las demás decisiones de su vida, todas, se vayan produciendo, casi, por decantación.
Jode que libros como Stoner hagan disfrutar de la manera que lo hace con una historia tan triste y frustrante. Jode que a Stoner, el protagonista, las circunstancias lo acaben reduciendo a un mero esbozo de lo que podría ser y jode pensar en cuantos millones de personas en este planeta se convierten en William Stoner porque el planeta en que vivimos esté organizado según las reglas más alejadas del sentido de la justicia y la humanidad. Jode que el comunismo sea una utopía estropeada por la corrupción. Vaya, esta última frase ha salido tan fácilmente, que me pregunto que clase de mensaje subliminal debe haber insertado John Williams (escritor que no tiene nada que ver con el compositor de tortillas sonoras para Star Wars) para que yo llegue a esta conclusión.
Aunque supongo que se me pasará unos días, este es otro de esos libros sutilmente cabronazos (que parece un oxímoron pero no lo es), al que, seguro, la realidad que nos rodea va a dejar pequeño. Metido en un mundo convulso en el que el único que no falla es Messi marcando cada semana, empotrado por exigencias legales en un estado donde escándalo tras escándalo de corrupción no han conseguido, y creedme que a uno le dan ganas de tirarse al precipicio cuando lo recuerda, ni una sola dimisión de nadie con un nivel notable de poder. Un estado de sobres de dinero negro, de micrófonos ocultos en jarrones, de espionajes recíprocos pagados con impuestos, de compras de material militar antes que inversión en educación de niveles básicos, de gente aborregada contemplando reality-shows, de profesionales que, arrinconados por los intereses bastardos, tienen que reciclarse en francotiradores. Cómo un libro como Stoner hace que yo acabe hablando de ésto, llamadlo jodido misterio.
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