Orgías
Juan Planas
Cuando era muchísimo más joven y veraneaba, con la familia, en Cala Blava, tenía a la Playa de Palma por un lugar vulgar y ruidoso que, sin embargo, merecía la pena visitar, de vez en cuando, por aquello de las interminables fiestas que la lógica caprichosa del azar o, frívola, de la edad nos parecían tener siempre a punto. Las noches se nos alargaban tanto que hasta amanecían y la arena fresca y húmeda, entonces, nos recogía suavemente como a unos náufragos rotos de un tiempo que corría volátil y promiscuo, inconsciente, todavía, de sus límites y costuras.
Pero es así, luego, en este instante de ahora, que recordamos las viejas historias pretéritas con varios signos de admiración, algún interrogante y no pocos puntos suspensivos. Nunca tuvimos conocimiento, por supuesto, de otra forma de diversión que no fuera fruto de nuestro esfuerzo, de nuestras propias ganas de comernos el mundo, de nuestro encanto (tan efímero, aunque aún lo ignorábamos) para cortejar todo lo que se moviese a nuestro alrededor, que no era poco.
Debe ser por eso o, a fin de cuentas, porque algo hemos acabado aprendiendo con el paso marcial de los años, que se nos antoja sumamente repugnante y hasta vomitivo el cúmulo de revelaciones sobre las orgías de algunos policías y políticos o empresarios con cargo a la autoridad inmoral de los más fuertes y a la indefensión vergonzosa de los más débiles. Prostitutas. Menores. Sin papeles. O todo a la vez. Tanto en la Playa de Palma, como en Calviá, hay que hacer una limpieza tan ejemplar como higiénica.