(La flor marina de un beso templado)
«La flor marina de un beso templado,
en esa tu palabra de caléndulas y risas»
Tu palabra de racimos crecida
«En la calle, el aire es frío como una manzana agria y helada»: Norman Mailer, Los desnudos y los muertos
***
Las ventanas acostadas tiritan,
aunque ya se hayan alejado el viento,
la alta marea del crepúsculo
y el verde equilibrio del horizonte.
Mientras, en la calle desnuda,
el aire corta como una amenaza
y la piel está helada y agria:
La fría elegía de las manzanas.
La flor marina de un beso templado
desembarcará cuando los desnudos de los muertos
estén temblando de paz en punto,
escampe el recelo del miedo,
la noche de los trenes llueva
y el río impasible y agudo
se esconda tras el jardín,
brotando a la vuelta de la manzana,
donde encontrará el ser humano la culpa
de su abrazo entre siglos de Génesis.
—Si ya son las doce —me dices—,
habrá que exigirle cuentas al Tiempo
y mirarlo cara a cara, al descubierto,
bajo la intemperie de estos relojes duros,
insensibles a los años,
que se balancean entre alfileres
y siembran hojalata y sal en la lengua,
áspera, apurada de luz y silencios.
La sangre entona en las venas
la fría elegía de las manzanas.
Ese río de jardines ya viene sordo
desde sus márgenes,
con su agua condenada al desprecio,
de ella misma sedienta,
con la lengua aterida de frío,
la boca seca de un miedo abril,
como un torrente parado,
como un secreto de dunas y espejismos.
Río que se arrepiente en su vórtice,
tan lejos del mar inquebrantable.
Bajo la noche, este frío sin mantas se acuesta
y nos ofrece su cristal estremecido, entumecido
como un tren en una vía muerta,
húmeda, oxidada de flores, jaramagos
de donde manan antiguos humos de la máquina
con el golpe de los martillos en sus doloridas ruedas,
cuyo eco se rinde tras una ventanilla
que oye el paso lento y alto del silencio
entre los escombros de la noche,
su vaho sumergido tras desalientos.
El tren anochece en pesadillas con su tara
como nocturnas mercancías insomnes
a sus espaldas, con el vacilante reojo de un rojo guiño.
Y sus ventanillas, acostadas, tiemblan,
acosadas por las cuatro estaciones.
Aquel tiempo de trenes leve, lentos,
la flor marina de un beso templado
cuando solo hacía oscuridad
y un frío se madrugaba devorando hambre
hasta la fría elegía de las manzanas.
Los años germinaron en lugentes campi,
creciendo como llagas de madreselvas
y como pantanos de movedizas vías,
como cráteres sin esperanza,
como una isla llena de suspiros,
como unos ojos verdes de gato
en su plano silencio de agujas,
como un río de trenes maullando.
La flor marina de un beso templado
y el frío incontestable de todos los muertos,
que buscan el abrigo de sus huesos, la verdad de sus cenizas
que aviven con la esperanza dantesca de encenderse.
Y su miedo impasible y desnudo en el último segundo,
en la noche sin trenes, en las vías moribundas,
en el río revuelto de la oscuridad,
entre vacíos aranceles de besos,
bajo los andenes escarchados del Tiempo
con un tinte húmedo de luz titubeante, tartamudo.
Y las ventanas de la noche suplicando
la flor marina de un beso templado.
En la calle, el aire es frío como una manzana agria y helada.
Bajo la noche de los trenes
crecerán, como ha amanecido,
la flor marina de un beso templado
y la fría elegía de las manzanas.