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ISSN 1989-4163

NUMERO 114 - VERANO 2020

 

Siempre Hay Sol en una Isla

Juan Lozano

Reflexiones acerca de "Necesito una isla grande", de Rafael Soler. Ediciones Contrabando. 15 €

https://edicionescontrabando.com/libro.php?l=150
[N.B. Aclaro que, a efectos de algunos datos que se ofrecen en esta reseña, que su redacción data de mediados de marzo]

La nueva novela de Rafael Soler responde al hermoso título de “Necesito una isla grande”. La otra tarde asistíamos a su presentación en Orihuela de la mano Manuel Turégano, alma mater de Ediciones Contrabando, y del escritor Jesús Zomeño. Ambos, Rafa y Jesús, manifestaron sentirse orgullosos de ser “contrabandistas” o, lo que es lo mismo, de pertenecer a la selecta nómina de autores que la editorial valenciana, una de las propuestas más interesantes y sugestivas del actual panorama literario, cuenta en su haber.
Normalmente las citas sirven para dar el tono o dar alguna clave de lectura. En esta ocasión, Rafael Soler ha optado por una cita propia “Vivir es un asunto personal”. Pues de vivir y no de otra cosa trata la novela, y por ello también de su reverso, la muerte. Habrá quien diga que “Necesito una isla grande” es una novela crepuscular pero, para mí, es un relato luminoso. La vida es también el tema principal en la obra de Rafael Soler. Como ha dicho alguna vez nuestro autor, ya que “nos nacen” y “nos mueren”, por lo menos seamos soberanos de nuestro destino. En alguna presentación ha mencionado el autor que también pudo haber citado aquel verso memorable de Claudio Rodríguez, “estamos en derrota, nunca en doma”. Yo añado una tercera cita que, como la del poeta zamorano, no encontrará el lector en el umbral de la novela. Se trataría de otros versos del propio Rafael Soler:

Vivir es decidir
 y todo error es tu grandeza
pues sólo cuando llegas
 das por cumplido lo vivido.

He de decir que esta novela de Rafael Soler me ha acompañado en estos días de incertidumbre, con cada nueva noticia que nos llega sobre la expansión del coronavirus en el mundo. Pero cada vez que cogía la novela de Rafa era como si de repente un golpe de mar y una inmensa sensación de libertad me inundasen los sentidos. La “isla” es la gran metáfora de la libertad individual, de la acracia, de la nostalgia por el paraíso perdido. Pensé en libros que tuvieran en su título el sustantivo “isla”. Por supuesto, “La isla del tesoro” de Stevenson, pero también “La isla del día de antes” de Umberto Eco, “La isla misteriosa” de Julio Verne, “La isla de coral” de Ballantyne, “Islas a la deriva” de Hemingway o el cuento “La isla del mediodía” de Cortázar. Por otro lado, no podemos dejar de pensar en la isla a donde van a parar los personajes de “La tempestad” de Shakespeare, que es despedida, mito y mascarada. Y también, por qué no, en los náufragos de Forges, huéspedes existenciales de un islote con palmera en medio del océano.

La isla, en definitiva, nos retrotrae a las lecturas de la infancia, a un territorio donde siempre es verano y donde nunca hemos sido ni más libres ni más felices; al perfume de la aventura marinera que, a decir de Fernando Savater, es siempre es “la aventura más perfecta, la aventura absoluta”.  Poner rumbo a la isla es también comenzar un viaje iniciático y la historia de una búsqueda. Toda isla asume un tesoro que desenterrar y un mapa. Algunos de los personajes de esta novela hacen un viaje que es al mismo tiempo de ida y regreso y, en otros, el viaje estará marcado por el peso de la inercia. Pero la isla con la que sueña Tomás, aquella que desde niño le ha servido para evadirse es Aitutaki, una isla del Pacífico austral perteneciente al archipiélago de las Cook, que solo ha visto en los atlas de su niñez. Lo más parecido a una isla donde ha estado, fue un islote o peñasco sacudido por el viento y las olas y donde se desarrollará el drama que habrá de marcarle de por vida.
Hay otro autor que yo pongo en conexión con la novela de Soler y que quizás pueda coger desprevenido al lector: Dickens, el primer Dickens, el de “Los papeles póstumos del Club Pickwick”. Me atrevo a decir que “Necesito una isla grande” de Rafa Soler es una novela pickwiniana y no solo por el carácter coral de la narración, también lo es en su esencia y en su tono tragicómico. En la novela de Soler, el papel del benemérito presidente del club que lleva su apellido lo tiene Panocha, el Comandante en Jefe de los expedicionarios fugados de una residencia de la tercera edad, doble eufemismo del asilo de ancianos.

La galería de personajes en “Necesito una isla grande”, como en la novela de Dickens, también es inolvidable. La Parca está presente y planea sobre  ellos, casi podríamos decir que cohabitan con ella desde el íncipit mismo del relato. No podía ser de otra forma en unos protagonistas a los que, en el mejor de los casos, las piernas ya no les responden. Podemos decir incluso que la muerte es el eje que vertebra la historia, lo que no entra en colisión con aquello que he dicho al principio: el tema en Rafael Soler es la vida. Pero la muerte en “Necesito una isla grande” es una muerte sin dramatismo, incluso hay una con huella estética, contada en flashback. Los muertos de Rafa son muertos afectuosos y cordiales, al sol de su última morada,  y a los que los otros acompañan casi hasta las orillas de la laguna Estigia esperando que la reunión se aplace lo más posible. Quién sabe si allí no vivirán todos eternamente en un loft, un loft espacioso y con mucha luz, aunque ninguno supiese muy bien, en vida, qué era aquello de un loft.

La muerte ya nos asalta en la primera página, cuando viene a buscar a Pulga, uno de los residentes al que le acaba de tocar un buen pellizco en la lotería, aunque quizás no lo suficiente para irse todos a vivir a un loft, por lo que deben concebir un plan. Otro personaje es Tomás, enfermo terminal, que es como la crónica andante de una muerte anunciada. También tenemos a Rocky, un ex boxeador sonado y enamorado y con un retardo mental en interpretar y poner en orden las palabras que tienen que conformar sus respuestas. Coronel es otro de los personajes, quizás el más acomodaticio.  Carmina es un personaje fundamental en el devenir de la historia que se bifurca en las narraciones que escribe y que vienen a funcionar como “deus ex machina” de las cuitas de Julián con un programa radiofónico periclitado por la falta de creatividad. Julián es el hijo de Tomás y se embarca en la aventura a última hora con Cris, un ligue que quiere huir de un novio posesivo y violento.

La estrafalaria expedición dará lugar a las situaciones más pintorescas y divertidas. Huyen, como ha dicho nuestro autor, “de la mortadela, de los espárragos finitos, del plátano puesto a la hora de la cena. Y sobre todo se van porque se dan cuenta de que el asilo está lleno de viejos y los viejos se mueren mucho”.

Quizás “Necesito una isla grande” pueda no tener la enjundia, el carácter simbólico y la densidad de su anterior novela, “El último gin-tonic”; pero sí supera a ésta en el caudal de situaciones y en su aliento lírico, en su verbo lleno de sutileza e ironía. Rara es la página donde no nos toparemos con algún hallazgo, con alguna feliz metáfora, con algún giro inesperado o con algún chispeante diálogo, lleno de ingenio. Novela llena de poesía, porque la poesía es el alcaloide de la literatura en Rafael Soler. Cada frase está pensada poéticamente y está tallada como si fuera única. Las palabras, escogidas con mano de humilde alquimista, chocan, y al chocar saltan chispas que nos maravillan, nos emocionan, nos sobrecogen o nos deslumbran. Desde luego, aquellos que bebieron y disfrutaron del último gin-tonic, no verán defraudadas sus expectativas con esta nueva lectura.

Debemos agradecer a Rafa Soler el regalo de este maravilloso y bien hilado relato de filiación pickwiniana escrito con inteligencia, inventiva y mucha ternura. La novela de Rafa es, desde luego, un antídoto maravilloso contra el tedio, la rutina, la angustia o la indiferencia. Y yo pido perdón por los posibles, como se dice ahora, spoilers (que palabra tan fea) en que pueda haber incurrido con este texto. Mar en calma y feliz viaje.

 

 


 

 

Rafael Soler 

 

 

 
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