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ISSN 1989-4163

NUMERO 94 - VERANO 2018

Literatura Limpia

Francisco Gómez

El otro día hablaba con mi amigo José Manuel López Serrano y me decía una cosa que le agrada de mis textos, “Escribes una literatura limpia”. Él, que es un agudo observador y analista de las cosas, me dejó asombrado. No esperaba tal definición de mis escritos.

Luego pensé y acordé con José Manuel y conmigo mismo que tenía razón. En mi literatura apenas hay muertos, no hay truculencias. ni asesinatos premeditados de sádicos ni psicópatas. No asusto a los queridos lectores con detalles macabros ni astracanadas. Trato de no dividir a la gente en estos tiempos donde estoy convencido que es necesario sumar y no restar y no trocear las cosas, los territorios en reinos de taifas cuando el mundo, estimo, camina por otros derroteros.

El buen amigo José Manuel, ilustrador maravilloso con una creatividad desbordante, dice “es que tú no hablas mal de nadie. Se te nota tu estilo”. Y uno se pone a pensar y llega con él al convencimiento de que, en efecto, no trato de crear rencores, inquinas, odios, mala hiel que emponzoñe el ambiente. No pretendo entrar en batallas, no me interesan las soberbias de los egos. Sólo hacer mi camino y que me acompañe quien conmigo quiera venir.

En mi literatura encontráis muchos perdedores, ausencias que devastan los territorios de los sentimientos y las emociones, gentes que no saben bien dónde van ni por dónde les conducirá uno de los grandes misterios: la vida. Y otro de los grandes misterios: la muerte como enigma, como interrogación que es difícil explicar en tiempos de incertidumbres y escasez de referentes. El tiempo como testigo de nuestras derrotas, de estos seres que no quieren perder siempre pero parece que llevan puesta a la espalda la etiqueta de la falta de una estrella.

Personas que luchan por salir adelante y tratar de buscar el rastro de la efímera felicidad que se marcha como una lluvia pasajera que no apercibimos su rastro brillante hasta que desaparece. Hombres y mujeres que quieren amar y ser amados y no siempre lo consiguen. Personajes que corren detrás de sus sueños y el ritmo y las competencias de los días les arrebatan sus esperanzas pero aún así están dispuestos a buscar las migajas de sus quimeras, de sus aspiraciones, de sus ilusiones para que las noches no siempre sean tan oscuras y haya unos labios que esperan al final de la tarde.

Hombres y mujeres contradictorios que luchan, se lían y equivocan en la persecución de sus afanes y muchas veces, tras tanto esfuerzo, tras tanta espera, sólo les espera el sello de la derrota, la pérdida, la ausencia. Seres melancólicos que piensan que no cualquier tiempo futuro será mejor porque en el pasado se recordaron felices y el presente es una incógnita con muchos caminos posibles a pocas partes.

Observo que los héroes anónimos que transitan por mis historias son personajes en construcción, con pasados desolados e inquietantes expectativas de futuro. Seres emocionalmente desestructurados, en terrible lucha consigo mismos y con el entorno y la vida que les ha tocado vivir. Hombres y mujeres acosados por la incomunicación, la soledad y las incertezas de nuestro tiempo, que quieren vislumbrar un rastro de luz en el camino. Seres en batalla consigo mismos, quizás la más terrible de las guerras, la que provoca las mayores devastaciones. Protagonistas que han perdido amores, seres queridos, lances laborales, profesionales y se enfrentan al resto de sus días con un crucigrama que te ofrece pocas claves para resolver y abrir nuevas vías a la supervivencia.

También se me acusa de que en mis historias no encuentras apenas tramas. Las peripecias se desarrollan a través de la vida interior de los personajes y su mundo personal de avances y retrocesos. Ahí transcurre el intríngulis de muchos episodios de mis relatos.

El hombre y la mujer como el mejor territorio para investigar y las perennes dudas que le plantea su tiempo, la sociedad en la que viven, sus anhelos y esperanzas, sus gotas de felicidad y los recuerdos de unos momentos donde reinó la dicha,  las terribles incógnitas: valdrá la pena tanto esfuerzo si nos amenaza la pérdida, la ausencia… con el telón de fondo del gran misterio final.
En el articulismo se me acusa de ser un poco “light”, algo ingenuo, hasta “naif” incluso. Opiniones veredes para todas sus mercedes. Eso sí, observo realidades, situaciones, variaciones de las cosas en el tiempo y procuro analizarlas, escudriñarlas y buscar soluciones a los temas que podrían verse y tratarse de otra forma con especial enfoque a la ciudad donde vivo y muero cada día, trasfondo de todas las ciudades contemporáneas en el mundo occidental donde vive, ama, sufre, lucha, espera, anhela, teme y se rebela el ser humano en el XXI siglo que acaba de echar a andar. Sí, es cierto, no enfrento a unos con otros, no injurio, no amenazo, no mancho la honra de nadie, no insulto ni hago grandes aspavientos verbales para ridiculizar a contrarios.

Bueno, la de uno no es una literatura escrita desde la soberbia ni la competencia o la agresividad. Es una literatura humilde que busca respuestas enteras o medias o esquinadas  a nuestros grandes retos personales y sociales. Es una literatura de pérdidas y ausencias y de gotas de esperanzas aunque se rompen algunos sueños. También es una literatura que quiere despertarte una sonrisa pese a que el barco navegue con desequilibrante tormenta en alta mar.

Pero no penséis que es una literatura beatífica y mansurrona que no pisa la calle, el bar, los cines y mercados, los campos de fútbol y las tertulias de los que lo saben todo. No es una literatura blanca inmaculada. Mis letras se meten en el fango para oler el ambiente por muy caliente que esté pero no procura divisiones, enfrentamientos, restas ni bandos. A lo mejor ni siquiera está de moda ni es la que impera en el mercado de las editoriales y los lectores con novelas de intrigas, suspenses, asesinatos, contubernios y confabulaciones, guerras, cruces de declaraciones y bandos.

Así veo, apreciado José Manuel, esta literatura limpia de la que hablas.

 


Literatura limpia

 

 

 

 

 

 
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