A veces a una le da por acercarse a historias de amor diferentes o que nos son vendidas como tal. Mi última decepción con tufillo independiente se titula “Los chicos están bien”, comedia de poco enredo y personajes masculinos desdibujados con aspiraciones al Oscar. Conclusión: seguimos necesitando una película lésbica del nivel y reconocimiento de “Brokeback mountain”. Me pregunto por el enfoque que le habría dado el genial Almodovar a la crisis de mediana edad- de la que, en positivo, sólo se aprende a valorar lo que se tiene- en el seno de una familia formada por dos lesbianas y sus dos hijos adolescentes, concebidos gracias al semen de un donante anónimo que muy pronto deja de serlo. Entiendo que la sociedad americana no es la española y que lo que para ellos es chocante o puritano en la piel de toro se digiere de otra manera, pero no veo los supuestos méritos por los que esta comedieta indi, predecible e incluso conservadora, llega a las pantallas cual estampida de búfalos. Es más, aprecio un cierto grado de histeria y feísmo intencionado que no favorece en nada al debate sobre la paternidad y el matrimonio gay. Si esta va a ser la mejor película del año, que venga Dios y la vea (sacándose la pertinente entrada, naturalmente, no se vayan a poner furiosos los del sindicato de actores). A fin de cuentas, también el dramón sensiblero de “Precious”, y antes “Juno”, se llevaron lo suyo en ediciones anteriores…
Y porque en cosas de amor estamos y la primavera llama a la puerta, recupero aquí un texto de la Yourcenar que me viene gustando desde hace tiempo, y que poco o nada tiene que ver con tontunas americanas.
“ Estos criterios sobre el amor podrían inducir a una carrera de seductor. Si no la seguí, se debe sin duda a que preferí hacer, si no algo mejor, sí al menos otra cosa. A falta de genio, esa carrera exige atenciones, y aun estratagemas para las cuales no me sentía destinado. Me fatigaban esas trampas, siempre las mismas, esa rutina reducida a perpetuos acercamientos y limitada por la conquista misma. La técnica de un gran seductor exige, en el paso de un objeto amado al otro, cierta facilidad y cierta indiferencia que yo no poseo; de todas maneras, ellos me abandonaron más de lo que yo los abandoné. Jamás he podido comprender que pueda uno saciarse de un ser. El deseo de detallar exactamente las riquezas que nos aporta cada nuevo amor, de verlo cambiar, envejecer quizás, no se concilia con la multiplicidad de las conquistas. Creí antaño que cierto gusto por la belleza me serviría de virtud, inmunizándome contra las solicitudes demasiado groseras. Pero me engañaba. El catador de belleza termina por encontrarla en todas partes, filón de oro en las venas más innobles, y goza, el tener en sus manos esas obras maestras fragmentarias, manchadas o rotas, un placer de entendido que colecciona a solas una alfarería que otros creen vulgar”.
¿Queda claro?