La señora enlutada se dirige hacia el mausoleo, a lo largo de un pasillo eterno lleno de fotos ovaladas y borrosas, que huelen a floresmuertas y a olvido. Anda cabizbaja, sumida en recuerdosy un vacío intenso y sordo que le cala los huesos.Parece mucho mayor de lo que es.Es la primera vez que visita el cementerio desde que mataron a suAlberto, su hijo mayor, su mejor proyecto y el centro de su mundo; hasta hoy no ha tenido fuerzasy,aun así,le siguen temblando las piernasy punzando el corazón. La sensación es asfixiante, aguda, insufrible y aún no sabe que le acompañará toda la vida.Mira a su lado y es entonces cuando toma conciencia de la niña pequeña que ha llevadotodo el rato de la mano. Había olvidado que la traía, paraenseñarledónde reposa en paz su hermano mayor.Aunque son normales esas lagunas en su memoria, eso no le quita sentirsefatal…por olvidar a sus hijos vivos de tanto añorar al que se fue.
La niña es preciosa, morena, con pelo liso, azabache y brillante, que le cae por los hombros.Tendrá unos siete años, yaunque lleva su mejor traje,su gesto es serio y su tez macilenta, haciendo resaltar aún más la rosa roja, brillante y fresca que aprieta con sus minúsculas manos contra su pecho. Aunque la abuela le ha cortado las espinas a la flor, se hace daño al apretar, aunque aún no se da cuenta. Pasanambas en silencio por la zona de tumbas pequeñitas y blancas, con angelitos llorosos grabados en las lápidas; la pequeña se asusta y se pone rígida, como asustados y rígidos están todos los niños enterradosen el cementerio, que murmuran al verlas pasar,desde las rendijas de sus oscuros nichos.Los cementerios no son lugar para niños, estén vivos o muertos. Para la pequeña Beatriz, es la primera vez que entra en un camposanto, y aunque otras veces se ha asustadoal escuchar lashistorias de fantasmasdeboca de lasinternas del colegio de monjas, la sensación de ahora es distinta, pues es un miedo adulto, que se palpa y duele por dentro, y que te haceadulto a la fuerza y sin delicadezaal deambular entre tumbas que rezuman gritos apagadosde víctimas inocentes.
Las dos se paran frente al monumento funerario, erigido a los que dieron su vida por Dios y por España, donde enormes arcángeles de larga cabellera y belleza pétrea flanquean los nichos y la cruz central con gesto severo; a la pequeña Beatriz le parecendispuestos a descargar sus espadas de granito sobre los que se atrevan a faltar el respeto a aquellos héroes. Uno de los nombres grabados en la lápida, entre otros conocidos, abrasasus retinas. Parececomo si el marmolista se hubiese recreado dándole el acabado más hermoso y terso:
† Alberto Peñas Molano†
1922-1937
DEP
Pero la madre y la hija no entienden de tanta palabrería de gratitud a los héroes que perdieron su vida en el patíbulo del martirio, alcanzando la Gloria eterna para morar a la derecha del Padre; ellas sólo piensan que ojalá su Alberto no hubiese sidotanvaliente; mejor habría sido ser un cobarde que viviese aún con ellas….
La madre tiembla sin llorar. Hace tiempo que no tiene lágrimas. Quizás sea mejor así, se dice a sí misma; dejar los sentimientos en un cajón, sin compartirlos con los demás, para guardarlos en la olla a presión de su pecho, hasta que explote y llegue la muerte redentora, que desea próxima. Además, llorar desahoga el alma, y ella no quiere dejar de ahogarse; no quiere estar bien ni cree merecer paz, porque su hijo, que es lo que más quería, ya no está, y ella no pudo hacer nada para evitar que se lo llevaran, por quitarle esas ideas revolucionarias de la cabeza. Por eso quiere sufrir hasta el infinito, para poder pagar su pena y ahogarse en ella. La pequeña Beatriz si rompe en un llanto lento y sostenido, que es lo único a lo que su madre sepuede aferrar,hasta que las lágrimas de la pequeña se terminan secandoen la fría brisa de la tarde.
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Una anciana de gesto serenoacude al cementerio a llevar flores, como cada 2º de Noviembre. Así lo lleva haciendo desde hace 83 años. Pero hoy será un día amargamente distinto, pues es la última vez que podrá hacerlo. Hace unos meses, a través de un Burofaxcon membrete delmismísimo Ayuntamiento,se le ha notificado que van a demoler la fosa común en la que los restos de su hermano reposan, junto a los huesos de casi una veintena de compañeros de partido. Beatriz inspira con pena e intenta recordar la cara de Alberto, mientras pone su rosa roja junto a la cruz, cerca del nombre de su hermano, que ya apenas se puede leer, porque lo han picado con alguna herramienta metálica. Pintadas con insultosy obscenidades,terminan de decorar la dantesca imagen. Sin embargo, aún es legible “DEP”. Descanse En Paz. Alguien pasa por detrás y le escupe tras gritarlevieja puta facha. Ella no se vuelve. Sólo mira al ángelque ya no le resulta tan amenazante, ni tan hermoso, ni tan dispuesto a defender nada…pero que con el rostro mutilado y sucio parece devolverle una mirada de vergüenza. Recuerda a su madre, y se alegra que no tenga que ver esto. Beatriz se habría quedado más tiempo, pero tiene miedo de la gente y decide alejarse, ahogando un llanto lento y sostenido, y sintiendo una pena renovada, como si a su hermano, de nuevo,lo hubiesen vuelto a matar.