Título: Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado. Maya Angelou. Traducción del inglés de Carlos Manzano. Libros del Asteroide. 2016. 352 páginas. 21,95€. Ebook, 12,99€
La vida de Maya Angelou, nombre artístico de Marguerite Annie Johnson (Misuri, Estados Unidos, 1928-2014), deparó tanta materia prima susceptible de ser transformada en literatura que daría no ya para una aguerrida novela si no para una enciclopedia completa. Ella la recogió en siete volúmenes, el primero de ellos I know why the caged bird sings, escrito en 1968, abarca hasta los 17 años de edad; su crianza a manos de la abuela paterna en el remoto villarejo de Stamps, allá donde la espalda de Arkansas pierde su nombre, la educación en aquel universo rural, simple, sometido y dócil, con episodios como la violación que sufrió a los 8 años por parte del novio de su madre, cuyo cadáver apareció poco después en un descampado –supuestamente por gentileza de sus tíos- y su posterior adolescencia en California, donde entre otras cosas fue la primera cobradora negra de los tranvías de san Francisco.
Poeta, activista cultural y política, periodista y guionista, bailarina y cantante de calypso, gerente de club de alterne y prostituta, madre soltera y mujer corajuda, la vida de Maya Angelou es un relato de lucha, fortaleza y determinación. Un carácter forjado por las circunstancias en las que se crió y por los valores que le fueron inculcados; “Si bien el proceso de desarrollo de una muchacha sureña negra es doloroso, la sensación de estar fuera de lugar es como el óxido de la navaja que amenaza con cortarte el cuello. Es un insulto innecesario.”
Quizás sea ese tesón rebelde, ese rocoso afán que empuja al frágil personaje a reivindicarse y a enaltecer su condición como estrategia de supervivencia lo que hace de la lectura de Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado una tarea tan enriquecedora como enardecedora: “En aquella iglesia provisional, los históricos humillados y ofendidos de América se transformaban fácil y alegremente, seguros de que, aunque fueran los más humildes de los más humildes, al menos no dejaban de ser caritativos y <en la mañana del Gran Despertar, Jesús separaría a las ovejas (ellos) de las cabras (los blancos)>”.
Por supuesto, la narradora usa sus circunstancias personales, íntimas, para ofrecernos una mirada amplia y vivaz, personal y razonada del paisaje y del paisanaje por lo que su vida transcurrió: “Con frecuencia se muestra asombro, desagrado e incluso beligerancia ante el hecho de que la mujer negra americana adulta desarrolle un temperamento fuerte. Raras veces se lo acepta como el resultado inevitable de la batalla ganada por los supervivientes, que merece respeto, si no aceptación entusiasta” Y es que, por ejemplo, en aquel Sur (de allá) donde Maya Angelou se crió, un sheriff condescendiente era el que avisaba a la abuela negra para que los varones adultos se ocultasen, pues los chicos parecía que iban a salir, y les gustaba hacerlo con capuchas blancas y crucifijos en llamas. Así que la imagen de aquella niña flaca, desdichada, soñadora y fantasiosa leyendo sus poemas en la toma de posesión del presidente de los Estados Unidos no deja de tener un regusto a tarea cumplida, a poner las cosas en su sitio. A magnífica victoria de la condición humana.