EL COMEDOR DE PIEDRAS
Autor: Davide Longo.
Editorial Lengua de Trapo
“Mucho antes del alba entendí que estaba tratando de enfocar una cosa que sabía desde siempre, esto es, que el coraje es una forma de constancia y que, por encima de todo, el cobarde se abandona siempre a sí mismo. Las demás bajezas llegan siempre por sí solas”
Cormac Mc Carthy, “Todos los hermosos caballos”
¿Qué significa vivir al margen? ¿Cómo puede cambiarnos la vida el hecho de vivir en una aldea perdida de Dios, en una sociedad cerrada que sólo se preocupa por la supervivencia? En esta novela, Davide Longo hace una profunda reflexión sobre las vidas de unos seres que se alejan de los cauces habituales de la existencia empleando un estilo duro, asalvajado, cuyo mejor recurso es, sin duda, una certera utilización del silencio y la mirada. La novela cuenta con todos los ingredientes para procurar al lector una buena ración de desasosiego: Lo que a primera vista parece una novela negra ambientada en el medio rural se nos desvela después como una profunda reflexión sobre el significado de lo que es vivir fuera de la ley, ensimismado y de espaldas al mundo. Entre árboles, nieve y frío, mucho frío, los seres del valle encajan con exquisita naturalidad la muerte de animales y personas, la falta de información, ambición y perspectiva, la carencia de lo más básico. Y lo hacen sin tristeza y sin rebeldía; a fin de cuentas, no han conocido otra cosa.
Al irme adentrando en sus páginas, en esta historia aparentemente simple de cadáver, mentira y rencores viejos, volví a paladear la grisura de ciertos inviernos – lejanos ya- en la zona de los Ancares, donde conseguir un buen fuego y alimento en condiciones se convertía en el único objetivo de interminables jornadas pintadas de blanco, donde el aullido del lobo y el crujido de los árboles tumbados por el viento constituían las notas básicas de una apocalíptica banda sonora. Aquí, Davide Longo consigue, mediante la utilización de un vocabulario de uso corriente, rehuyendo todo artificio, que sintamos con él el repelús de las sábanas húmedas al acostarnos, el miedo de quien asciende por la montaña sabiéndose observado, la sensación de animalidad triste de quien fornica con una desconocida y un minuto más tarde cae profundamente dormido sobre los tablones del suelo. Sus personajes son ásperos y están acostumbrados a la sangre, son gente de pocas palabras y mucha iniciativa, amiga de guardar secretos. En este marco, poco importa a qué se dedique cada cual, nada importan esos seres marginales que intentan alcanzar Francia huyendo a través del monte, ayudados por “el pasador”. Huelga decir que su destino no le quita el sueño a nadie. En realidad, uno tiene la sensación de que vida y muerte en este valle del Piamonte son dos caras de lo mismo, y que estar en una o en otra se contempla con indiferencia. “El comedor de piedras” es una de esas novelas, nada previsibles, que se recuerdan mucho tiempo después de haber sido leídas, que apetece retomar aunque la traducción del italiano, a mi juicio, es mejorable.