Existe una doctrina que señala que el egoísmo es algo malo y que su opuesto, el altruismo, es algo bueno.
Según la Real Academia Española, el egoísmo es un inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás. Si buscamos la definición de altruismo, encontraremos que es diligencia en procurar el bien ajeno aun a costa del propio.
La verdad es que todo esto me hace ruido, un ruido muy molesto.
Porque si según la RAE, cristianismo significa conjunto de los fieles cristianos y oscurantismo significa defensa de ideas o actitudes irracionales o retrógradas, no entiendo lo del amor excesivo por uno mismo. Quiero decir, el cristianismo no es un excesivo conjunto de fieles, y el oscurantismo no es una excesiva defensa de ideas irracionales.
Coincidimos en que la terminación -ismo indica preferencia o prioridad. El cristianismo, entonces, es preferencia por Cristo ante los demás dioses. En este orden de cosas, el egoísmo vendría a ser preferencia por uno mismo ante los demás humanos.
Cuando alguien no comparte algo o no ayuda a otra persona, se dice que ese alguien es egoísta. Pero quien no comparte es mezquino, y quien no ayuda es insolidario. El egoísta se prefiere a sí mismo. Punto.
Volvamos a los altruistas, personas que buscan el bien ajeno aún a costa del propio. Recuerdo a la Madre Teresa de Calcuta, una mujer extraordinaria que cargaba leprosos sobre sus propios hombros. Ella era un ejemplo de altruismo.
Pero si alguien le hubiese preguntado si ella era feliz (o si sentía paz, o si se sentía buena persona, o si sentía que lo que ella hacía era una gota en el océano, pero que al océano le faltaría una gota si ella no hiciera lo que hacía) ella hubiera respondido que sí. Y me atrevo a afirmar esto porque no puedo creer que alguien insista en cargar leprosos si ese hecho le produce mal humor o sensación de vacío. La Madre Teresa debía pensar que sus acciones formaban parte de su misión en la Tierra.
De SU misión. Entonces, el fabuloso altruismo de esa mujer tenía su raíz en su propio egoísmo. En su amor a sí misma. Un amor que era tan grande que la desbordaba y que le alcanzaba para compartirlo con los leprosos y demás necesitados.
Porque sólo a partir del egoísmo se puede ser solidario y amable y manantialmente amoroso. El altruismo no es más que la cara políticamente correcta del amor a sí mismo.
Salvando las kilométricas distancias (yo jamás cargaría un leproso) voy a ser egoísta y voy a elegir el mejor sillón frente a la chimenea.
Y voy a dejarte un lugar al lado mío, porque mi amor me desborda tanto que puede que llegue hasta vos.