(O elogio del Cromosoma Extra)
Lo decía Auden en algún poema: Todos nacemos de un padre y de una madre, pero ¿de dónde sacó Jesucristo ese cromosoma extra?. He aquí la clásica pregunta que me viene de vez en cuando al pensar en Bob Dylan. ¿Cuál es el misterio?. Desde que apareció en escena hace sesenta años, su país ha dado media docena de compositores-y por supuesto cantautores-más inspirados que él. Su mejor álbum, sea el que sea, no es tan bueno como el mejor de cada uno de ellos, con James Taylor al frente. O Bruce Sprongsteen. Para colmo Dylan es un músico mediocre y un flojo cantante. No pasaría el corte en ninguno de los programas actuales de caza- talentos sonoros.
Pero, ah, gente linda, el tipo come aparte porque tiene ese cromosoma extra. Como el Jesucristo de Auden. Me lo hizo ver mi amada tía Fina, a mediados de los años Sesenta, en su piso de la calle General Mitre en Barcelona, con aquellos discos acústicos de una pureza franciscana, tipo "Freewheelin" que aún cortan el aliento. Me lo hizo ver mi padre cuando se compró a petición mía, quede claro, yo tenía nueve años, el "Blonde on Blonde". Todavía recuerdo a Papá, fulminado en el salón de casa, desgranando la letra de "Just like a woman", la mejor canción de Dylan, from far, aunque la mía de ese disco inolvidable era "I want you", una declaración de amor reiterada y mántrica, que el poeta José Carlos LLop y yo cantamos años después en la sobremesa del puerto de Valldemossa, mientras su mujer y mi santa de turno alucinaban con el espectáculo bajo la noche estrellada.
A partir de ahí, docenas de momentos y varios álbumes más para la historia. (Yo amo por ejemplo el "John Wesley Harding", del que la gente pasa incomprensiblemente de largo) Pero siempre he encontrado en Dylan ese raro cromosoma extra que me hacía comprender que estaba delante de un genio, precisamente porque no era de los míos, porque me quedaba lejos, porque sus letras eran difíciles y cambiaron mucho con el tiempo, así como su estética de sobrino de Woody Guthrie a estrella del pop, con gafas negras, y luego vuelta a empezar, con sombrero de peli de Sam Peckinpah.
Lo dicho, un pirado, un marciano, un judío loco tocado por la gracia. Ochenta años. ¿Por dónde seguir? Papá muerto, la tía Fina, mamá, no pocos amigos con los que escuché Dylan, los viejos amores, los muchos errores...Y el tipo allí, como el caballero inglés de la etiqueta del whisky Johnny Walker, mogollón de años en pie y marchando hacia la eternidad y un día. O como el primer día. Happy birthday, Bob. Por los servicios prestados a la causa, sean lo que sean los servicios y lo que sean las causas. Nunca se sabe.