Wislawa Szymborska, la poeta polaca del Nóbel, decía que deberíamos sentirnos afortunados por vivir en este mundo, “un rincón modesto,/en el que las estrellas dan las buenas noches/y hacia el que parpadean/sin ningún significado”.
En 1966, año en el que recibió el premio, pocos o muy pocos conocían a esta poeta de aspecto amable y lucidez apabullante. Curiosamente, cuando sus libros fueron traducidos al castellano, tuvieron una gran acogida, y muy pronto los poetas jóvenes, a quienes siempre se les pregunta por sus fuentes de inspiración y por los autores que han podido influir en su poesía, comenzaron a nombrarla como si desconocer su obra fuera un pecado, una rareza, un imperdonable descuido. El famoso poema del gato que se queda solo tras la muerte de su dueño- “Un gato en un piso vacío”- empezó a ser uno de los poemas más leídos en todo tipo de ceremonias fúnebres. También el lehendakari Patxi López leyó un poema de la Szymborska en su discurso de investidura, no sabemos si por sentirse refinado o simplemente porque en ese momento la polaca estaba en la cresta de la ola y él aspiraba a cambiar la historia del pueblo vasco. La editorial mallorquina Alfabia publicó hace pocos meses “ Lecturas no obligatorias”, las brillantes reseñas de libros en las que Wislawa vertía sus inteligentísimos comentarios sobre Montaigne o la poesía china, pero también sobre el arte floral o la vida extraterrestre. Incluso la princesa Mete Marit de Noruega, peculiar donde las haya, felicitó el cumpleaños a su hija – a través de twitter; la rubia de las nieves está al día- con un poema de la mujer cuya obra y muerte (pues sí, acaba de morir) nos ocupa ahora.
Dudo mucho que la poeta tuviera ocasión de enterarse del alcance de sus ecos antes de que la muerte la sorprendiera en su casa de Cracovia a la avanzada edad de 88 años. Una edad que no está nada mal si el cuerpo y la cabeza acompañan, una edad privilegiada para quien no dejó de fumar en toda su vida y que, no sin ironía, afirmaba que había ido a demasiados entierros de no fumadores como para ponerse a considerar los riesgos del tabaco.
Aunque le tocó vivir en uno de los períodos más negros de la historia de la humanidad- Hitler invadió Polonia cuando ella contaba 16 años- Szymborska nunca perdió el sentido del humor. Cuando ganó el Premio Nóbel y empezó a tener dinero por primera vez en su vida, prefirió sin embargo seguir viviendo en un barrio feo y cutre de las afueras de Cracovia. A fin de cuentas, las estrellas que veía desde su ventana eran las mismas que lucían sobre Beverly Hills, y si alguna vez se le propuso viajar al extranjero, respondió que aceptaría encantada, pero que iría “cuando fuese más joven”. Por sus poemas, y por su extraordinario sentido del humor, colgamos aquí el poema del gato, que a buen seguro se dejó oír en su propio funeral y que maulló, desconsolado, hasta bien pasada la medianoche.
Un gato en un piso vacío
Morir, eso no se le hace a un gato.
Porque qué puede hacer un gato
en un piso vacío.
Trepar por las paredes.
Restregarse entre los muebles.
Parece que nada ha cambiado
y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se enciende.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no son ésos.
La mano que pone el pescado en el plato
tampoco es aquella que lo ponía.
Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre
como debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.
Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.
Ya verá cuando regrese,
ya verá cuando aparezca.
Se va a enterar
de que eso no se le puede hacer a un gato.
Irá hacia él
como si no quisiera,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de saltos ni maullidos al principio.