Invertir en nuestro futuro parece cosa de sentido común, así pues parece sencillo, los niños, los suyos, los nuestros son el mañana, el progreso, nuestra esperanza y nuestro porvenir así como el del mundo, motivo por el que invertir en ellos, en su evolución y su salvaguarda debería ser una prioridad personal y estatal.
Por eso sorprende que no sea obligatoria la presencia de un psicólogo en los institutos y escuelas. Nuestros niños y jóvenes se enfrentan a una sociedad cambiante, a un sinfín de retos y a unas relaciones sociales más expuestas que nunca, ante una enorme ventana, la de las redes sociales.
Las amenazas son inmensas, Bullying ,machismo, racismo y un sinfín de agresiones, amenazas nuevas en trajes usados y viejas amenazas disfrazadas de modernidad.
En los centros no se ha establecido por ley un método anti Bullying, de detección precoz de los casos de acoso, no hay un sistema para reeducar las conductas sociales discriminatorias, no tienen un agente de referencia al que acudir para mostrar sus temores, pedir consejo u orientación. Los padres navegamos exhaustos en un mar de redes sociales, de programas informativos de diversa índole y la falta de recursos reales, de herramientas para detectar el fraude, de mecanismos con los que orientar a nuestros vástagos y directrices en las que basar nuestra paternidad nos abruma.
La educación no se trata sólo de las materias que incluyen los libros de textos sino aquellas que convierten a los niños en activos de la sociedad, en personas mentalmente sanas, equilibradas, fuertes y preparadas.
La educación se predica con el ejemplo, si queremos que nuestros pequeños sean personas dialogantes, sus referentes los adultos debiéramos serlo no sólo en nuestras vidas privadas sino en las ejecuciones institucionales, en las actitudes y acciones de estado.
La sociedad misma debería ser inclusiva, integradora y dinámica, debería ser equitativa y justa. Alejada de los dogmas subyugadores, del machismo recalcitrante que atenaza ciertos sectores labores y áreas sociales, lejos de la tendencia a la discriminación habitual en tantos partidos políticos y de la subyacente ley del más fuerte que impera en grupos deportivos y el capitalismo radical.
Educar las emociones dando cabida a las mismas y canalizando toda esa energía que fluye pura en sus almas.
Si me apuras educar el alma, dando espacio para las preguntas, las reflexiones y las búsquedas personales, espacio para las creencias individuales y la búsqueda de los principios básicos de la filosofia, alimentar el alma y los corazones, haciendo de esta sociedad un tejido vivo, que crece con los tiempos y se adapta a las nuevas maneras de sentir, creciendo y amparando la diversidad que la enriquece y mostrando aquello que nos une y nos hermana.
Para ofrecer un futuro con esperanza, la sociedad que nos acoge debe ser empática, debe dar cabida a los sueños, tiene que educar a las generaciones futuras para que tengan espacio para soñar, para creer y crecer.
Educar es algo más que leer libros de historia amañados, de filosofía tendenciosa, va más allá de asistir a patrióticos encuentros deportivos, es formar personas en su totalidad, fomentando su carisma, su intuición y alentando a las preguntas, siendo consultistas y participativos, aprendiendo a ser grandes no sólo por fuera. Mostrando como en lo desconocido hay belleza, en lo extraño hay puntos en común y como en la pluralidad radica la riqueza de las culturas y el secreto de la evolución.
Y nadie que se aleje de esos principios debiera gobernarnos, ninguna sociedad carente de esos ítems debiera acoger a nuestros hijos, ni recibir nuestro respaldo y ningún sistema educativo que olvide al individuo, que no sea integrador y abierto a la pluralidad, participativo y consultivo y que tenga un espacio para atender las necesidades de nuestras emociones, alimente nuestros sueños y nuestros corazones y conceda un espacio al alma debería formar a las generaciones que nos sucederán, al final ellos somos nosotros, son el futuro y el presente, fluido, flexible, vital.