Eras de otro mundo y venías de otro tiempo, pero tus cicatrices siempre me recordaron que tu pasado era real. Porque esas experiencias que se mantenían vivas en las arrugas de tu frente, llenaron mi presente de aventuras de niño y de retos de adulto, haciéndome ser lo que soy, para seguir el sendero de tu estela y tus enseñanzas, mezcladas de dureza y ternura, de exigencia y apoyo, de fuerza y equilibrio; una fuerza intensa que ahora vive en mí y que sé que heredarán mis hijos.
Y es que hay cosas que sólo puede darte tu padre, si estás cerca de él, como lo estuve yo contigo siempre y hasta el final. Ese orgullo tengo; el de haber podido darte cortejo en tu sendero hasta el momento en que decidiste – y porque era ya la hora- marchar con los que te precedieron, en paz y serenidad, humilde pero fiero, como sólo los grandes sabéis hacerlo, dando ejemplo -hasta en los momentos más difíciles-, de lo que eras y tenías, demostrando que el que tiene algo por lo que luchar, tiene por lo que vivir y morir. Eso nos has dejado. Porque las cosas importantes, las que realmente valen la pena, pasan en las fronteras, los portales y las estaciones, como la muerte, que no es más que la suma de todas ellas…Sólo en las despedidas se dice la verdad desnuda y quedan todos los naipes al descubierto, y es el momento de sonreír o tragar saliva por lo que queda a la vista, de dar gracias o pedir perdón; ya que la verdad sólo se ve completa a través de los entreabiertos ojos de la muerte.
La otra tarde, al oído, te dije que todo lo que de nobleza tengo, te lo debo a ti. Me sonreíste y me ofreciste la mano. Siempre me diste fuerza, tenacidad y coraje para afrontar los malos momentos, y supiste manejar las palabras y los gestos adecuados para luego dejarme sólo y libre, pero con la potente luz de tu referente como faro. Por eso el otro día, cuando te cerré los ojos, no había más que calma en tu rostro y gratitud en el mío. Porque me dejas en herencia lo que nadie me puede quitar; aceptarme como soy - parecido a ti en muchas cosas, ese orgullo esgrimo- con mis luces y mis sombras, mis vicios y virtudes, certezas y contradicciones. Ahora sé que se puede ser pecador irredento pero temeroso de Dios, patriota traicionado en tierra de nadie, peregrino en un país de infieles, y caballero en compañía de bandidos y tahúres, sin por ello perder esencia, principios y honra. Gracias por esa soberbia humildad que tan sólo fue legítimo orgullo de poder hacer lo que se esperaba de ti, porque era lo que querías y lo que debías.
Así que ahora que, velando tu cuerpo en la fría soledad de éste edificio vacío, veo que cada hora que pasa de nuestra última madrugada, te alejas más de mí; ahora que mi deseo es honrarte como héroe, padre y amigo, te puedo decir desde la emoción contenida y la serenidad heredada. que luchaste siempre y hasta el final, desde la blanca taiga rusa hasta las doradas costas de África, desde los Pirineos Catalanes hasta la Campiña Andaluza o el Roque Nublo, con tu corazón y tu cabeza, tu espada y tu cruz, tus palabras y tus obras; Con tu ejemplo, en definitiva, que me enseñó que resistir, siempre será vencer.
Gracias por todo eso papá. Te echaré de menos.