Tiene un cociente intelectual tirando a alto, y aún así es tonta. Imagínate si lo tuviera bajo. La palabra que más veces le han dicho es esa: tonta. Eres tonta. Se lo decían sus hermanos mayores. Se lo decían en el colegio de pago, en la cola de la carnicería, en las reuniones de vecinos. Se lo decían los compañeros de la academia, los jefecillos soberbios, los encargados, los comisionados, los enterados. Tú eres tonta. Usted parece tonta. Qué tonta. Se lo decían de palabra, con la mirada huidiza, a la cara, a sus espaldas. De todas maneras se lo decían.
Su madre había tenido un embarazo indeseado y por eso tuvo también un parto difícil. De vez en cuando se lo comentaba en clave simpática: las pasé canutas contigo, nueve meses sufriendo y luego casi me muero en el paritorio. Y lo mal comedora que saliste, teníamos que turnarnos papá y yo. Nos decíamos: te paso la pelota. Ja, ja, ja. Así que no te daba de mamar, todo era a base de biberones y papillas. Por tonta.
Sus hermanos llevaban el nombre de los progenitores, pero a ella le tuvieron que buscar un nombre de fuera. Esmeralda les parecía bonito, o Elena. Sin embargo le pusieron el nombre en honor a sus padrinos, por lo amables que fueron en brindarse. Mario y Luz. Mariluz. Un nombre hecho de ratales.
A lo largo de su historia personal había fracasado profesionalmente, tuvo dos matrimonios de equívocos, perdió la autoestima y le arrebataron la herencia. No tienes agallas. No tienes vista. No tienes narices. No tienes lo que hay que tener.
Los ladrones expertos dicen: ¡Alto. La bolsa o la vida! Los solapados ladrores de puestos, estatus, notas, espacio y futuro dicen: Tú eres tonta. Tonta. Más que tonta. ¿Pero de qué hablan? ¿Eso a qué viene? –se pregunta Mariluz- ¿Yo qué les he hecho? El resultado es que la pobre se siente como muerta, sin motivación.