Pase(e)n y Lean
Luis Arturo Hernández
Autor: Javier Mina. El dilema de Proust o el paseo de los sabios. Berenice. 2014. 349 pp. 21,95 euros.
“Estudiar la vida de los paseantes puede ser útil y provechoso para cualquiera. Pues en medio del estrépito y del rugido de una bandada de mamuts arrasando este mundo enloquecido, ¿qué somos cada uno de nosotros, sino un paseante?”
Sebastian Haffner, La vida de los paseantes
“La primera vez va uno atento a no perderse, y la atención, demasiado aguda, nos estorba el deleite de callejear, extraviarse, detenerse, entrar o salir sin ningún concierto. […]”
Andrés Trapiello, Al morir don Quijote
Ahora que no se guisa, sino que se “cocina”, que no se mantienen relaciones sexuales, sino que se “tiene sexo”, que no se anda, sino que se “camina”, que la población ociosa por voluntad o por fuerza invade de forma multitudinaria las zonas verdes aledañas a las ciudades, víctima del “estado clínico permanente” que conforma una nueva y saludable alienación, llega Javier Mina (Pamplona, 1950) del jardín de senderos que se bifurcan que es “el paseo en la historia y la literatura universales”, con su guía del paseo y mapa cuatri-dimensional, su ensayo El dilema de Proust o el paseo de los sabios (2014). Se trata de la última entrega, hasta la fecha, de una serie de ensayos monográficos que a lo largo de un decenio y en plena madurez ha ido pergeñando Mina sobre diversos temas a lo largo de la historia de/y la Literatura —los tiranos en Tigres de papel (2008), o la ceguera en La mirada fósil (….), El Ojo del cíclope o Montaigne y la bola del mundo —, a través de la vida cotidiana o privada de la gente en línea con la Escuela de los Anales, proyectando en el rastreo retrospectivo el interés del momento actual, como en el paseo
y su democratización: de la aristocracia a la burguesía y de ahí a la clase obrera, al igual que la residencia, de las villas en el campo a los chalés burgueses y la casa en el pueblo.
De hecho, con Andar. Una filosofía , de Frédéric Gros, recientemente aparecido, y la reedición de Elogio del caminar , de David Le Breton, forma una ¿troica? sobre el tema.
RESABIOS DE LA ANTIGÜEDAD
“No teniendo que estar en forma para defender la patria, porque para eso contaban con un ejército profesional, podían contentarse con ejercicios moderados, como lanzarse balones y caminar por unos circuitos que contenían indicaciones sobre la distancia recorrida en función de las vueltas que dieran.”
Javier Mina, “Esplendor romano (incluso del yo)”, El dilema de Proust
Efectivamente, El paseo de los sabios es un recorrido de la historia de ese deambular sin rumbo fijo que nace asociado indisolublemente a una conciencia individual del yo en interacción con el entorno —el paseo como pasaje a través del que el paisanaje se mira a sí mismo en el paisaje—, y que el autor persigue desde las antiguas Grecia —paseata peripat ética por pórticos y jardines o callejeo de la aristocracia del espíritu— y Roma —del paseante en corte con una nítida conciencia del yo , en litera (o sea lectura ), por los pórticos de las villas o callejeo urbano—, pasando —vale decir paseando — por la Edad Media —donde, merced al callejeo medieval burgués (o al callejero de París) y pese a su riesgo moral (Don Carnal), reaparece la conciencia individual humanista de un yo , en Rutebeuf, Dante y Petrarca, el Arcipreste de Hita o Bocaccio, tomando el nombre de paseo en castellano en la Celestina— y Renacimiento —y permítasenos este subíndice. la Celestina , callejeo picaresco, cronistas de Indias, asendereado caballero don Quijote, Montaigne –el padre del ensayo, un filón a quien dedicaba Mina su ensayo Montaigne y la bola del mundo -, Cyrano de Bergerac o el nipón Matsuo Basho, los viajeros ingleses (Sterne), los ilustrados franceses (Diderot o el misántropo Rousseau), y los visitantes de ruinas greco-romanas, naturalistas, montañeros, alpinistas, o el pre-romántico Hazlitt—en una primera parte —“Hacia el paseo”— que explora sus aledaños y prolegómenos.
METERSE EN JARDINES DE SENDEROS QUE SE BIFURCAN o ¡ A PASEO!
“Caminando se escapa a la idea misma de identidad, a la tentación de ser alguien, de tener un nombre y una historia.”
Frédéric Gros, Andar. Una filosofía
“Y ya. Fin de la historia. Cero o uno. Un simple sistema binario.”
Alex Robinson, Estafados , p. 119
Pero será en la segunda parte —“El paseo incluso como arte”— donde esa aparente linealidad cronológica del paseo—y por cuyas recodos y meandros va guadianeando el yo—, alcanza la glorieta o rotonda, el “patio central del laberinto” —por citar al Borges de El jardín de senderos , el cuento que cita el autor en el capítulo dedicado a Proust—.
Y es que ahí, en el recóndito capítulo “Paseando de lado a lado (y viceversa)” reside la original tesis que da sentido a este ensayo enciclopédico, vale decir El dilema de Proust : la elección que se ofrece al paseante entre el lado de Swan, “el grado cero del paseo”, y el paseo meta-literario del lado de Guermantes; una taxonomía que rastrea, a partir de la encrucijada de En busca del tiempo perdido , El jardín de senderos que se bifurcan —Simenon vs. Perec; Zazie vs. Ejercicios de Estilo ; Camus vs. Sartre; Sillitoe vs. Sebald; etc. —, volviendo sobre sus pasos —“en busca del tiempo”— en “la enorme adivinanza, o parábola, cuyo tema es el tiempo” —“el jardín de senderos que se bifurcan”— tras haber recorrido desde el s. XIX —con la hipertrofia del yo en el postureo romántico, el bosque del romanticismo alemán, el “síndrome de Stendhal” y los “inspectores de obras públicas” o “púbicas” de Flaubert, y viajeros ingleses por Europa (Byron y los Shelley), franceses por España, costumbristas españoles, etc.— a la modernidad contemporánea —desde el flâneur Baudelaire, el “viajero en el tiempo” Walter Benjamin del Libro de los Pasajes (en todos los sentidos) o los barrios de París por Léon-Paul Fargue, hasta El paseo de Walser y el de Ulises por Dublín de Joyce— o a las vanguardias históricas —el paseo como “obra de arte en sí misma” de Dadá o los espacio geográfico-oníricos de Nadja , el sonambulismo de Pessoa o la “deriva psicogeográfica” del situacionismo—,
pas(e)ando por el huerto cerrado del gineceo literario —el campo ocioso o el extranjero de aristócratas, Sras. de e institutrices vs. la ciudad comercial de la revolución industrial de sufragistas, agitadoras (.com) o pioneras de la pedagogía travestidas de varón, con el (re)mojón de Virginia Woolf marcando un antes y un después—, hasta abrir puertas al campo —el movimiento Fluxus llevándose de calle “el arte del paseo”, intervenciones en la naturaleza (el bosque Oma, de Ibarrola, sin ir más lejos) o el Land Art , el paseo como ready made por los campos del señor Duchamp, las performances urbanas de un Omar Jerez —p. 253 — o el Street Art con sus grafiti, autógrafos, pintadas o murales—.
CONTINUIDAD DE LOS PARQUES SIN SOLUCIÓN DE CONTINUIDAD
El lector, metido en esos jardines que se disfrutan , pierde la pista del intercambiador de senderos entre la maleza que lo devuelve a la postguerra europea, entre los parterres racionalizados de las enumeraciones del nouveau roman , “esos ojos extraños”—diría A. Martínez Salazar, para los viajeros en Vitoria — asombrados ante los jardines ingleses —Kureischi, Ishiguro y Mo vs. Barnes, Amis y MacE wan —, japonés —Murakami—, siguiendo los vericuetos o recovecos del jardín o botánico de la anaconda del “ boom ” hispanoamericano —Lezama, Rulfo o Fuentes, Gª Márquez o Cortázar—, la errancia por la carretera sin fin de los bluesmen norteamericanos, o las vueltas y revueltas de los cuentos de ida y vuelta a ambos lados del Atlántico —de Central Park de Auster a la Gran Vía de Guerra Garrido—, por el atajo del Otro Lado —Philip Roth, Richard Ford o John Delillo—, hasta converger, tras la última vuelta del camino —“Alguna vez, los senderos de ese laberinto convergen”, escribe el cartógrafo Borges—, en el meta-paseo de La tarde de un escritor del “sobrino” de Bernhard que es Handke, que funde el lado de Guermantes —“Ts'ui Pên diría una vez: Me retiro a escribir un libro ” (Borges)— con el lado de Swann — “Y otra: Me retiro a construir un laberinto” ( ibíd. )— en el punto de encuentro de la “continuidad de los parques”, única “banda de Moebius” que identifica, en clave posestructuralista —“Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto” ( ibíd. )—, el paseo y el texto —“De modo que el protagonista pasará de pisar la tierra a pisar la literatura sin solución de continuidad" (Mina, p. 272)—, en el laberinto bizantino de Pamuk, en ese istmo estambulí en que se confunden el Oriente Swan y el Occidente Guermantes, para estirar las piernas con la ciencia y a conciencia —del naturismo del médico anarquista alavés Isaac Puente al más expeditivo tratamiento de ¡A paseo! — y enfilar el final líquido —¿o liquidado?— del paseo —del argentino Chejfec— que confluye en el reencuentro del rastro del paseante en su desyoización en un “paseo amenazado” y en peligro de extinción —pasando por encima de la defesa numantina del Caminar del emboscado Thoreau o de Stevenson—.
¿EPÍLOGO O EPITAFIO? o ¿QUÉ ANDAS LEYENDO?
“[…] El regreso nos reserva, de ese modo, los más sutiles goces. Esconde la vejez, que es vuelta, jardines que la ida ignora, y Sansón carrasco se sintió un poco viejo con aquel libro en las manos.”
Andrés Trapiello, Al morir don Quijote
“¿Quieren ir más rápido? Entonces no caminen, hagan otra cosa: rueden, deslícense, vuelen. No caminen. Caminando solo una hazaña importa: la intensidad del cielo, la belleza de los paisajes. Andar no es un deporte.”
Frédéric Gros, Andar. Una filosofía
“En efecto, cada ciudad se ha fabricado bien en su interior o cercanías sus circuitos cardiosaludables. Porque se trata de eso, de estar en buena forma.”
Javier Mina, “Derivas o el paseo amenazado (un epílogo tal vez amargo)”, El paseo de los sabios
Y, volviendo a cerrar el círculo de este paseo de los sabios por el laberinto del bosque domesticado de dilemas que se bifurcan, como por un anillo verde —a veces, invisible anillo — cuyo centro emblemático sería “ L'homme qui marche ” (1960), de Giacometti, Mina satiriza con prosa costumbrista de señor mayor las derrotas de un paseo triunfal arrinconado en el lindero o empujado a abrir trochas por el nacional-excursionismo, la andanza terapéutica y/o la tecnificación y comercialización del senderismo — ciborg - orates que hablan solos o ciber-analfabetos que leen y escriben con el dedo—, y cuyos practicantes, transeúntes o viandantes, han de arrostrar mil y un peligros —de perros y bicis a imprudentes o psicópatas, etc.— por cañadas pastueñas, salúdromos , gymkanas ecologistas o corredores –por metonimia- periféricos —por no decir “los bulevares de circunvalación externalizada”, parafraseando el título clásico de Modiano (ni sí, ni no) —, creando para el andarín un parque temático virtual —pasen y vean— que, como en su De boca a oca , se anda leyendo —¡pase(e)n y lean!—, una miscelánea y tratado de citología ecol ógica —prontuario ino centón por el h/atajo in/gente de citas—, un manual enciclopédico de consulta del paseo o vademécum . ¿O no es—parafraseando la pregunta retórica del autor—, el paseo el atajo que comunica el pasaje del lector y el paisaje del caminante, paseantes ambos, e imagen emblemática de la pasajera condición humana?