De “Bolas de Papel de Plata”. Arte Activo Ediciones. Vitoria 2014
Los trenes nos tragan, nos digieren, nos transforman en bolo. Salen de los túneles como los ríos de las grutas o las personas de la enajenación, con un sonido grave que luego sube una octava y por último se vuelve un sostenido. Los trenes son enormes instrumentos musicales. Son máquinas eficientes del tiempo interno donde el viajero puede contemplar el todo en el núcleo de la oscuridad y la nada en el borrón de la velocidad.
En el tren siempre viajamos al mismo punto y tenemos la misma edad. Varía el paisaje como cambian los días en los calendarios, sin alterar la esencia de la vida ni aportar grandes novedades al viajero. Pasan campos con más o menos árboles, cielos con más o menos nubes, andenes con más o menos gente. Sólo el viajero parece detenido. Como un eje que pudiera ver y pensar eternamente. Como una estrella presocrática. Pasan imágenes coloreadas. Pasan ciudades con nombre de destino. Se ve una casa abandonada cerca de un barranco, un campesino suspendido en un gesto, un ciclista funámbulo sobre la cuerda de un camino, dos o tres pasos de alguien, maletas en el andén, un cogote y una cara fundidos en un abrazo. Podemos imaginar una historia sencilla y triste, una lágrima para un pañuelo de papel. Pasan grandes nubarrones gris marengo que parecen un dibujo emborronado con el pulgar. De repente el cielo está limpio. Se convierte en un cielo sencillo, con la luz blanca y halógena de las tardes de invierno a través de los árboles desnudos. En el gris quedan abandonadas, como dinosaurios en otra era, naves industriales en medio de un charco de cristales rotos, ciudades de barrios roñosos, las afueras de la dignidad donde reinan la vergüenza junto a la culpa y donde se busca la invisibilidad.
En alguna estación de las tantas, con un poco de suerte, el viajero encontrará la mirada abstraída de un jubilado miratrenes. Es una mirada que parece vacía y efímera, pero es un chorro de pensamiento, una biblioteca de la vida, una película que dura cien años. Es una flecha que puede ver y crear. Acertar o caer. Es una idea al otro lado del tren. Es un garfio para los ojos del viajero. Es un espejo, un ancla, un pequeño planeta poblado en medio de la nada vertiginosa.
El miratrenes ha visto al viajero. Lo ha atrapado en la velocidad. Lo ha rescatado y guardado en sus ojos detenidos, sabios como un árbol; viejos, mucho más viejos que todos los viajeros efímeros.
Los ojos del miratrenes ponen a salvo al viajero, en medio de la llanada.