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ISSN 1989-4163

NUMERO 31 - MARZO 2012

La Pascua de Rahner

Norberto Alcocer


Tras el silencio de Dios, en aquellos traumáticos años sesenta de la modernidad pura y dura, se ha ido abriendo camino una actitud mucho más empobrecedora para el hombre contemporáneo, postmoderno hasta las cachas: la inutilidad de Dios. Entonces, tantos espíritus egregios sufrieron porque se sentían abandonados por Áquel que es la Palabra en cuanto tal, y te preguntaban la razón de que esa Palabra se hubiera convertido en silencio para ellos. Respondías que la fe es algo que se solicita humildemente, desde el silencio creatural del ser humano. Más todavía, que la fe es un don que Dios regala porque así lo quiere, pero que es posible y necesario ponerse en actitud de reclamarla. Está claro que tales conversaciones nunca fueron fáciles. Pero me llamaba la atención el deseo que anidaba en la ardiente soledad de tantas personas serias y responsables.

En este momento, cuando toda la sociedad occidental se ha tornado creyente en el pensamiento frágil y en concepciones fragmentarias, es decir, cuando nos hemos entregado con vulgaridad un tanto vergonzante al elixir de la postmodernidad, el silencio de Dios ha dejado de preocupar, como han dejado de preocupar tantas y tantas cuestiones. Inundados de teneres en una sociedad de consumos, se nos ha metido en el alma la inutilidad de Dios. Si lo tenemos todo para ser materialmente felices y si es un sobrepeso aspirar a una felicidad eterna, ¿para qué permanecer preocupados por un Dios que nada atañe a esta situación de perfecta satisfacción inmanente? En tertulias, en volúmenes, en éticas, con mayor o menor profundidad, se insiste en que la humanidad se basta a sí misma para alcanzar cuanto pretende y cuanto necesita: Dios es una incógnita demasiado compleja, Dios es sencillamente inútil. Y como ya escribí hace meses, se produce el vacío de las iglesias, pero sobre todo, el vacío de los espíritus, carentes de misterio.

En éstas estamos y de nuevo se aproxima la Pascua de Muerte y de Resurrección, lo que antes se llamaba, no sin acierto, Semana Santa. Y uno se pregunta cómo escribir de ella para unos posibles lectores de situaciones muy diferentes ante su propio misterio, porque algunos de ustedes persistirán en la relación con Dios, mientras otros, puede que en aumento, le habrán dado carpetazo en aras de su pretendida inutilidad. ¿Para quiénes de ustedes, entonces, escribir? ¿Para los oyentes de la Palabra o para los cerrados a esa Palabra? ¿Para quienes buscan o para quienes no buscan? Entre los papeles que suelo consultar cada quince días para escribirles, apareció, de improviso, uno que, en su momento, pasé por alto: una invitación para celebrar mediante un coloquio plural en personas y en ideas, nada menos que el centenario del nacimiento del más grande de los teólogos católicos del siglo XX, el jesuita Karl Rahner.



Este hombre pequeño y discreto, tan amigo como distante de Hans Küng, trasladó sus inquietudes desde la filosofía hasta la teología con resultados excepcionales: impulso un acercamiento antropológico al misterio de Dios, en virtud del que lanzó al viento del pensamiento teológico internacional su método antropológico-trascendental, que resumimos en estas palabras: la dimensión trascendental de la experiencia humana ?en el ejercicio del conocimiento y de la libertad? es la apertura del espíritu finito a lo infinito. Es decir, para que cualquier lector me comprenda en cuestión tan delicada, el ser humano contiene una pulsión interior natural que le abre al misterio de la trascendencia, sin que tal realidad niegue en absoluto la necesidad de la gracia divina regalada en Jesucristo.

Espero que todo lector inteligente y sensible, caiga en la cuenta de lo escrito según Rahner: nadie está cerrado naturalmente a Dios y todos, cada uno de nosotros, estamos abierto a Él en cuanto seres humanos. Desde esta óptica, el silencio de Dios será nuestro propio silencio y la inutilidad de Dios será nuestra propia inutilidad. No es Dios quien se distancia del hombre porque, en todo caso, es el hombre quien se distancia de Dios: si dejara fluir el dinamismo antropológico que late en su interioridad, se abriría al misterio de lo divino, escucharía su Palabra y detectaría su tremenda utilidad para mantenerse vivo y solidario.


Desde aquí y muy consciente de mi propia incoherencia respecto de ese mismo Dios, me permito recomendarles que lean los textos pascuales, sobre todo en San Juan, antes de participar, tal vez, en la liturgia. Abdiquen del silencio y de la inutilidad, por favor. Y dejen fluir la pulsión interior de la que hablaba el gran Rahner.

 

La pascua de Rahner

 

 

 

 

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