En 1960, Jorge Luis Borges reunió en un libro una serie de poemas, relatos y reflexiones fantasiosas bajo el título de El hacedor. Casi exactamente cincuenta años después, un autor español, Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967), toma ese libro y lo reelabora a su manera. Ha seguido escrupulosamente cada uno de los relatos y poemas de El hacedor, en el mismo orden, con los mismos títulos. En algunos solo hace pequeños cambios, la mayoría son totalmente distintos. "Lo que he hecho en los cuentos es tomar la idea final que me comunicaba la lectura de los de Borges y escribirla", dice Fernández Mallo. "Por eso muchas veces ni se reconoce el original. Y en los poemas me limité a lo que me comunicaba el título. Un ejercicio de improvisación".
Hay algo que quizá no haya tenido en cuenta Agustín Fernández Mallo al escribir El hacedor (de Borges), remake (Alfaguara) y es que muchos de sus lectores se sentirán tentados de leer (o releer) simultáneamente el original del autor argentino. Cediendo a esa tentación se duplica el interés y se propicia una doble actividad lectora: la de comparar, enfrentar y hasta barajar mentalmente ambas colecciones de escritos, ya de por sí variados. "A Borges lo conocí tardíamente. Como a los veinte años o así. Quizás no lo quería leer porque todo el mundo me decía que era fascinante y tal vez pensaba que me mataría las demás lecturas. Precisamente el primer libro que leí fue El hacedor. Me quedé deslumbrado. Sobre todo porque en aquella época, sin saber todavía que quería escribir en plan serio, tenía ciertas ideas de cómo a través de elementos supuestamente fríos como las ciencias, la astrofísica o las matemáticas, también se podía transmitir emoción. Y de repente leo este libro de Borges y veo que él hace precisamente eso y se me abre un mundo. Compruebo que es posible hacerlo. Entonces arranco por mi camino y a mi manera a trabajar en lo que luego llamé postpoesía y lo que está en mis libros. Es lo que le debo a Borges".
El autor de la trilogía Nocilla convierte al propio Borges en personaje, lo disfraza, lo manipula. Aparecen citados cómics, series de televisión, wikileaks... Cabe todo en esa perspectiva de punto fijo. "Son cosas que están también en mis novelas, referencias de todas partes que yo voy conectando", afirma.
Seguir paso a paso, título a título todos los relatos y poemas de El hacedor, no ha planteado a este autor ningún reparo. "Empecé este proyecto en 2004, al terminar Nocilla dream, antes de continuar con Nocilla experience. En los quince días que mediaron entre ambas. No sabía adónde me iba a llevar ni si iba a continuar haciéndolo. Cada vez que leía una parte se me ocurrían cantidad de cosas para escribir. Ese libro alimentaba mi imaginación y no solo eso, sino que me proponía estéticas que me interesaba investigar. Entonces me dije, voy a hacerlo. No tuve ningún pudor, pero sí un respeto hacia el libro. Miedo tampoco, porque estoy seguro de que cuando uno hace algo honestamente, se justifica. Hay que hacerlo".
En el relato Mutaciones es donde Fernández Mallo da rienda suelta a una de sus obsesiones: los mapas y las rutas que se plantean. En la última parte, el protagonista-narrador va a la isla donde se rodó La aventura, de Antonioni, más de cinco décadas antes. Lo hace premunido de su iPhone en el que va viendo fragmentos de la película para reconocer cada piedra, cada escena. De pronto se encuentra con que Monica Vitti viene corriendo hacia él y lo traspasa en una suerte de encuentro entre ambos frustrado por barreras espacio-temporales. "Mutaciones es para mí un cuento muy definitorio del libro y lo es el momento que mencionas, el de la emoción del encuentro, de la decepción, en el que parece que todos son espectros, espejos. Espejos digitales, en este caso, porque ve la película a través de la pequeña pantalla del teléfono. Ahí está el asunto del no-encuentro, el encuentro con tu doble. Pero yo no diría que ese momento define el libro, o yo no lo había pensado así. Yo escribo sin pensar demasiado, por pulsiones, como escribo la poesía. El cuento de Mutaciones lo veo, y esto lo he pensado a posteriori, como una redefinición de la idea del laberinto a través de tres escenarios. La ruta de Robert Smithson, incluso, puede ser la del land art visto como laberinto. Luego está lo de la central nuclear y finalmente La aventura".
La pasión cartográfica de Fernández Mallo es conocida por sus lectores. "Las cartografías, los mapas, lo que establece un territorio, las derivas en esas regiones, me interesan muchísimo. Soy más bidimensional que tridimensional porque los mapas son una representación de la realidad, pero solo una representación y, claro, ahí juegas como te da la gana. Justamente estaba releyendo un libro de Deleuze y Guattari, Mil mesetas, que habla mucho de la territorialización y los mapas. Mi libro Postpoesía gustó bastante entre los arquitectos. Lo leen como una topografía, como los mapas. Me interesa muchísimo y lo de google-earth también. Me parecía emocionante hacer la caminata de Robert Smithson por Passaic, pero a través de google-earth a ver qué pasaba. Y escribí lo que iba viendo y lo que iba ocurriendo".
Lo que le ha permitido este proyecto literario es ir trabajando, con mayor resolución, con diferentes medios: incorpora fotos, páginas web, música. Hay un conjunto de vídeos realizados por el autor, que acompañan este libro en su versión digital enriquecida (para tabletas iPad, o similares). "Para mí fue, de repente, como si hubiera entrado en un parque de atracciones. Quería ir probándolas todas. He podido investigar más caminos que me interesaban y llegar hasta el final. De hecho, creo que es mi libro más medular. Si exprimes todos mis demás libros -poesía, ensayo y novela- es como el zumo de todos ellos".
El libro de base, El hacedor, es una miscelánea como las originales que surgieron en el renacimiento: una colección de textos variados. Y que tiene mucho que ver con la manera que tenemos hoy de pensar y de vivir. "Se ve que Borges fue un precursor. Él seguía una tradición literaria, la de la miscelánea, con esa parte de conocimiento e información que te llega de diferentes procedencias y estéticas, con las que tienes que armar un conjunto final", comenta. "Hay autores que lo que quieren solamente es valerse de la palabra. Perfecto. Pero yo como escritor he echado de menos, de vez en cuando, el utilizar una serie de herramientas visuales, imágenes en movimiento o recursos sonoros para integrar a mis trabajos. Esto antes no se podía hacer o solo como un anexo, ahora estas nuevas tabletas te permiten hacerlo en conjunto. Voy sacando vídeos que me interesaban, el texto tiene enlaces directos a Internet... Para mí es muy interesante porque redefine la figura del escritor, que ya se convierte en una especie de compositor. Casi como un director de cine que tiene que conjugar diferentes elementos. Todo esto hace que ya no sea un libro normal. Y lo mejor es que eso lo puedes hacer tú en tu casa, no necesitas grandes medios. He hecho todos los vídeos de este libro con una cámara de iPhone. La música la he hecho con un programa que trae por defecto mi ordenador. El hazlo tú mismo, esa artesanía que se da mucho en las artes plásticas, a mí me emociona. El poder tocarlo con las manos. Yo podría haber encargado estas películas a gente de cine, pero quería hacerlo yo porque eso me permitía investigar en la estética de la imagen con mis manos, con mi sonido".