A mis amigas Camino y Ana ?una profundidad de abrazos de mujer?, Ana, Camino y su criatura: ¡No pasarán!
«Y ese olor a fuego recién cortado,
con nombre de cenizas,
ardido entre el cuaderno»
Patio (Ícaro)
«La mañana herida de Madrid llamaba pidiendo auxilio a nuestras ventanas. Todos corrían a abrirlas y, aunque lo hacían para evitar que nuevas sacudidas rompieran los cristales, la mañana lo aprovechaba para entrar. Seguía hablando Madrid bajo las bombas».
«?No existe ya Dios.
?¿Eh? ?preguntaba sin comprender.
?Que lo han matado a Dios».
Contraataque, Ramón J. Sender
«Eso que usted llama historia no es más que el cuento ganador, Vásquez». Juan Gabriel Vásquez: La forma de las ruinas
***
Esta sed en ruinas abrasa de miedo el refugio,
ahítos como estamos de sirenas y de muertos,
de socavones en el silencio del alma,
de grietas en la frente desnuda,
de despedidas sin abrazos,
que se quedan hemipléjicos entre cunetas.
En la garganta hierve una sangre de metal,
la voz fría, de cielo gris y mediodía,
sentado en el vacío del tiempo
?me contaba Pablo de Sotomenor?,
hace tantos años de lagunas como olvidos
donde las huellas del agua enmudecieron,
sordas como estaban de tantas ondas,
expansivas, de tantas venas en sondas
incendiarias, de tanto muerto sin nombre
que cubría camposantos sin flores,
jaramagos que se empachaban de tierra,
mientras los jazmines lloraban las horas de los árboles
?desesperada en girasoles Leucótoe,
Clitia, inciensos de lágrimas?,
y los árboles rezaban sus ramas mutiladas
de odio y verano.
Arde Madrid desde la Universitaria
mientras los libros se buscan un hueco de biblioteca
(yacen Bebelplatz, Madrid y Tolosa en volúmenes de humos:
se sucedían las cenizas noches del bibliocausto)
huyendo del miedo, como el agua que viene cantando
desde el Manzanares abajo con los apellidos destruidos.
Arde Madrid desde la Universitaria
?me contaba Pablo de Sotomenor?,
acodado en el lado bueno de su memoria,
con la fea costumbre de madrugar entre tanta sangre,
con la insana desfachatez de tomarse un café
entre las barricadas que expelen fuego,
en otra orgía, bacanal de muertes
que se buscan sin apego y se miran a la cara
tristes de haber rezado la última oración sin huerto.
Los muertos van buscando acomodo, de lado,
para molestar lo menos posible al recuerdo,
y el recurso a llorar se ha perdido en una esquina,
por donde silban los piropos de las balas
y las nuevas canciones de la derrota.
Una profundidad de abrazos de mujer
mantenía las vísperas de los besos,
las infernales huellas en el agua,
que no encontraban los muertos,
los pobres vivos que no tenían donde caerse muertos:
?De cera y nubes tienes la cara, muerto mío.
Arde Madrid desde la Universitaria
?me contaba Pablo de Sotomenor?,
ebrio de angustias resecas,
que la sed de aquel primer verano,
que el frío del Largo noviembre de Madrid
se acostaban juntos y no podían pegar ojo,
se estremecían en su contacto sin almohadas,
mientras tropas mercenarias rompían gargantas,
lanzaban chirimías, y una nueva Numancia
?¡No pasarán!?
de aulas, libros, profesores, alumnos,
niños sin carrera, criaturas fugitivas del futuro,
zapatillas de esparto y escopetas de perdigones
se hacían fotos soñando para no llorar el luto
sin medida ni de tan lleno como venía,
segando huertas, rompiendo jardines,
violando muslos, velando armas de luna
y turbantes a la Noche oscura del alma.
De esta alma ?me contaba Pablo de Sotomenor?
que se repite cada traicionero 17 de julio desde 1936.
En cuanto a Ícaro, lo quemaron vivo en su Dédalo.
No le dio tiempo a escapar en el carro de Apolo,
ni a hablarle al Sol
un rato de cera
y nubes.
Madrid, 23 de octubre de 2017, 20 de mayo de 2018