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NUMERO 00 - MARZO 2009

 

Letras después de la Bomba

Gabriel Rodríguez

El filósofo alemán Theodor Adorno se preguntaba si era posible escribir poesía después de Auschwitz. Es cierto que más tarde matizó la pregunta y que atribuyó el revuelo a interpretaciones deficientes, pero eso ya era lo de menos. La cuestión quedó flotando como espada de Damocles sobre las gargantas de la intelectualidad europea.
Por supuesto, el problema es puro pasatiempo intelectual. Si vamos a ello, ya sabíamos que no se podía escribir después de, por ejemplo, Cervantes o Rimbaud. El primero ridiculiza todo novelista anterior y posterior y el segundo demuestra que quien se acerca demasiado a la poesía (pero de verdad) se abrasa y/o se estampa contra el suelo como un Ícaro iluminado.
Pero si vamos a lo práctico, el novelista japonés Kezaburo Oé demostró que sí se podía escribir después de Hiroshima. Es decir, no escribir obviando lo que había ocurrido en Hiroshima, sino hacerlo desde la nueva perspectiva que ofrecía la realidad. Así Oé propone un vertiginoso expresionismo, donde desnuda la individualidad de dentro a fuera hasta confundirla con la conciencia colectiva de la derrota.
Ya había dado pistas con sus dos primeras novelas, La presa y Arrancad las semillas, fusilad a los niños. La presa es una novela corta de impecable ejecución formal que narra lo que sucede en una aldea tras la captura de un piloto negro; En Arrancad las semillas Oé vuelve a utilizar a la infancia como modelo de la sociedad adulta mediante la huida imposible de los adolescentes de un reformatorio.
En 1963 su perspectiva vital se ve alterada al ser padre de un niño con retraso mental. La catarsis literaria se hace patente en Una cuestión personal. Oé indaga en su interior como un Dostoyevski rabioso. Seguramente Oé, que se ha doctorado con una tesis sobre Sartre, piense en algún momento que en París el existencialismo no es más que un mero juego de café de charla ebria y sexo rápido y banal, mientras que el Japón de posguerra es un país humillado y atormentado en el que sólo queda la deriva nihilista.
A partir de entonces su mirada será la del deforme y la del excluido. De ese mismo fango visceral nacerán El grito silencioso y los relatos de Dime cómo sobrevivir a nuestra locura. Las páginas de Oé son para quien se atreva a compartir ese ojo único. El lector no saldrá indemne. Pero de eso se trata.
(La pintura es Garden at Hiroshima, Autumn, de Standish Backus.)

 

 

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