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ISSN 1989-4163

NUMERO 31 - MARZO 2012

Meando Gasolina

Inés Matute

Hace mucho tiempo, demasiado, que el patriotismo español se refugió en el deporte. En  eso no hay vascos, catalanes, ni gallegos, y todos nos tiramos por igual a la calle cuando La Roja gana el Mundial o Nadal, mi vecino, se trae una nueva ensaladera a casa. Aunque sea  fugazmente, nuestro pesimismo histórico es aquí y allá ahuyentado por una generación de campeones que bien en bici, bien empuñando una raqueta, nos devuelven el espejismo de una España triunfadora, una España que además de batir récores en millones de parados, índice de fracaso escolar  y emigrantes que ya hacen la maleta, descuella  gracias al deporte.

Hasta que vimos a Nadal meando gasolina y se nos cayeron los palos del sombrajo.

Como dice un conocido mío, el humor cabrón de los guiñoles franceses contra los ídolos de la nueva España ha desatado una pasión de autodefensa chauvinista que resucita escozores antigabachos. Cotizan al alza los Cojones y la españolía, como en los viejos tiempos, y  el humor patrio, escabechado,  se acerca peligrosamente al de una película de Ozores. Curiosamente, el pueblo se ha levantado con dignidad propia de mejores causas- aquí, con las causas,  estamos muy verdes- arrastrando al Gobierno a un amago de protesta diplomática. Convendría tomarse las cosas con un poco de flema inglesa, pues estos estados de ánimo (el cabreo nos viene de otro sitio, de otros datos, no nos engañemos) pasan en un pis pas de lo sublime a lo ridículo. El honor de Nadal lo defiende él solito en las pistas, y el de Contador merecía y merece mejores abogados que Rajoy y Zapatero. Un país con tan mala leche y tanto humor macabro, y tanto Goya, y tanta Marbella y tanto caganer y tanto Pelotazo - por no hablar de Urdangarín, que da para muchos guiñoles- no puede escandalizarse con una coña que sólo demuestra envidia. Que nuestro Nadal es un fenómeno lo saben hasta los chinos, y tanto es así que no me extrañaría que de verdad mease gasolina por el mero hecho de desayunarse media vaca estofada y una caja de Donetes todos  los lunes, miércoles y viernes. La ira, malintencionada, eso sí, no es tanto el producto de una conciencia nacional herida como de una trivialización de la españolidad, reducida a lo anecdótico. De mi vecino Nadal, que en la foto aparece con el escritor Joaquín Lloréns  mientras éste le hace entrega de su último libro “ Política Criminal”, sólo diré que es un monstruo. De las pistas. Y que eso no se consigue tomando potingues, sino currándoselo como él lo hace, a diario y desde niño. ¡Bravo! Por lo demás, sólo queda calibrar si tanta energía patriótica no tendría mejor destino aplicada a una reflexión seria sobre quiénes somos y adónde vamos.  Si es que vamos a algún sitio.

Rafa Nadal con Joaquín Lloréns

 

 

 

 

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