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ISSN 1989-4163

NUMERO 84 - VERANO 2017

Mujeres Pintoras, y Abanicos

Carmelo Arribas

En el S.II  un escritor griego, Plutarco, escribía;

La finalidad de esta conversación, es probar que no hay más que una sola y única virtud, igualmente válida para las mujeres que para los hombres. Mi discurso estará compuesto de comparaciones sacadas de la Historia...

Si con la intención de demostrar que el talento para pintar es el mismo en las mujeres que en los hombres, produjéramos pinturas realizadas por las mujeres, y tan valiosas como las composiciones que nos han dejado los Apeles, los Zeuxis, los Nicómaco, ¿se nos acusaría de apuntar a la galantería y a la seducción cuando proporcionamos pruebas decisivas?

Pero ¿de verdad ha habido estas mujeres?¿Y por qué si las hay, no aparecen en las Historias de Arte habituales? ¿Cuántos saben, por ejemplo, que reyes tan dispares como Felipe II o Carlos II el Hechizado, tuvieron una pintora y una escultora, respectivamente, como artistas de Cámara?

Bien es verdad, que no es del todo cierto que se hayan silenciado. Tratadistas de arte del S. XVII-XVIII y XVIII-XIX, como Palomino o Ceán Bermúdez, aportan en sus libros, nombres y biografías de un gran número de mujeres, que practicaron con éxito la pintura, la escultura o la iluminación de libros.

Quizás una de las más conocidas de esta lista, sea Sofonisba Anguisciola.

En el retrato de la princesa Juana pintado por esta pintora en 1561, siguiendo la estética del retrato de  María de Hungría, Juana está representada como viuda virtuosa. De su chal cuelga un camafeo de Carlos V, presumiblemente obra del joyero de la corte, Jacopo da Trezzo, que pone de relieve  su posición social; monárquica y genealógica, en cuanto que es hija ejemplar del emperador. En su mano izquierda enguantada sostiene un abanico japonés (posiblemente procedente de las islas Ryukyu), importado de Portugal, signo de su estatus principesco, y símbolo de su posición como antigua regente de España y princesa de Portugal. El hecho de que Juana sostenga el abanico en la mano izquierda-como era costumbre en los samurais japoneses para indicar  poder y rango – viene a reforzar esa idea.

En este período,  Isabel (de Valois), tercera esposa de Felipe II, desarrolló un gran interés por el arte del retrato, gusto que heredaría su hija Isabel Clara Eugenia. Los artistas llegaban en tropel a la corte para trabajar para ella: Entre ellos Alonso Sanchez Coello, (1531-1588), establecido en España desde 1557 y Sofonisba  Anguisciola (hacia 1532-1625), quien contratada  como dama de reina, le enseñó el arte de la pintura. Esta actividad dio como resultado multitud de retratos y miniaturas, de ella y de sus hijas, encargados entre 1560 y 1568. 

A Isabel le fascinaban los abanicos, objeto que  hacia 1560 ya se había convertido en cotidiano en las cortes ibéricas. La moda del abanico, empezó a ser copiada por las damas de alto nivel social como símbolo de su rango, y como siempre ocurre, acabó popularizándose, primero por el significado de distinción de su posesión, y posteriormente también por su utilidad.

Muchos documentos referentes a esta reina que se encuentran en el Archivo de Simancas, son recibos que revelan la multitud  de abanicos orientales, que compró Isabel a los mercaderes portugueses Duarte Fernández y Francisco de Lisboa. Catalina  de Austria (reina de Portugal), regalaba a Isabel y a otros miembros de la familia real todos estos artículos exóticos exclusivos a fin de realzar su propia posición como reina de un imperio ultramarino.

Pero no fue sólo en el mundo de la creación en dónde destacaron las mujeres. Nombres sobresalientes en su oficio, se encuentran también en otros aspectos relacionados con el arte.

En el siglo XVIII comienza a demandarse la figura del restaurador que se diferencia de la del artista, porque se trata de un oficio más técnico y menos creativo. A principios de siglo se formulan nuevas técnicas del arranque de frescos, así como el traspaso de la película pictórica de la tabla al lienzo, de entre estos restauradores sobresalió Marie-Jacob van Merle, conocida como la viuda Godefroid, que trabajó en París desde 1750, restaurando obras de Tiziano, Veronés, Poussin o Rubens.

A pesar de la existencia de abundantes mujeres que sobresalieron, antes del S. XX, en el campo de la creación artística, hay que reconocer que la gran eclosión se produce a partir de este siglo.

La situación social, con la incorporación de la mujer no sólo al mundo del trabajo, sino también y de modo destacado, al mundo del arte, ha cambiado radicalmente. Tan es así, que en la actualidad, en los concursos de pintura se da, con una proporción de hasta, en algunos casos, un 70/30, un predominio de nombres femeninos frente a los masculinos. Es como si las mujeres estuvieran dotadas naturalmente para el arte, lo hubieran descubierto, y tuvieran prisa por quemar las etapas, que durante siglos, han ido recorriendo, lentamente, los varones.

Sin embargo, durante todos los siglos de permanencia del hombre sobre la tierra, las mujeres han ido creando, aunque en algunos casos su arte era sólo parcialmente conocido, o incluso su obra atribuida a otros pintores de mayor nombradía, ya que no era concebible que ciertas obras hubieran salido de las manos de una mujer.

Un ejemplo de ello puede ser la “Dama de las pieles” o del “Armiño”, como le llaman otros, que ha sido considerado como uno de los cuadros emblemáticos del Greco, y aún ahora sigue en Glasgow, en la Pollock House, atribuyéndose al pintor de las caras alargadas. Sin embargo, cada día surgen más dudas, sobre si realmente la señora representada es Dña. Jerónima de las Cuevas, su amante y madre de Jorge Manuel su hijo, o bien Catalina Micaela hija de Felipe II, en cuyo caso, las probabilidades de que su autoría fuera debida al pincel de Sofonisba Anguisciola, pintora de cámara del rey Felipe II, serían muy altas. Aunque no falta quien lo atribuye a Sánchez Coello. En cualquier caso, estaríamos ante el desvío de la atribución anterior, de un excelente cuadro, de un autor masculino a una pintora, y que si se confirmase su autoría, entraría, con todos los honores, en la nómina de pintores de primera fila.

¿Qué significa esto? Que las mujeres, no han estado tan alejadas del mundo del arte, como una visión superficial parece querer demostrar, pero que se han tenido muchas reticencias, antes de admitir, que cierta obra ha salido de sus manos.

Es de justicia, revisar el papel de este colectivo, que constituye la mitad de la población  humana y que ha pasado por la historia, y no sólo del arte, prácticamente de puntillas.

La pintura y la escultura, han sido notarias de los acontecimientos y ambiente social de cada período histórico. Incluso por encima de las rígidas condiciones, que imponían las circunstancias sociales o los contratos, el pintor ha plasmado, en sus cuadros, mensajes crípticos, que superan la mera apariencia estética. Habitualmente, él mismo ha sufrido en su propia biografía estas circunstancias, y expresa su pensamiento íntimo y sus vivencias, a través de claves escondidas, no tan difíciles de descubrir, si se conoce el ambiente histórico en el que se desarrolló su propia vida.

La mujer, cuyo nombre o cuadros han merecido aparecer en los libros, ser colgados de las paredes de los museos, o simplemente almacenados en los sótanos de las grandes pinacotecas, de donde se sacan para alguna exposición monográfica, siendo teloneras de alguna gran figura, nos va a dar, con su obra, una magnífica pista, para descubrir, porqué su ejemplo no fue seguido por otras.
Es cierto, que en general no han aportado grandes nombres a la lista de los genios, aunque también es posible, aunque poco probable, que futuras revisiones nos deparen sorpresas a la hora de depurar ciertas atribuciones. Pero lo que sí es evidente, es que han formado parte de esa gran masa de artistas, que dan cuerpo a una época, cultivando, sin estridencias, el estilo imperante y sobresaliendo de la medianía, en no pocos casos, lo que ha permitido que su obra perdure en el tiempo.

Paradójicamente, mientras los genios del arte, sobre todo ya metidos en el S XIX y principios del XX, pasaban auténticas privaciones y apuros económicos, por la incomprensión de sus innovaciones, las damas artistas, por otra parte sumamente cultas y refinadas, triunfaban en los salones galantes, y sus creaciones gozaban de gran popularidad entre la burguesía.

El haber ignorado a estas mujeres, que por realizar una pintura del momento, más cercana a las veleidades de la moda, que a la de la creación artística, y que posteriores revisiones, las relegaron al olvido, ha creado una sensación de ausencia de la mujer en el  panorama  cultural, que debe restablecerse, si se quiere tener una visión verdadera de la Historia del Arte.


Sofonisba

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