Para algunos antropólogos, la gran evolución y el triunfo de la raza humana es debida a la inteligencia femenina, y a su evolución fisiológica, teniendo una receptividad sexual continuada. La primate cayó en la cuenta de que un prolongado celo sexual hacía que el macho permaneciera junto a ella, con todas las ventajas que le reportaba en la alimentación y protección de ella y sus crías. Poco a poco, la selección natural, provocaba, que aquellas que tenían un ciclo sexual más largo y sus crías, que heredarían genéticamente este hecho, sobrevivían, porque contaban con el aporte de comida y protección de los machos que permanecían junto a ellas, mientras que las que se encontraban solas, eran devoradas por los carnívoros o morían por inanición.
Esta selección natural, provocó la existencia de hembras fértiles en cualquier época de año y con una continua receptividad sexual. Sin embargo esta situación ha querido ser siempre gestionada por el macho, que cree que le pertenece y por lo tanto esta sexualidad, no debe ser ni utilizada no ya por otros machos, sino ni tan siquiera por la propia mujer que la posee. Y para ello ha impuesto unos comportamientos, a veces apoyándose en aspectos religiosos, que condenen ciertas actitudes, no ya sólo que castigue e impida a los demás machos el acceso a la misma, sino incluso negando a ellas mismas toda posibilidad de utilizarla. No hay que ir muy lejos para descubrir en un mundo actual, en el que las mujeres luchan por su libertad, en la que se incluye, en no poca medida, la sexual, encontrarse en los países de dominio musulmán mujeres con burka, que sólo se lo quitan en el ámbito doméstico, y que no pueden mostrar su rostro ni para abrir la puerta de su casa, para evitar el poder ser abordadas por otros hombres.
El libro, “La quimera de Al-ándalus”, de Serafín Fanjul, trae un relato de Ibn al-Muyawir,(s.XII) viajero por el Yemen que refleja esta situación de negación de la propia sexualidad; “ En Sanah se vende el rábano troceado en cuatro porque se encontró a una mujer que lo empleaba en su vulva. Sabedor de esta historia, el gobernador de la ciudad ordenó que los rábanos sólo se vendieses partidos. Y así se hizo costumbre” .
Más profundo en sus análisis de la sociedad de su tiempo es Averroes, perseguido por sus ideas en ese Al-andalus, de su tiempo, que muchos admiran sin conocerlo.
“Sin embargo en estas sociedades nuestras se desconocen las habilidades de las mujeres, porque ellas sólo se utilizan para la procreación, estando por lo tanto al servicio de sus maridos y relegadas al cuidado de la procreación, educación y crianza. Pero esto inutiliza sus otras posibles actividades . Como en dichas comunidades las mujeres no se preparan para ninguna de las virtudes humanas, sucede que muchas veces se asemejan a plantas en estas sociedades, representando una carga para los hombres, lo cual es una de las causas de la pobreza de dichas comunidades”.
Fernando Díaz Plaja en el apartado de “Lujuria”, de su libro “El español y los siete pecados capitales” , nos cuenta, muchos siglos después de estos relatos, cómo en España las cosas no habían cambiado tanto. “ La vista de una muchacha más coqueta o despreocupada que lo acostumbrado, alegra e irrita al español. Le sigue con la mirada y aun con sus pasos si tiene tiempo, pero lo hace alternando piropos con maldiciones a su descaro…En España el hombre poco culto considera a las mujeres divididas en dos grupos absolutamente distintos y alejados. Uno el de su madre, su hermana y su esposa; el otro el de las frescas”.
Pero en esto del sexo, para él, el español, es muy comprensivo, como afirma el refrán:
“ Si en el sexto no hay remisoria
¿Quién es el guapo que entra en la gloria?"
Cuenta Díaz Plaja en ese mismo capítulo; “Un tren va por los campos aragoneses. En un departamento de tercera clase hay dos seres humanos, un hombre y una mujer; son campesinos y están en su viaje de bodas. El tren traquetea, la mujer envuelta en una pañoleta tiembla de frío y turbación-es la primera vez que está sola con un hombre. El inmóvil, con su capote hasta el cuello y la gorra calada, permanece también en silencio. El duro asiento, salta, el viento del Moncayo silba por entre las ventanas mal cerradas. Hay dos horas de silencio.
Y finalmente, él dice con voz ronca:
-¿Te deshonro aquí o en Calatayud?”.
Sin duda han cambiado las cosas en esta parte del mundo. Pero todavía sigue habiendo algunos que matan o maltratan a las mujeres, porque: O eres mía, o no eres de nadie.
Averroes.Exposición de la República de Platón.Traducción de Miguel Cruz Hernández. Pag.59. Ed.Tecnos.1986.
Diaz Plaja , Fernando. El español y los siete pecados capitales. Pag.146/7.Ed.Alianza editorial.1970.