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ISSN 1989-4163

NUMERO 11 - MARZO 2010

 

El Gallo de las Monjas

Joaquín Lloréns

Autor: Aureliano López Becerra. (Desperdicios). La editorial vizcaína. 1947. 15 ptas.

Rebuscando entre mis vetustos libros, esta vez le ha tocado el turno a “El gallo de las monjas”, de Aureliano López Becerra, también conocido como “Desperdicios”; escritor consuegro de mi abuelo Isidoro, a quien dedicó el ejemplar que ha acabado recalando en mi biblioteca. Si llegué a conocer a Aureliano, padre de mi tío Eduardo, debió ser en mi primera infancia, con lo que no guardo el más mínimo recuerdo de su fisonomía, aunque sí algunas de las anécdotas de su vida, que no tienen “desperdicio”. Es curioso que guardo memoria, más de las suyas, que de la mayoría de los integrantes de mi propia familia sanguínea.

Pertenecía a una familia de la alta burguesía de Oñate, pueblo guipuzcoano en el que radicó desde el siglo XVI hasta inicios del siglo XX, la única universidad del país vasco. Del autor, sólo os comentaré tres brevísimos datos y anécdotas.

Fue director de “La gaceta del norte”, periódico principal de Bilbao hasta los años sesenta y descubridor en la calle de un jovenzuelo que pintaba en las paredes. Le ofreció trabajo como ilustrador en el periódico para que dejara de manchar las calles y sacara aprovechamiento de sus habilidades gráficas. Sus viñetas aún salen a diario en “El correo vasco-El pueblo español”, periódico más popular de Bilbao. No existe el bilbaíno que no conozca a Olmo y su personaje “Don Celes”, inspirado en el propio Aureliano.

En “El gallo de las monjas”, Olmo dibuja la portada e incluso añade al final del mismo varias tiras cómicas de Don Celes, en una de las cuales, el protagonista es la nevera Frisán, que fabricaba mi abuelo en Beltrán Casado y Cia.

Durante la guerra civil fue encarcelado y se salvó de ser asesinado, junto con otros muchos, cuando una turba invadió la cárcel. Todo gracias a que se refugió en el último piso con otros pocos y, cuando ya subían, después de haber ajusticiado a los demás presos políticos, los que allí se habían refugiado, cogieron las bombillas de las lámparas y comenzaron a arrojarlas por la escalera. Los “aguerridos” criminales pensaron que eran granadas y no se atrevieron a subir, con lo que, los allí parapetados, salvaron la vida. Después de tan agitado hecho, consiguió, con la ayuda de varios
médicos amigos, que le declaran loco, pasando parte de la guerra en un manicomio dirigido por monjas. Fruto de tan excéntrica experiencia, publicaría después “Al manicomio de ida y vuelta”.

La última y más dolorosa de las anécdotas se refiere a unos años después de la guerra civil, cuando tomó más fuerza el llamado “Indice”, lista de los libros prohibidos por la iglesia. Mañaricúa, quien acabaría siendo rector de la afamada universidad de Deusto, convenció a Aureliano, no sé con qué artes, de que los libros de su extraordinaria biblioteca que aparecían en el famoso Indice, debían ser destruidos. De ese modo, montaron una pila de libros que incluían numerosísimos incunables y primeras ediciones y le prendieron fuego en el patio de la casa familiar. En fin, una de las múltiples y desafortunadas consecuencias de aquella cainita guerra.

En cuanto al libro que traigo hoy a colación, “El gallo de las monjas” tiene dos partes muy diferenciadas, aunque ambas rezuman el mismo humor amable y sin aristas incisivas de la época:

De un lado, el relato de vivencias del autor; en especial, la referida a una operación de extracción de una piedra de riñón y que da título al libro, dado que las monjas en aquellos años constituían el personal auxiliar de las clínicas. En la que fue operado, tenían como despertador natural a un gallo que casi volvió loco a nuestro “Desperdicios”. En sus textos autobiográficos -gran parte de su producción literaria-, es donde encontramos al mejor "Desperdicios ”. Están llenas de un humor sencillo, auténtico, con suave ironía y cuyo efecto hilarante no ha desaparecido con el tiempo, sino que se ha visto incrementado tras estos, más de cuarenta años, transcurridos. Hechos que en esa época les parecían increíbles, hoy forman parte de la vida diaria y sus comentarios al respecto nos provocan una sonrisa equiparable a la que genera la ingenuidad de
un niño. Su referencia a un electrocardiograma y a las radiografías, como algo realmente novedoso e inextricable para el enfermo neófito, son en verdad enternecedoras.

La segunda parte del libro se centra en diversos anuncios leídos en la prensa que, en su mayor parte, no tienen gran interés para el lector de hoy en día. Sí que lo tienen las diversas anécdotas que él añade como aderezo a muchas de ellas y que reflejan un mundo apenas lejano en un sentido histórico, pero distante tras el trepidante desarrollo tecnológico y social de las últimas décadas.

Entre las que más pueden llamar la atención, está la del viejo y voraz carabinero del muelle de Ripa (un muelle de la ría de Bilbao), “que no tenía el menor inconveniente en comerse una cazuela de bacalao en el sentido más amplio de la palabra. Quiero decir, que primero se comía el bacalao, rebañaba la salsa y, de postre, se comía la cazuela, siempre que ésta fuera de barro. Todavía no se ha atrevido con las de aluminio, aunque había hecho ensayos muy alentadores”.

Otro de los anuncios de verdad interesantes que se cita, y luego adorna, es el siguiente:

“GUARDAS

Se necesitan dos en la dehesa de Villaester de Abajo.

Inútil solicitar dichas plazas sin certificado de haber cumplido diez y ocho años de condena en cualquiera de los penales de Ceuta, Santoña o Cartagena.

Diríjanse las solicitudes, al dueño de la finca, señor marqués de Velasco.”

Igual que haríamos hoy cualquiera de nosotros, “Desperdicios” se pregunta el porqué de tan extraño anuncio y elabora diversas hipótesis. No obstante, en un capítulo posterior, reconoce su falta de acierto y nos relata cómo, a través de un amigo íntimo del tal marqués de Velasco se desvela el misterio. Al igual que él, al conocer las razones de tan singular anuncio, el lector no puede sino admirarse del marqués y de su “profundo sentido del mejor humor legítimamente español”.

No podía cerrar esta crónica sin dejar de referirme al relato de una de las jornadas más relevantes de la hoy totalmente olvidada Venerable Sociedad de Petómanos Reunidos de Bilbao. A finales del siglo XIX y principios del XX, sociedades de dicha índole florecieron por gran parte de Europa. En mi caso, sólo tengo dos referencias de tan sonoras sociedades: de un lado, la del libro del que trato hoy. De otro, la película “Le Petomane”, basada en la vida del gran petómano Josep Pujol, quien incluso llegó a actuar con éxito en teatros y a grabar discos. Por un azar, contemplé con adolescente perpejidad dicho film en Exeter, Devonshire, gracias al doble programa que en aquellos años proyectaban en el cine de la ciudad y que completaba la de la película que, en realidad, yo iba a ver, y que no era otra sino la afamada en aquellos años, “Emmanuelle 2 la antivirgen”. Reconozco que volví a ver la sesión, pero en esta ocasión, con el interés centrado en “Le petomane”.

Creo que este capítulo del libro, por lo alejada hoy de nuestro contexto, merece la pena ser recordado, así que os la dejo en un fichero para que podáis recrearos en su extemporaneidad y gracejo.Aquí lo teneis.

En cuanto a “Le Petomane”, Agitadoras se complace en ofrecérosa, aunque también la podéis ver en la web de su actor principal http://www.leonardrossiter.com/Videos.html#Petomane.

 
 

Sotana

Vídeo Le Petomane desde Agitadoras

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