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ISSN 1989-4163

NUMERO 74 - VERANO 2016

La Teoría de los Conjuntos según Noé

Julio Soler

 

     

    A.
    Después de haber escuchado el veredicto, se despidió de su abogado defensor con calurosas muestras de agradecimiento y, silbando el Danubio Azul abandonó la sala.
   Aquel día había amanecido a la 7 horas 2O minutos y la niebla ya había recorrido todos y cada uno de los edificios de la ciudad, cercenando sus siempre románticas cornisas y preñando a las gatas depositadas en ellas. Ahora lo que él necesitaba era una bañera llena de agua tibia para pensar en el futuro y reemprender una nueva vida. Quería olvidar aquel triste o no episodio de su existencia y probarse a sí mismo que podía superar sus urticarias, que podía, debía, automedicarse y que, en definitiva, podía formular tres deseos y cumplirlos hasta el resto de sus días.
    Así es que se metió en la bañera y al primer suspiro consiguió su deseado ataque de amnesia. No necesitó golpearse contra el grifo en la cabeza. Lo olvidó todo o casi todo en menos de dos enjabonamientos. Quizás fuera ese su primer deseo. Quizás no, seguro.
    Después, pestañeando cada veinte segundos preparó las maletas llorando de emoción, pero ya sin las innecesarias urticarias y repentinas erupciones cutáneas. Antes de salir de su apartamento juró acordarse, no obstante, de lo que le interesara, tampoco era cuestión de ir por ahí como un zombie buscando su árbol genealógico y dando palos de ciego y haciendo oídos sordos. Por ejemplo, si antes sabía llevar coche y todas esas cosillas casi intuitivas, pues ahora también...Entonces abrió la puerta y yo, el que esto cuenta y testifica, que hacía quince años que estaba con la mano pegada al timbre, le dije:
-No te justifiques más, payaso irresponsable. Haz lo que quieras pero márchate ya, que quiero acomodarme en tu piso y abrir las persianas para verlo todo y contar las tonterías que sin dudas has de hacer.  Vete, Aunque volverás. Te lo aseguro.
    Inmediatamente acudió el ascensor de aquella trigesimoquinta planta y cabizbajo le dijo al portero ascensorista recogedor de basuras:
- Al Waldorf Astoria, por favor.
- De acuerdo,- contestó el portero - pero antes le sangraré la oreja para multiplicar por cinco su fuerza sexual viril.
- ¿Me toma por tonto? - replicó él.
- Sí. Así es que entréguese a mí entero, por favor, y le recomendaré incluso en el Sheraton. Soy el señor y dueño allí. Menudas propinas.
- No gracias - rechazo él-. Mire por donde, ahora cojo y me voy de la ciudad.
- ¿No le gusta Nueva York? En el restaurante The Palm del Lower Manhattan, hacen unas langostas de Maine arrebatadoras y escandalosas, incluso para su cartera - preguntó extrañado el magnate.
- No sé, pero voy a emprender una nueva vida. Adiós.
    El ascensor llegó puntual al lobby del edificio y al observar la tardanza de los dos usuarios en abandonar la cabina, les increpó primero y les lanzó piedras después. Estos ascensores cada vez están más personalizados
- Bueno, salgamos ya - propuso él - Y guarde el punzón ese para otra ocasión amigo.
- ¿Cuántos deseos le quedan ? - gorjeó el don nadie.
- Dos y un tatuaje que me acabo de automedicar. Otra vez adiós.
- Vaya con cuidado, pichón - sentenció el ascensor la escena.
 
    B.
 


    En la calle, la hora violeta aplastaba las anchas aceras y los transeúntes galopaban entre el coma profundo y la muerte aparente. Los taxistas depositaban en el asfalto tarjetas de crédito caducadas como anzuelo para atropellar bag ladies y demás fauna piscícola reproducida en el acuario de la urbana risa porque sí. Y es que los taxistas saben idiomas, amansan a las fieras sean o no vertebradas y dan ejemplo, cobijo y confesión a los psicópatas de La Gran Manzana... Pero todo esto no es más que un conjunto de descripciones y disgresiones gratuitas porque él, al que llamaré Flinteras, tenía prisa por irse a Europa. A España.  A la Costa Blanca. Su avión salía inminentemente y me recomendó no entretenerle dejándolo pulular por las avenidas de aquel bendito zoológico de precepto. Peor para él. Nueva York es la ciudad. Para este narrador, notario de esta historia, lo es.
 
    C.
 
- ¿Fumadores o no fumadores? - le preguntó la azafata de tierra firme.
- Fumadores - contestó convencido Flinteras, aunque no fumaba.
- Ni puros ni pipas, ¿eh? - advirtió la señorita viviente.
- No claro, claro. Pero señorita, ¿podría facturarme a mí también junto a mis maletas? El avión me da envidia, celos y coraje, y me gustaría que sellándome de frágil me enviara a la bodega del equipaje.  Automedicación, ¿sabe usted?
- En ese caso, existe un recargo. Tendrá que acostarse conmigo, concebirme un hijo y posteriormente formar una familia nuclear por fisión y punto y aparte. Don't be afraid to touch me, babe.
- Lay your body next to mine - corroboró él la contraseña de Simply Red.
-Exacto. En la Costa Blanca nos veremos y amaremos en la sala contigua al control de pasaportes - concluyó ella, que se llamaba Estela, sería por la impronta y la huella que dejan en el cielo, el poder de reacción de los motores de los aviones. De todas maneras, tampoco me lo planteo mucho. Es más no voy a perder un solo segundo más con esta disquisición. Se llama Estela y…
    La velocidad de crucero fue irreprochable. El incesto, la verdad, no lo sé y no lo sé el por qué tienen que ver esto con un viaje en avión. Bueno, no voy a dispersarme y andarme por las alas, que me conozco. La presión en cabina, la suficiente. El aterrizaje, forzado.
 
    D.
 
    Nueve lunas llenas, nueve Exposiciones del Santísimo y nueve meses habían transcurrido desde la toma de tierra de Flinteras y Estela, y, por lo tanto, de la consumación del recargo. Aquel día
Flinteras paseaba con un leopardo por los pasillos de la maternidad, comiendo mandarinas sin parar, en espera de la noticia. Ahora ya no se puede comer mandarinas menos mal, que pasear con leopardos todavía hacen la vista gorda. De repente, la comadrona salió a su encuentro:
- Veo que le gustan los animales. Ha tenido suerte. Su mujer ha dado a luz un niño recién nacido que pesa 3 kilos 100 gramos y llorando en morse homologado y standard ha pedido a los que hemos asistido el o al parto que le bauticemos con el nombre de Pasaporte.
- Pero, ¿lo ha pedido por favor? - preguntó el nuevo padre.
- Sí.
    Flinteras, emocionado por la educación de su hijo suyo propio, manumitió al leopardo y lanzando las mandarinas al aire, abrazó a la centenaria comadrona, obsequiándola con un abocinado beso y un saco de lujuria.
- ¿Puedo verle? - suplicó él entrecortadamente.
- Por supuesto. Está en el segundo corral.
    Corriendo, saltando, bajando el pijama de los enfermos de riñón que despistados transitaban por aquella planta, Flinteras entró para ver a su hijo y perdonarlo y abrazarlo y vacunarlo y no pedirle explicaciones. Allí se encontraba su mujer, pálida pero hermosa, sonriendo con su repertorio de treinta y dos dientes, leyendo en voz alta a su bebé un reciente ensayo sobre la Santa Inquisición. Desde luego, se la veía feliz acariciando la oreja del pequeño con ternura, pero con rigor.
- Este es tu segundo deseo - dijo Estela buscando confirmación en su marido.
- Cierto - confirmó Flinteras y añadió - Me han dicho que se quiere llamar Pasaporte y que además de pedirlo por favor, ha dado las gracias y todo.


- Y también ha rogado que se le rellene una instancia para que le permitan sangrarse la oreja y hacerse un agujero negro. ¡Será todo un filibustero!  - exclamó orgullosa la madre.
- ¡Oh, Dios, automedicación tú también hijo mío! - concluyó el diálogo Flinteras.
 
    E.
 
    A través de la ventana se divisaban los ficus del paseo recién podados por los esclavos del ayuntamiento. Miles de pájaros condenados a vivir en cables de alta tensión o en cuerdas para tender, que son todavía peores, piaban reivindicativamente ante el cercano convento de clausura. No llovía y eran las cinco de la tarde. Flinteras semifosilizado en su sillón de agua, escuchaba intermitentemente a Billie Holliday y a A. R. Kane, pero aplaudía cada vez que un golpe de música abatía a algún gorrión sindicalista; de todas maneras después... después se arrepentía y volvía tejer el pastillero de lana que le había prometido a su hijo.  Pasaporte cumpliría próximamente 18 años de exilio en Nueva York. Cualquier celebración era poca. Cualquier obsequio se quedaba corto. Un padre ama a su hijo. Un hijo ama a su padre. Un padre y un hijo se aman mutuamente. Aleluya.  Cualquier cosa que se haga por amor es lo que realmente importa. Flinteras así pensaba. Flinteras así opinaba. Conservar en formol a Estela estaba inexcusablemente justificado. De la misma manera actuaría Noé si temiera la desaparición en una especie, de uno de los miembros de la pareja ¿Qué sería del oso sin su osa? ¿Qué haría el ciervo sin su cónyuge? ¿Entregarse ciegamente a la perforación indiscriminada de su pabellones auditivos durante la pasión de la berrea? ¿Quebrarse la cornamenta con inútiles recuerdos de cama? No. Sería estéril y humillante. Automedicación, automedicación, se repetía una y otra vez obsesivamente Flinteras. Le quedaba un deseo. Un deseo y un tatuaje.
 
    F.
 
    Con la combinación de las cerraduras bien aprehendidas, Flinteras llegó al Aeropuerto Kennedy de Nueva York. Veintiún años habían pasado de su última estancia allí. Pasaporte le esperaba en una limousine blanca. Al parecer se había hecho extremadamente rico. Nevaba a trompicones y Flinteras penetró en el vehículo. Saludó a su hijo.
- ¡Hola Pasaporte!
- ¡Hola Flinteras! - correspondió su hijo.
- Bienaventurados los defraudados y amnésicos pues de ellos es la responsabilidad de elaborar la correcta posología de los deseos. Amor y química... ¿A que te dedicas Pasaporte?
- Te veo cambiado.  Desde que os abandoné a los dos años, pienso que has sufrido un notable giro. La muerte de Estela creo que te ha afectado. Por cierto, ¿has traído el frasco con mamá? Tengo ganas de ver la etiqueta que le has colocado a ese frasco.
- ¿A qué te dedicas Pasaporte? Soy tu padre. Contéstame y no te salgas por la tangente.
- Perdona. Soy encuestador. Cojo una avenida y voy preguntando en zig-zag sobre cuestiones como: “¿Qué pretende usted de mí?” ¿Me envidia porque no me tiene? Bueno y cosas de estas de interés general. Y soy rico, papá. Me pagan. Y yo pago a los que me cobran por vivir tan bien como vivo. Soy generoso y os echaba de menos. ¿Has traído a mamá, entonces?
- Sí. Pero me la han retenido en los laboratorios de la aduana. Necesitan un par de días para tasar mi amor por ella y verificar si este amor supera los índices de formol que se permiten en estos casos.
- ¿Qué casos papá? ¿Con qué etiqueta clasificas el frasco de la conservación de mamá?
- Te contestaré solamente a la segunda pregunta. La primera no me lo permite mi religión - puso semblante serio Flinteras y añadió - Love Will Tear Us Apart. Así. ¿Contento? ¿Vives en el Soho, no?
- Sí. Vámonos. Tenemos muchas cosas de qué no hablar, pero también muchas preguntas que formular. Y no me quiero poner melancólico. Chófer, a la calle Spring - dijo Pasaporte.
 

    G.
 
    Al apartamento de Pasaporte en el Soho se entraba por una puerta. Una vez dentro era conveniente encender la luz para poder ver y colocar el abrigo en la percha con tal de no pasar excesivo calor. Pasaporte se coleccionaba de estufas en funcionamiento. Debía de haber quince o veinte de toda clase de épocas. Y si afuera el intenso frío agravaba los eczemas seborreicos en ambos lados de la nariz, una vez dentro la piel corría peligro de caerse a retales. Pero todos estos efectos secundarios insignificantes son producto de la elegancia bien llevada. Pasaporte disponía de un gusto exquisito poco común en la decoración de su hogar. Entre las estufas, calentadores, termos y calefactores de variopintos colores, el apartamento estaba salpicado de aseptizados fregaderos de diversas alturas llenos con distintas bebidas alcohólicas unos, y con abonos para plantas carnívoras, los otros. Sobria elegancia y funcionalidad era lo que buscaba. Así las paredes estaban empapeladas con los gráficos estadísticos de todas aquellas encuestas que más le habían satisfecho. Y los pocos sillones de cartón de Frank Gehry los procuraba forrar con monedas de oro y colecciones filatélicas exclusivas, en pos de mitigar la errónea sensación de ostentación que uno podría advertir. Aparte tenía algún que otro Chagall, varios De Chirico y dos o tres Warhol adosados al techo. Pasaporte pues, podía mantener la cabeza bien alta y mirar siempre hacia arriba. Su mecénica contribución al arte sin pretensiones y al clasicismo de la comodidad, se lo permitían.
- Pasaporte, hijo mío ¿me puedo automedicar un escocés de malta de las tierra altas en toda regla? Estoy conmovido e impresionado y tengo terroso el gaznate.
- Por supuesto - asintió sonriendo su hijo - El whisky está en el fregadero de terciopelo que tienes a tu derecha.
- Muy bien, ¿y las copas? - inquirió Flinteras.
- Aquí bebemos en jarrones. Son más saludables. Coge ese mismo de la mesa... Yo también tomaré otro.
    Por fin un aura de distensión y complicidad arropaba a padre e hijo. Aunque la distancia y la repentina ausencia de Estela, bien pudieran mutilar cualquier esbozo de confianza, de felicidad entre ambos, todo se desarrollaba con inusitado temple y fluidez. Al menos así creo yo ver las cosas. Y si alguien duda o piensa lo contrario, que venga aquí y lo compruebe. Yo no digo las cosas a la ligera. Así porque sí. Siempre igual, dudando de un sobrio narrador que solo pasaba por allí donde ocurría la historia.    
-  Papá, ahora que después estaremos borrachos y seguro inconscientes, ¿podrías contarme que pasó con mamá? Esta es la primera pregunta de la encuesta.
- Yo la amaba. La amaba y la amo ahora todavía más. Pero quería saber demasiado - contestó Flinteras.
- ¿Que pretendes insinuar? - preguntó alterado Pasaporte.
- Estela, esa criatura bella, representante y portavoz de todas las hembras del Arca. Estela, azafata entre azafatas.  Estela, el amor que puede justificar una vida tras otra, quiso averiguar mi tercer
deseo y supervisar el tatuaje que para  ser consecuente vendría después...
- Entonces, ¿qué hiciste con ella? - volvió a preguntar Pasaporte cada vez más excitado.
- Veras hijo, no me llames posesivo pero tampoco me califiques de neutral. Mira, aquella noche me había hecho bastantes whiskies y bastantes tiros blancos paseando por las salinas de Santa Pola. El agua estaba como rosa y no quería cenar por si se me pasaba la embriaguez. Estaba haciendo cábalas para ver de qué manera podía formular mi tercer deseo. Yo, enamorado de Estela, me preguntaba si tendría las agallas para probarla, a tu madre, me refiero. Volví a casa y ya en la cama con ella al lado, comencé a sudar y sudar y notaba como sistemáticamente me iba deshidratando, reduciendo. Eso me dio una idea. Cuando quise levantarme, las piernas no me funcionaban y acabé desplomándome contra el suelo antes de llegar a la garrafa de agua de Fuente La Higuera, mi supuesta tabla de salvación. Estaba al borde del paro cardíaco, con un memorable bajón de tensión...
- Papá, no exageres - interrumpió Pasaporte.

- No. No exagero. Déjame continuar. Entonces le pedí que me levantara y derramara todo el agua delante de mí. Ella no la derramó. Me incorporó con cariño y samaritana ella, me hizo beber los diez litros de agua. Y me salvé. Entonces comprendí que ella sólo me quería vivo. Vivo para averiguar cuál era mi tercer deseo y denunciarme otra vez, y que el círculo o ciclo, como lo quieras llamar, comenzara de nuevo y que el Arca se reprodujera hasta hundirse. Una pena. Una verdadera pena. Una verdadera pena de amor mío. No me quedó otra salida que reducirla por procedimientos jíbaros y conservarla en formol en el tarro que recogeremos pasado mañana. Porque estoy seguro que en los laboratorios comprobarán que todo está en regla y podré recuperarla para siempre. Y a mi manera.
- ¡Coño, papa! Desde luego no eres nada neutral. Quizás sí que seas un poco posesivo, claro que a tu manera, pero neutral ya veo que no. Si te hubieras perforado la oreja como yo. Bueno. Entonces, déjame que te haga la segunda pregunta de la encuesta, ¿Cuál es pues tu tercer deseo?
- A ti te lo puedo decir, Pasaporte. Deseo librarme de esta amnesia y no hacerme el tatuaje, que me han dicho que duele y después no se puede borrar. Estoy saturado de automedicación.  Creo que todo esto se me ha ido de las manos.
-Eso está hecho papá. Suspira.
Flinteras apuró su jarrón de escocés reposadamente. Cruzó las piernas con cuidada cadencia y suspiró hondamente. Una vez recuperada la memoria llamó a su abogado defensor.
 



 

 

Noé

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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