Breve introducción: Cómo llegué a La guerra de los mercaderes.
Mi periplo como lector hasta llegar a La guerra de los mercaderes debe de ser similar a la de muchos otros lectores impenitentes. Comencé en la infancia leyendo los cómics de El capitán trueno y El jabato. Poco después di el salto a las novelas de Salgari, Enid Blyton y las selecciones de Hitchcock. Ya en la juventud tocó la hora de leer “lo que había que leer”. Los clásicos: Quevedo, Dostoiewski,Hugo, etc. Los contemporáneos: Gide, Delibes, Borges, Beckett, etc. Este período se prolongó durante unos cuantos años. Después vinieron los viajes de trabajo y las lecturas de best sellers comprados a salto de mata en los aeropuertos. Y por fin, hace ya unos lustros, llegó el momento en que olvidé las lecturas del momento, que hay que leer para estar al día en las tertulias literarias, que apenas he frecuentado. Volví a mi selección de lecturas que tantas sorpresas agradables –y alguna desagradable– me habían dado en mi juventud, aunque ahora sustituyendo la librería física por la cibernética. Ir husmeando por los anaqueles –ficheros– hasta encontrar un libro cuyo título y sinopsis me interesara. Y así llegué, de casualidad, a La guerra de los mercaderes.
La guerra de los mercaderes (1991) es una novela de ciencia ficción distópica de Frederck Pohl (1919-2013). Es la continuación de Mercaderes del espacio (1953) de quien Kinsley Amis dijo que “podría ser llamada la mejor novela de ciencia ficción”. La guerra de los mercaderes revisita un mundo futuro en el que las empresas y, sobre todo, la publicidad ha sustituido a los gobiernos. Las empresas publicitarias ostentan el poder y no escatiman medios coercitivos para forzar a las personas a desear compulsivamente cualquier producto, sea de la calidad que sea.
Su protagonista es Tennison Tarb y comienza con su trabajo en Venus, donde sus habitantes se niegan a incorporarse al demente mundo consumista de la Tierra. Para ello, las empresas publicitarias no escatiman esfuerzos en sabotear la economía del planeta. Finalmente, mediante un bombardeo hipnótico, consiguen forzar a los ciudadanos del planeta a comportarse como buenos consumistas. Esa parte finaliza con una serie de incidentes diplomáticos generados por Tarb que hacen que lo expulsen del planeta y que sea atropellado justo antes de su marcha.
Cuando regresa a la Tierra, sus penurias aumentan de modo exponencial. Al pasar por la calle, cae inadvertidamente en una trampa publicitaria de Moka-Kola (es difícil no ver su similitud con Coca-Cola) y se convierte en un consumidor compulsivo de dicha bebida, lo que tiene como efecto que, de ser un alto ejecutivo de una empresa publicitaria, se convierta en un paria consumidor. Lo expulsan de la empresa, se enrola en el ejército y acaba expulsado de nuevo. De ese modo, Pohl nos muestra la otra cara de ese mundo: el de los consumidores plebe, sin apenas recursos y con solo una obsesión: consumir todo el día los productos basura que nos venden.
Ya, en lo más bajo de la sociedad, lo intenta todo para volver a llevar una vida normal, pasando por curas de desintoxicación y accediendo finalmente a tomar drogas ilegales que le permitan quitarse su desaforadamente compulsivo deseo de consumir Moka-Kola. Y poco a poco, en su lento y agónico ascenso, se ve inmerso en una conspiración para destruir ese despiadado mundo del consumo compulsivo que él mismo acaba por desequilibrar.
El mundo que Pohl describe es terriblemente semejante al nuestro, con la publicidad engañosa, la obsesión de crecer gracias al incremento continuo del consumo. Es a la vez irónica, cruel, visionaria y logra que el lector reflexione sobre el mundo que constituye nuestra alienada realidad actual.