SOMBRAS. FLORES
(Hipótesis nula)
Mi alma crece silenciosa hacia un lugar incierto.
Juan Carlos Mestre
I
La noche se hace selva en la pupila egipcia del leopardo.
Una contráctil noche de frío y de calor:
la noche de Eritrea y de Himalaya.
Crece mi flor de hielo en un campo de minas.
Una rosa quemada que enternezca tu sepultura blanca.
Germánica amapola, cuya sombra neutralice las sombras.
La noche se hace Congo en la pupila delta del leopardo.
Crece un narciso verde con piel de yacaré.
Y un iceberg gladiolo en el asfalto ardiendo.
Magnolias y caléndulas para las catacumbas. Rosas estalactitas.
Se alimentan las flores de esta noche / clausurada para el significado.
En la noche leopardo, mi palabra es la sombra
en flor; y su extensión,
una pampa con su ferrocarril.
Su estatura, la misma / de la noche mirando a los felinos
hambrientos boreales;
mirando como brota mi palabra, en las simas de Zaire,
como una margarita subterránea.
“Pasión” será su nombre de flor.
No pienso en otra cosa que en rugirla
como piedra que quiere ser lanzada.
Ninguna flor es fácil para mí. Para mí que soy piedra. Yo, mineralizada
en seco ecosistema. Yo miméticamente
bajo una cruzada de pedruscos.
Yo, que sólo conozco la violencia
de una piedra comida por las flores.
HILOS
(Tautología)
Mi madre hablaba como la aurora
y como los dirigibles que van a caer.
Vicente Huidobro
Madre Costurera.
Nuestra Señora de la Máquina Sigma.
Madre Manos Curtidas con Olor a Lejía.
Madre de la Barbilla Hincada en la Pechera.
Nuestra Señora Mascadora de Hilos.
Para cazar de noche, me quedan tus bobinas.
En mis ojos de irbis, la mujer de interior, madre hilandera
recosiendo la carretera estrecha
y ciudades perdiéndose por ella,
y los chopos oscilando en el viento
como el público en un antro de jazz,
y los postes de luz muy abiertos de piernas
como un sheriff federal de Santa Fé.
Tú, mi santa hilandera nocturna que musita
con su hilo de de voz, con su ca . rrete azul,
requeteazul
celeste
para hilvanar, sobrehilar
y para echarle
pespuntes a la gloria, que no caiga
la Virgen del Consuelo,
la virgencita buena
que nos casó un verano en los cuarenta.
Virgen de capa nívea, de los ojazos negros.
Virgen del pueblo blanco
y del río coleccionista de ahogados.
No vayan a caerse ni santos ni los muertos.
Que no se desbarate la montura del cielo.
Cantar.
Coser.
Una bobina blanca inmaculada.
Se humedece, se enhebra.
(La pureza precisa buen repaso:
blancura de azucena, cal y talco).
He jurado tres veces que te quiero.
(La hora del rocío.
En los tres escalones del pozo con brocal.
¡Eso sí fue quererse en nuestro patio,
con muros reventando de macetas!)
Mírame con los ojos quetequiero.
Aunque sea por decirme que pronto me abandonas.
Urdir.
Enredar.
Hilo negro por dentro,
para dentro,
por todo, todo el cuerpo.
¡Y qué exageración!
¡Y qué barbaridad!
Negro es el hilo de araña que acecha.
Puerca hilandera. Mal rayo le parta.
Amarillo es el camino que llevo:
otoño y lluvia ácida.
Quiero ir a buscarte yo a la nada.
Yo sola, recosiendo con mi hilo.
Todo vale, menos resignación.
Tejer.
Mallar.
Mil leguas yendo a ti.
Me respondes rasgando la tela que recoso.
Ay, carrete amarillo:
hojas muertas por todo este camino.
El sol, carrete rojo.
Todo el carrete entero.
Hilar.
Ovillar.
Marrón era tu piel en la feria de agosto
debajo de la sábana bordada.
Marrón de morena. ¡Ya lo creo!
La vida y la muerte.
Coser y cantar.