No quiero soñar. Hoy no quiero soñar. He descubierto en mis sueños una clarividencia que me lastima. Premoniciones asesinas me aguardan tras esquinas inventadas. Mi lecho se convierte en el escenario de visiones que no deseo. Las pesadillas son tópicos que se olvidan a los pocos segundos, al despertar. Pero mi sueño no concibe pesadillas. Mi sueño concibe conjeturas, perspectivas cercanas a la realidad. Y eso me aterra. No sueño, no imagino; veo. En ocasiones me siento inmovilizado por el pavor ante las situaciones que he supuesto, sin poder mover un solo músculo. Hago esfuerzos sobrehumanos por liberarme de esa parálisis imaginaria que me angustia y no lo consigo. Quisiera gritar, pidiendo auxilio y mi boca no alcanza a describir más que una mueca ridícula, ausente de sonidos – Estás soñando – me digo – Puedes moverte en cuanto abras los ojos – pero es inútil. Siento todo a mí alrededor. Puertas que se abren y se cierran, perros que ladran en la lejanía mientras yo continúo preso de mi horizontal impotencia, abandonándome a lo inevitable. Aunque intuyo, dentro de la misma desazón, las connotaciones cómicas de ese contexto inventado por mis neuronas en reposo. Alguien desfila frente a mi cadáver onírico y me compadece – Pobre hombre, parece que está vivo – Y yo le grito, desde mi silencio – ¡Imbécil! ¿No ves qué estoy fingiendo? – para, después, esbozar una sonrisa triunfadora. Y la risa actúa como el antídoto perfecto para la liberación de mi falsa perlesía. Y me río, estentóreo jolgorio que despierta a mi vecino – Haga usted el favor de callarse – protesta. Casas de cristal, paredes de papel; la intimidad ha perdido sus valores. No me disculpo. No es mi negocio especular con el grosor de los tabiques. - ¡Eh! – Llamo a una sombra que me ha parecido vislumbrar en el amanecer que apunta en la ventana – Demasiado temprano – me conforto. Aún deben faltar un par de horas para que esto termine. Después saldré a la calle a comprobar en qué no me he equivocado. Pero, para entonces, ya estaré despierto. Ya me habré vuelto solidario con la razón y negaré los sueños que tanto me aterran. Hasta que, de nuevo, me mire en un espejo y me vea reflejado persiguiendo mi propia sombra. Refugiándome tras las esquinas inventadas. Escondiéndome de mis premoniciones. Angustiado por mis conjeturas. Por eso, hoy no quisiera soñar. No sea que despierte antes de convencerme de que todo ha sido un sueño.