fuiste la llama de mi razón alucinada. No había espacio donde apoyar ya mis símbolos. Te amaré tanto, decías, y aprendimos la importancia del café del desayuno en tanto yo salía a robar para ti naranjas. Devoramos el mundo, esa bestia sordomuda, para hacernos menos sordos, menos mudos, siguiendo una ley por la cual buscando crear y destruir energía la encuentras en belleza transformada. Yo no sabía qué pasa cuando un péndulo se detiene porque jamás he visto uno detenido. Llorabas y llovía. Vi cosas en tus ojos que nadie había visto, me apretabas la mano buscando exprimir aquella fruta robada a mí; a nadie; transgénico zumo de lluvia en lágrimas. La verdad es a veces tan verdad que se vuelve 100% cristalina, y así innombrable.
(pág. 12)
hay algo en el píxel de carnal y abstracto, cuadriculada superficie que contiene toda la información visual posible, agota su sentido, y sin embargo es una cifra, está vacío. Hay en el píxel una metafísica. Origen, piel acristalada, proteico paisaje, el viajero que llegando a Región. Más tarde cada cual fue concibiendo su sembrado de rosas cúbicas, cubículo, cubicaje [como quieras llamarlo]. Ganó tu sexo en nitidez. Fracasó en particular la carne de las rectas para llegar a lo único que son, y=ax+b; letras. El resto, arrebato de lo que no existe: ficción: pura espectroscopia.
(pág. 41)
para mí siempre fue un misterio el origen de tu ropa interior, de su perfecta cabida en tu cuerpo. Inversa es la lógica de quien descubre una tierra analógica pero real como la de un espejo. Pero si te fijas, la imagen del espejo posee una pátina que aunque visible la oscurece, como si algo de materia se perdiese en el trayecto, un residuo que si lo juntaras verías lo que pierde aquel que te mira; mejor dicho, quien en tu imagen desaparece; o, aún mejor, quien en ti ya ha desaparecido.
(pág. 48)