(Domingo por la tarde noche)
«Aquel mundo le pertenecía a la niebla,
se había llevado consigo todas las madrugadas,
toda la terrible soledad de tantas madrugadas.
Sin embargo, él llevaba siglos poseyendo
su colección inédita de amaneceres.»
Niebla (Y 2. La espalda del mar y el «Tempranero»)
«En un principio era mi madre,
caverna tibia y redondeada,
cuna de carne florecida,
rincón bañado de pulsaciones,
cascada de sábanas almidonadas»
«En un principio»: Poemas para un día cualquiera, Ana Istarú
***
La casa huele a noche cayéndose
de cabeza al lunes,
mientras la habitación se desparrama
a ropa recién recogida
y, tiritando, se extiende
desde el calor de los radiadores
hasta sus dilatadas manos doblándola.
Se despereza la noche en la cansada tarde
con un murmullo de resultados de partidos
por la radio que serpentea anuncios,
azules goles y rosáceo olor a rancia quiniela.
Iniciamos un paseo hacia dentro de la casa
—y el vinagre corriendo debajo de las sillas—
donde hallamos los rincones de esa Halma,
en vigilia, atareada su transparencia
tras el tímido visillo de la ventana.
Tu ausencia madura con macerado aroma
a sábana fresca planchada suave
contra una desgana de puerta cerrada.
La tarde pernocta en noche,
la noche se disfraza de pijama a oscuras,
sonámbula, y el sueño cojea tenue, tibio,
como un borracho sin paredes.
Aquella era una tarde breve
—la miel avanzando por el secreto de los pistilos—
desmayada y sorda de sombras.
Yacen en el lecho del silencio,
a ritmo de marchita soledad,
profundas estatuas desnudas
entre inteligibles promesas de sábanas,
susurros sin encontrar un cuerpo
donde recaudar auroras.
Yerman como un desierto
esta ausencia que suplica,
el temblor de las horas y, lo peor,
la sed de un nombre
que bordara en la almohada,
bordadura como aguja en la piel,
al borde de otra inhabitada muerte,
en la borda de esa despoblada ruina,
a bordo de la épica mendiga vespertina:
El domingo, en su esquina, pide clemencia.
La niebla no, la noche se caía encima
hasta aplastarme con su envergadura de lunes.
Y el silencio del pecado roía como una amenaza ardiendo entre pupitres.
Tengo la memoria rota, desharrapada por tantos parches con la muerte,
de contemplarla cada vez más al lado y perder el número de sus muertos:
Aquella osteoporosis del olvido y la memoria…
Tengo la memoria rota sin ti,
grabada por graves deseos tempraneros
durante aquella fingida edad
del color de las terrazas en invierno,
del frío calor de las estatuas,
sin encontrar un cuerpo
donde recaudar auroras.
Tengo la memoria rota sin ti
en este domingo por la tarde noche
sin otros treinta años donde ponerme a hablar unas horas contigo:
En un principio era mi madre.
***
y el vinagre corriendo debajo de las sillas: Pablo Neruda: «Melancolía en las familias», Residencia en la tierra
si no la miel avanzando por el secreto de los pistilos: José Lezama Lima: «Para llegar a la ‘MontegoBay’»,Dador.