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ISSN 1989-4163

NUMERO 134 - VERANO 2022

 

Donde Nacen las Mariposas

Caroline Cruz

Negación
Mi menstruación llegó por primera vez a mis 13 años. Ya sabía de qué se trataba, y cuando vi mi ropa íntima manchada con sangre, exclamé un “¡oh no!” mientras algunas lágrimas salían de mis ojos. Con el calzón a la altura de las rodillas, busqué a mi madre.

- ¡Mira, mamá! – Ella bajó la mirada y subió la sonrisa; primerosonrió con los ojos, después mostró los dientes. - ¡Te convertiste en mujer,Carol!”

Al menos alguien estaba feliz…

El día siguiente a mi menarca fue melancólico. Tan frío y nublado quehasta parecía que la noche había sido parida de forma prematura, a las dos dela tarde. De alguna forma sabía que mi estado de ánimo tenía que vercon la sangre que salía por mi vagina. No pude procesarlo
rápidamente y, para ser honesta, aún estoy procesando todo…
Parecía no haber estudiado lo suficiente para saber qué tenía quehacer desde entonces.
Trece años.

Después de poco tiempo, el cuerpo metamorfoseó y, lo que empezócomo una transformación gradual y suave, luego se convirtió en untsunami que llegaba desde el horizonte y no podía ser detenido. Entoncesme rendí; cedí espacio al cuerpo que exigía cambios.

Ira.
Tampoco bastó mucho tiempo para que hombres mucho mayores que yoempezaran a mirarme de una manera que dialogaba con un lugar de miedoprimitivo e instintivo. No solo por la forma, sino también porque lesgustaba exhibir aquellos ojos. No era sutil.Un día, un amigo de la familia, que tenía la edad para ser mi padre,comentó que “ya era hora de empezar a jugar…” con una sonrisamaliciosa estampada en su rostro. En aquel momento entendí la
urgencia que todos parecían tener al preguntar si yo ya habíamenstruado o no. La sangre era la prueba de que yo ya no era una niñay ahora ellos tenían pase libre para intimidar mi cuerpo como bienquisieran. Cómodos. Ellos depredadores, yo caza; comencé a evitarles.

Una red de apoyo se abrió para mí en el liceo. No sé si existía previamente, pero era, a lo menos, imperceptible para las que aún no habían menstruado.Era como un club secreto donde solo entraba quien tenía la contraseña:“amiga, puedes ver si estoy manchada?” Los comentarios eran siemprecargados de vergüenza, como si no fuera una temática que merecieranaturalidad. Las toallas higiénicas eran traficadas como paquetes decocaína.
En un día soleado, y me acuerdo porque no había una sola alma con unabrigo en la escuela, menstrué. El chorro de sangre fue expelidodespués de estornudar y pasaron apenas segundos para que sintiera micalzón mojado en contacto con mi piel. Esta misma sensación pasó y
va a pasar muchas veces durante mi vida, pero como cualquierprimera vez, entré en pánico.

Mi intento por esconder la mancha fue en vano y, aquella tarde, todoslos cabros me gritaban palabras de odio por dejar la sangre a la vista.Las chicas armaron algún tipo de defensa, pero la hostilidad era tantaque todas nos silenciamos después de un rato.

Mi enojo por todo este asunto fue ganando proporciones significativas.Recién había empezado y ya quería la menopausia. Tanto odio en mipecho me hizo pensar en todas las posibilidades de acabar con el asunto. No quería menstruar más y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguir mi objetivo.Hice lo que cualquier adolescente haría…

Llegué a mi casa en un estado de trance absoluto, encontré un cuchillopuntiagudo y afilado y me metí en el baño. Lloraba mucho. Delantedel espejo, pequeño y redondo, corté las puntas de mis dedos y repetí,“ven, llévate mi sangre y te doy mi alma a cambio” por siete veces. Era un ritual de invocación. La gota desangre corría por mi dedo índice y tan pronto hizo contacto con la superficiedel lavamanos, entendí que la invocación había finalizado. Me veía
en el espejo, pero sabía que estaba delante de él, aunque viera mipropia imagen en el reflejo.

Mi voz hizo eco en el espacio: ¿Estás segura de que quieres esto?Le señalé que sí y escuché un “está bien”, seguido de una risa burlonaque no me hizo sentir miedo, ya que salía de mi propia boca.

Dejé de menstruar. El pacto con Lucifer había funcionado y yo estaba condenada a residir eternamente en el infierno, pero disfrutaría de toda una vida sin menstruar.
El primer mes fue de puro alivio, pues no tenía ninguna fe de que el pacto hubiera surtido efecto. Me sentía tan libre que vivía, irónicamente, como si estuviera en un comercial de
toallas higiénicas.

El segundo mes fue más complejo, empecé a digerir la idea de pasar toda la eternidad quemándome en el fuego del infierno y, obviamente, el miedo de morir me poseyó. No podía darme el lujo de fallecer. El cuerpo comenzó a reaccionar al pacto y mi cara se convirtió en un campo minado de espinillas, los pechos super hinchados y la sospecha de que estaba embarazada surgió cuando dejé de pedir toallas a mi madre.
Mamita lidiaría bien con una hija vendida al Demonio, pero con un embarazo en la adolescencia, ¡no!
Al final del tercer mes, ya no dormía. Escuchaba la risa burlona siempre que intentaba descansar. El Capeta estaba disfrutando con mi sufrimiento.

Negociación
Exhausta, en el mismo espejo en que la vendí, fui a reivindicar mi alma de vuelta.Oré y pedí para que alguien, un adulto, preferentemente, interviniera a mi favor.Aquella noche soñé que caminaba por un valle oscuro, con lama y muy nebuloso. Perdida, anduve por horas con un cuchillo enterrado en mi cuerpo a la altura del útero. No dolía, pero no lograba quitarlo.
Entonces, me encontré con un lago y el agua era roja como sangre. Allí me incliné y vi a alguien en mi propio reflejo: Jesucristo.
“¿Por qué?” me preguntó. 
“No aguanto más...” contesté. “¿Será siempre así?”

Él se rió y dijo que yo aún no había descubierto el misterio pero que,en algún momento, este se revelaría. Sacó el cuchillo de mi guata y susurró “Vete y no peques…”

Depresión
Desperté menstruadísima; sangre por todos lados, como si aquellago rojo hubiera sido transportado a las sábanas blancas de mi cama.
Nunca hice las paces con el asunto; la menstruación me quitó espacio,apretó y sofocó. Significó mucha pérdida y a la vez me deprimí.

Aceptación
Conversando con una amiga, sin saber muy bien cómo terminar estetexto, le pregunté: ¿hay algo positivo en menstruar? Ella pensó pormucho rato y luego dijo un seco y muy chistoso “nada”. Completó suraciocinio y, sin percibir, dio un lindo discurso sobre la aceptación.

“Sabes... estoy cansada de luchar contra la menstruación.Entonces, estoy aprendiendo a amarme con ella, a gustarme con lamenstruación porque será parte de mí durante mucho tiempo… ¡es así!Ya conozco las herramientas que necesito para lidiar con ella y lo hago desde unlugar más empático conmigo misma. No voy a echarme la sangre en la cara,hacer máscaras… o ponerla en las plantas, no… pero he aprendido agustarme, aunque esté menstruada… Ya basta de todo el odio direccionadoa mi cuerpo que proviene desde afuera, de la historia… Estoy cansadade odiarme; entonces... acepto. Yo me acepto.”

La manera en la que dijo todo eso fue como si revelara un gran misterio.

 

 

 


 

 

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