Me preguntaba ahí abajo, a propósito de la femme fatale en tantas películas y novelas, si la misoginia es un elemento consustancial al género. Salvo algunas pocas excepciones (¿Moll Flanders?), es la gran narrativa del siglo XIX la que, por primera vez en la historia literaria, da voz y voto a la mujer. Emma Bovary, Ana Karenina, Ana Ozores, Effie Briest ya no son compañeras, amantes ni oponentes sino protagonistas de una pieza, tan complejas y fascinantes como Julien Sorel o Alonso Quijano.
Antes, en la literatura, la mujer casi siempre ejercía de objeto de deseo o de fuente de problemas. La Laura de Petrarca, la Beatrice de Dante funcionan como simples balizas para canalizar el amor del poeta, meros receptáculos de metáforas y sonetos. Algo más activas, Dido, Penélope, Medea, obtienen su relevancia merced a sus oponentes masculinos: Dido en la pasión, Penélope en la espera, Medea en los celos. Tan subordinadas están a sus adláteres que incluso cuando Eneas, Odiseo o Jasón desaparecen de la acción, su aura sigue presente en cada escena y su nombre es invocado a cada paso.
Esa función de obstáculo, Escila o Caribdis del flujo narrativo, es la que toma la mujer en las primeras novelas de Hammett y Chandler. Envuelta en su abrigo de pieles, en la seda de sus medias o en la niebla del crimen, la mujer es tan enigmática como el misterio que persigue el detective, cuando no es el misterio mismo. Trasplantada desde la edad mitológica, la femme fatale deviene un avatar de Pandora, un remolino de piernas larguísimas, voz sensual y tacones de aguja. ¿Y no fue García Márquez quien señaló que Edipo rey era la primera novela policíaca de la historia? Si no es la primera, desde luego es de las más originales, ya que el detective, sin saberlo, se persigue a sí mismo (idea afortunada que encontraría una audaz prolongación en El corazón del ángel, la demoníaca y asfixiante película de Alan Parker).
Los griegos lo inventaron casi todo y es prácticamente imposible superar ese argumento bestial que mezcla intriga, incesto, asesinato y venganza como si fuese una enloquecida y anticipatoria Chinatown tebana. En Edipo rey, la pobre Iocasta hace a la vez de madre, de amante, de mujer fatal y de víctima propiciatoria mientras Edipo, al estilo de un Sam Spade desquiciado, va dando (perdón por el chiste fácil) palos de ciego .
En Ghost Trick también sale de refilón una femme fatale, rubia y azulada, una hembra malvada y todopoderosa que ha venido a este mundo con todas las bendiciones de los dioses dispuesta a ser la perdición de los hombres y con la única función de joder la marrana. La verdad, esa vieja, antiquísima fantasía masculina parece más fruto del miedo que otra cosa.