Estoy redescubriendo algo de mí que había dejado apartado, escondido. Algo que me aprieta en la garganta y penetra debajo de la piel. No me gusta tener esta sensación; ratos perdidos de vacío, momentos en los que me siento repleta, pero no identifico de qué, y luego una ansiedad repentina, me lleva a un estado de humor desabrido y de escepticismo que me idiotiza y me hace mal.
Lo noto en la piel, en el pelo, lo noto en la cintura...
Creo que estoy empezando a ser consciente de que mi ser físico a cambiado y no precisamente para bien, que no hay vuelta atrás, que eso que pensaba tan lejos de mí, sí me afecta. No quiero ser víctima de mí misma, intentando parecer quien no soy por fuera, y dejando al descubierto de este modo mi interior...
Creo que esto que me pasa es simplemente que me hago mayor, y es que tengo muy a flor de piel la niña que también soy y me aterra convertirme en mi madre, en todas y cada una de las mujeres que conozco mayores que yo, a las que no hago más que sacar defectos. Que no hago más que verlas feas, o flacas, o gordas, y sobre todo vacías. Aunque éso, no sólo me pasa con las mayores...
Lo que más me entristece de esas mujeres que me acorralan de alguna manera, es lo viejas que se han hecho delante de mis narices, lo sordas, cojas, cegatas y huecas que se han quedado sin que nadie haya movido un músculo por ellas, siendo invisibles para casi todos. Para mí no, las miro y las remiro, y muchas veces las escucho con atención. Sus comentarios machistas, xenófobos, torticeros... Cómo las odio y cómo me gustaría arrancar de sus cerebros esos pensamientos tan dañinos. Porque esas mujeres siguen siendo educadoras, sintiéndose orgullosas, paseando cochecitos y diciéndole al nene que no se juega con la sillita de la nena, que no puede pasear a las muñecas, ni hacer comiditas, que lo suyo es el fútbol y los camiones, y que si no quiere jugar con ese nene extranjero, pues mira mejor, porque están por civilizar.
Sé que hay mujeres inteligentes, mujeres audaces, mujeres que se ríen de si mismas y se sienten libres, que no necesitan varón, ni hijos para ser mujeres completas, que saben que son protagonistas de su vida y que nunca van a ser invisibles, porque se aman y los demás lo saben.
Sé que están ahí, pero desgraciadamente en mi cotidianidad, apenas reconozco a un par de candidatas a las que les falta mucho para reunir todos los requisitos.
Tengo miedo de dejarme arrastrar, de convertirme en una mujer sin armas, que con argumentos banales acabe cercada y cercando, amargando a los que me quieren hoy, y me odien mañana.