-La creo, sí la creo. Bienaventurados los silencios que otorgan la verosimilitud de las confesiones sin necesidad de demostrarlas, de ellos, de esos silencios será el reino de las tentaciones. Pues he visto tantos, tantos puntos suspensivos negros merodeando las casas buscando su punto final. Miran a través de la claraboya cenital de la sala de estar vivos. Vasos, copas, jarras, jarrones, vidrios, espejos. Todos los reflejos rotos. No dice usted nada. ¿La nada no es entonces un testigo de cargo? La necesito. A usted y a las pruebas que no llegan a nada. Pero podrían hacerlo. El silencio es fuente de duda. Quiero beber de esa fuente donde naufragan flores rojas sin acabar de hundirse del todo. ¿Se hundirán alguna vez? La vi susurrando abriendo un cajón con una daga curvada y su filo buscaba su culpabilidad y dinero para seguir jugando. La creo. Sigo creyéndola y la creeré todavía más, de aquí en adelante. Falta azufre para que la herrumbre de la apuesta se derrumbe y cree otra incertidumbre. Azufre, el símbolo S, sí, licor de azufre rojo con mucho hielo. Que desborde. Empecemos por ahí, como siempre. Eso atrae a la suerte. Nos casamos en Las Vegas y desde entonces no huimos de aquí. La necesito. Confiese, confiesa, amor.
-Todo al rojo.
Gana el rojo, siempre gana el rojo, aunque poco a poco va degradando su luz y color, ganado de ludópatas. Pero hace mucho frío ahí fuera como para salir con ganancias. Se malgastarían. Hay muchos puntos suspensivos negros acechando y acabarán encontrando su punto final. Mientras tanto, calientes, sigan ganando con un licor de azufre rojo en una mano que tiembla. Hagan juego.