Aunque verdes y liberales puedan oponerse a la creciente eurofobia, ante la debilidad de socialistas y populares en la nueva composición del Parlamento de Bruselas y Estrasburgo, la defensa del medio ambiente y la sostenibilidad del planeta siguen siendo argumentos que venden mucho, pero que la sociedad no está dispuesta a pagar un plus por lograrlo. Lo mismo ocurre con el mundo de la cultura, bastión solvente de la izquierda, que se desinfla como objetivo prioritario, salvo su empleo como argumento en los debates electorales. Si escasa fue la relevancia que la educación, las artes y la literatura obtuvieron en los programas de los diferentes partidos, que concurrieron en la última cita con las urnas para reconfigurar los poderes ejecutivo y legislativo (por desgracia, también el judicial) en nuestro país, la cultura ha pasado más que desapercibida en los últimos comicios locales, insulares, autonómicos y europeos.
El ejemplo más notable del escaso valor que tiene para la ciudadanía, y por ende la traslación de su peso en la propuesta del partido que más respaldo obtuvo el pasado 28 de abril, es que la defensa del patrimonio cultural y su incentivación por parte de quien aspira a gobernar España, sin la mediación de una moción de censura, representa poco más de nueve facetas llenas de vaguedades en un programa que totaliza trescientas páginas. El PSOE es solo un ejemplo, extensible al conjunto del arco parlamentario e incluso al total de las 1.174 listas que se proclamaron para aspirar a ocupar un escaño entre los 350 diputados y 208 senadores que se resultarían electos para la XIII legislatura. De hecho, comunistas y libertarios, feministas y humanistas, animalistas, secesionistas o defensores de los mayores han creado alternativas para representar colectivos en ambas Cámaras, pero ninguna de las 52 circunscripciones tuvo la opción de votar una candidatura defensora de la cultura como fuente de modernización, libertad e igualdad en el Estado.
Flaco favor le hacen al progreso de un colectivo quienes creen que la cultura es solo la defensa de una lengua como elemento identitario y diferenciador, pero olvidan que su uso adecuado y la implementación de su aplicación no radican en su imposición administrativa y socialmente inmersiva, sino en favorecer su desarrollo ejemplar, para estimular su difusión sobre una base integradora y no excluyente. El Reino de Taifas en que hemos vuelto a convertir la antigua Corona de Aragón y Castilla está empeñado en hacer guerras tribales y abanderar su peculiar idiosincrasia, olvidando la universalidad de la cultura y el papel integrador que ha desempeñado a lo largo de la historia. Shakespeare, Cervantes o Moliere se han leído o interpretado en cientos de idiomas y dialectos, sin olvidar que pintores, bailarines o escultores no necesitan ser traducidos.
Desde nuestra revista seguiremos navegando con el viento en contra, pero decididos a llevar a buen puerto nuestro proyecto como tabla de salvación de una cultura que zozobraría sin que algunos románticos sigamos apostando por su verdadero valor. Considero así que este es un buen momento para agradecer a todos los colaboradores y lectores de esta revista su contribución y apoyo para mantener vivo el testigo que hemos recibido, tras siglos de creación por parte de personas que rechazaron el pensamiento único o el papel adocenante que genera la comunicación audiovisual en nuestros días.
La cultura, no la industria cultural, están en peligro, amenazadas por el populismo y la crisis de valores. Siquiera la catarsis que se preveía tras la bancarrota de Lehman Brothers o las profecías mayas que auguraban un cambio de ciclo para 2012 han supuesto una verdadera recuperación de los contenidos y actitudes que trascienden al materialismo imperante. En nuestro ánimo está seguir regando esta semilla, global y dinámica, en la que tú eres el abono.