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ISSN 1989-4163

NUMERO 94 - VERANO 2018

Los Monos Bajan del Ártico a la Zona Templada, y eso es Bien

Victoria Salvador

(Arctic Monkeys en Primavera Sound 2018)

Que no, que uno no es el mismo a los 20 que a los 30. Y eso lo sabe hasta el último mono. O el primero: Alex Turner, cantante, guitarrista y compositor de los Arctic Monkeys y sex symbol para humanos y humanas de todas las edades, incluida la mía.

La mejor banda británica en lo que llevamos del siglo XXI según las cifras (álbum debut más vendido de la historia, etc., etc.) y según la prensa, -aunque los fans de Muse discrepen- , ya no escribe torbellinos de 3 minutos sobre resacas en los bares de Sheffield con riffs herederos de todo lo que Turner, Helders, O’Malley y Cook han podido heredar desde los Sixties al Britpop, fórmula que han bordado desde que aparecieron en el 2006, recién asomados a la veintena y que les aupó, pues, a la cima en tiempo récord.

Ahora, pasados los 30, obsequian a la numerosa parroquia con un álbum que habla de hoteles y restaurantes en la Luna, reflexiona sobre la gentrificación, evoca glorias pretéritas como Blade Runner y The Old Grey Whistle Test y se ríe, por no llorar, de Trump. Todo ello envuelto en melodías arrancadas del piano, con cambios de ritmo (aunque, lo siento, detractores, esto ha sido siempre característico de la marca Turner) y atmósferas más cósmicas que terrenales. “Tranquility Base Hotel + Casino”, que es el nombre del álbum, aludiendo a la zona de nuestro satélite natural en la que alunizaron Armstrong y Aldrin en 1969, es a los Monkeys lo que la guitarra eléctrica a Bob Dylan. Es el “Low” de Alex Turner, en una más que merecida, aunque manida y manoseada, comparación con David Bowie. No es de extrañar: la crítica de “Low” de Robert Hilburn en Los Angeles Times -curiosamente, el lugar de residencia de Turner- de enero de 1977, podría aplicarse palabra por palabra al álbum de los Monkeys: “spacy art rock style that is simply beyond mass pop sensibilities for it to build much enthusiasm” (Red: “Estilo de rock artístico espacial que se halla simplemente demasiado lejos de las sensibilidades del pop masivo para que genere entusiasmo.”).

Tal división ha causado un disco que, no obstante, ha sido número uno en medio mundo a la semana de publicarse, -incluyendo España-, ignorante a las feroces críticas de fans heridos en su frágil corazoncito postadolescente.

De todos éstos estuve rodeada durante el concierto que los Monkeys ofrecieron en el festival barcelonés Primavera Sound el 2 de junio, ese paraíso de los arrendadores de AirB&B con su 60% de público guiri. Milénicos alcoholizados de mayoría británica con su característica actitud de tener derecho a todo. [Que se lo digan a los habitantes de ciertas zonas turísticas del Mediterráneo.] Y los Monkeys son suyos. Ah, ¿sí?

Pues va a ser que estos artistas como la copa de un pino dan la sensación de no querer ser de nadie. Esa tibieza de la que se les ha acusado en varias reseñas del citado concierto responde, en mi opinión, al resultado de un deliberado y natural viraje artístico y profesional hacia terrenos con menos hormonas en estado de ebullición. En palabras sencillas: un público más adulto, que no tiene por qué significar más mayor. Esa misma tibieza caracterizó la acogida de los temas del nuevo álbum por parte de su, hasta ahora, arquetípica audiencia. Es, pues, una tibieza correspondida. A mi alrededor, sólo yo parecía vibrar con las sutilezas inspiradas en “2001: Odisea en el Espacio” del tema “One Point Perspective” y el sarcasmo sobre el cristianismo light y literalmente pasado por agua (“Jesus in the day spa, filling out the information form”) del futuro según Alex Turner, en el tema que da nombre al disco.

Todo en la actitud actual del líder de los Monkeys -su nuevo look, barbudo y con melenita, su traje beige a lo Bryan Ferry de los 70, sentado al piano- exuda madurez y una inmensa confianza en su innegable talento. El ya está en una dimensión distinta. Seguirá tocando cañonazos como “Brianstorm” o “I bet you look good on the dance floor”, pero ya no los siente.

La banda fetiche de los millennials, responsables de su ascenso a los cielos de la música, aspira a otro tipo de aventura cósmica y no va a mirar atrás. Yo ya me he sacado el billete. Lift off.


 

 

 

 

 

 
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