En el siglo, IX, es donde se ubica la leyenda de la papisa Juana, cuya verosimilitud histórica es más que dudosa, fruto de la imaginación romántica, adornada de una serie de datos, que hacen más factible su credibilidad, entre ellos se encuentra el de que, hasta 1600 había entre los bustos de los papas, que adornaban la nave principal de la catedral de Siena, uno, en el que podía leerse:
“Johannes VIII, femina ex anglica” (Juan/a VIII, mujer inglesa).
Es cierto, que Juan VIII, ocupó la silla de S. Pedro desde el 872 al 882, pero no se tiene constancia histórica alguna, de la tal papisa.
Tras la muerte de León IV en el año 855, sólo trascurrieron unas semanas hasta la elección del nuevo sucesor, aunque las crónicas colocan tras su muerte a un Anastasio, sin asignarle numeración alguna. Tras él, vendría Benedicto III, que reinó hasta 858 y al que sucedió Nicolás I el Grande, hasta que murió en 867.
Sin embargo, es en este período, en el que aparece como de rondón en la lista, Anastasio, cuando algunas crónicas medievales, y no sólo las románticas, insertan el pontificado de la papisa.
En el S. X, el monje Mariano Escoto escribía:
“León IV, tuvo como sucesora a una mujer llamada Juana, que ocupó el trono de S. Pedro durante dos años, cinco meses y cuatro días”.
Más tarde, al cabo de dos siglos, el dominico Martín Polono, redondearía la afirmación diciendo que esta papisa era de origen inglés, y que: “después de haber sido Papa, murió de parto en una procesión, y que fue enterrada, sin aparato alguno, en el mismo lugar donde murió”(1) .Un lugar que él coloca cercano a la Basílica de S. Juan de Letrán, en Roma.
Pero aunque la leyenda, como tal leyenda, no fuera verdadera históricamente.
“ Papissa monstruosa et mera fábula”, (Lo de Papisa es una fábula simple y monstruosa) escribió Johannes Staleno Pasto:
“Para combatir los errores del vulgo y contra el libro: Johanna Papissa toti orbis manifestata”-.
Una cosa es evidente, era una mujer: “Muy culta, muy piadosa y [que] enseñaba teología”, como afirmaba de ella Martín Polono, lo que definía, en cierta manera, la imagen de una monja de su tiempo.
Completemos algo más el relato, resumiéndolo.
Frecuentaba Juana la biblioteca de un convento de benedictinos, para perfeccionar su educación. Y como corresponde al clásico relato romántico, se enamoró, y decidió en consecuencia, para pasar más tiempo con su amor, vestirse como uno de ellos.
El que una monja o un monje, permanecieran incluso en un convento masculino o femenino, consultando libros, era una práctica muy habitual. La ausencia de imprenta, que pudiera divulgar la cultura, y lo trabajoso que resultaba el copiar los libros a mano, lo que tampoco se realizaba con todo el rigor preciso, incluyendo a veces interpolaciones o ideas propias del copista, llevaba a todos aquellos que tenían interés por la cultura a continuos traslados de un convento a otro.( Curiosamente a veces se solicitaba que el copista no supiera escribir para evitar incluir sus propias ideas, y se limitase a "dibujar" el escrito, lo que provocaba a veces copias con palabras confusas). En el s, X había en los arrabales de Córdoba, talleres y se sabe la existencia de ciento setenta mujeres copistas que trabajaban copiando libros y actualizando la gran biblioteca que protegía Al-Hakam II, segundo califa (915-976).
Y a la muerte del papa León IV, fue elegido/a como papa adoptando el nombre de Juan VIII.
En el transcurso de una procesión, se sintió enferma, se acercó a una pared, y apoyada en ella, dio a luz un niño. Así se descubrió, que el tal papa Juan VIII, era una mujer. La indignación ante el engaño, fue de tal envergadura, que habiendo muerto en el parto, fue atado su cadáver a la cola de un caballo y arrastrado por las calles de Roma.
Esta leyenda con aires románticos, proviene del S.XIII, basada en la existencia de la “sedia stercoraria, que no era sino la silla pontificia (gestatoria), que tenía un agujero en medio, para que en caso de necesidad, ya que el papa era llevado en ella de un sitio para otro, no tuviera que interrumpir las ceremonias. Para ello, se realizó un agujero en la misma al que se acopló un artilugio, para que pudiera realizar sus funciones fisiológicas sin tener que apearse de ella.
La leyenda afirmaba, que tal agujero, no era para solventar tales problemas prácticos, sino para que los cardenales, metiendo la mano por debajo de ella, pudieran constatar palpando los genitales del elegido, que no se trataba de una mujer, y evitar de esta manera el engaño.
(2) Diversos personajes históricos creyeron en esta leyenda. La cita, Boccacio, e incluso, hasta el severo Tomás de Torquemada, (1420-1498), gran Inquisidor, y redactor de las “ Instrucciones de los inquisidores”, reglamento de referencia de estos funcionarios, para saber qué conducta seguir ante los herejes y sospechosos de desviación religiosa, no dudaba de su verosimilitud.
De todas las maneras, la leyenda fue considerada como disparatada en todas las épocas. Sin embargo tuvo un gran éxito la historia, traducida en 1939 por el conocido escritor inglés Lawrence Durrell, y que la publicó con el nombre de: "Pope Joan”. Aunque esta historia, ya había sido escrita en 1886, sin éxito ni trascendencia alguna, por el griego Emmanuel Royidis con el título de: “La papisa Juana”.
La imaginación, la calidad literaria de Lawrence Durrell, autor del “Cuarteto de Alejandría”, y el anticlericalismo del momento, fueron los ingredientes, que hicieron llegar a pensar, a muchos, que esta leyenda había ocurrido en realidad.
(1) Enigmas del pasado. Revista Muy Interesante. No 20. Agosto de 1998.
(2) Fisas Carlos. Historias de la Historia. Ed. Planeta.