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ISSN 1989-4163

NUMERO 134 - VERANO 2022

 

La Vida que no Tira

David Torres

Cuando un habano no tira, hay que dejarlo estar, apartarlo y encender otro. No es lo habitual si lo has comprado en un estanco de confianza, pero de vez en cuando ocurre, lo mismo que un gatillazo, un invento léxico magnífico para una experiencia más bien penosa, el equivalente fisiológico a que a un pistolero le falle el revólver en el momento del duelo.

Una vez me enseñaron a devolver a la vida un habano atascado a base de caricias y masajes, una delicada operación en la que se palpa el nudo que impide la respiración del tabaco y se procede a deshacerlo suavemente. No es muy recomendable si no se tiene experiencia, práctica y mucha mano izquierda.

Recuerdo a un amigo con un humidor de ésos más grande que una nevera, un humidor enorme donde parece que haya que entrar descalzo y tengas que ponerte a saltar sobre los puros como si fueran troncos inmóviles sobre un río maderero. Con tanto material, las posibilidades de un fracaso aumentan exponencialmente, más aun cuando los acumula allí sin orden ni concierto: tarde o temprano tropieza con un habano que hace mucho tiempo que dejó atrás su momento de gloria. Pero mi amigo no se enfada ni se desanima, todo lo contrario: se lo toma como un contratiempo, una cita que le da calabazas.

Hace cosa de un año, me dijo que a un habano que no tira hay que tratarlo como a un amigo que se enfada, dejar que se apague y esperar que se le pase el cabreo, esperar el tiempo que sea necesario. Me lo dijo mientras me convidaba a un Trinidad Fundadores, uno de los pocos Habanos que guarda para ocasiones especiales y que tiraba a la perfección. Yo le dije que con el amigo vale, pero que por mucho que esperase, el habano se iba a quedar igual que una tubería atrancada. No había problema en bajar al estanco y pedir que lo cambiaran después de mostrar el problema al estanquero. A fin de cuentas, hay estanqueros que son mecánicos del tabaco.

Replicó que yo tenía poca fe, que un puro no es un simple objeto sin alma, sino un amigo, y cuando un amigo te falla, no vas y lo reemplazas por otro. Luego dejó su Trinidad -que humeaba gloria bendita- sobre el cenicero, entrelazó las manos detrás de la nuca y se echó hacia atrás en el sofá. Mejor tomarse las cosas con calma, dijo. Desde que empezó la historia del coronavirus era como si fuese su propia vida la que no tirase. Su mujer le había abandonado un par de meses atrás, los negocios no le iban muy bien, no tenía mucha idea de cómo seguir adelante. Le amedrentaba la idea de empezar de nuevo, tan mayor, después de los cincuenta. Le pregunté si había ido al psicólogo para pedir consejo y negó con la cabeza. No, no he ido al psicólogo, para eso tengo mi estanquero de guardia. Además, nunca hice un amigo en una farmacia.

 

 


 

 

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