Acostumbrada, por buena educación
y por complejos,
a ignorar el grito de mi coño,
la humedad entre los pechos,
acostumbrada a sonreír
apretando las piernas,
apretando el corazón y el sueño,
apretando el deseo que surge sin pudor
en las esquinas
en el momento impredecible,
apretando los labios
para no decir lo que no debo,
lo que no interesa y nadie quiere oír,
por si las moscas,
mudo el coño,
mudo los pechos,
mudo el corazón abotargado,
acostumbrada te decía
a la hipocresía,
se me ha muerto el animal que llevo dentro.