Una noche de densa niebla londinense un ciudadano que padecía de insomnio se hallaba caminando por una oscura y solitaria calle de un barrio marginal de la metrópoli británica cuando de pronto, de un portal surgió un individuo armado con un cuchillo y se lo clavó en el corazón.
Incapaz Scotland Yard de averiguar qué motivos podía haber tenido alguien para cometer semejante crimen, pidió ayuda al famoso detective Sherlock Holmes que, por esa época me tenía a mí de ayudante, intentase resolver aquel misterioso caso. Y Sherlock Holmes después de fumarse tres pipas, rascarse media docena de veces la nuca y realizar una decena de hipótesis, que fue descartando una tras otra, se dio por vencido:
—No le encuentro explicación a este complicado asesinato. Al muerto no le han robado la cartera, ni el reloj, ni dos anillos de su mano izquierda y otro más de su mano derecha, ni tampoco la peluca. Lo único que le han robado ha sido los zapatos. Me rindo, no encuentro el móvil del asesinato.
Entonces yo, que le había salido un alumno muy aventajado intervine y dije:
—Que se busque a un hombre que hasta ayer mismo iba siempre descalzo y ahora va calzado.
Siguieron mi indicación y unas horas más tarde detenían Jack Catskiller calzado con los zapatos del occiso.
El jefe supremo de Scotland Yard, Sir Arthur Stockings, quiso contratarme, darme el puesto de mi admirado Sherlock Holmes, pero yo, por amistad, rehusé y regresé a España en compañía de una de mis fans: la actriz Kelly Brook. Siempre he sido fiel a ese sabio refrán: Quién bien se acompaña, bien se las apaña.