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ISSN 1989-4163

NUMERO 64 - VERANO 2015

Sobrevive Hoy

Javier Neila

 

El motor Rolls-Royce Merlín de 1600 caballos y 12 cilindros en V ronronea suavemente, en dirección al sol que empieza a ocultarse por el horizonte. Aunque lleva los gruesos guantes de cuero con relleno de piel de conejo –regalo de Brenda por Navidad- empieza a sentir los dedos entumecidos. Sus pies no están mejor. No hace mucho que ha pasado por las rocas blancas de Dover; le quedan menos de 80 millas para llegar a la base de Duxford. El crepúsculo empieza a dibujarse entre las nubes. Cálidas figuras rojas y anaranjadas aparecen en el inmenso azul del cielo. Come bizcocho reseco, por ansiedad que no por hambre, y bebe un trago de la petaca metálica de su padre, que siempre lleva en el pantalón de vuelo. Quiere creer que el brandy le ayudará a controlar los calambres. En el suelo se dibujan salpicadamente las figuras geométricas de los cultivos, en una infinita variedad de tonos verdes y marrones, ribeteados por los brillantes destellos de los meandros del Stour, a su paso por Canterbury. No quiere pensar demasiado en que, desde hace menos de una hora, su escuadrilla al completo descansa para siempre en la gran fosa común que es el Canal de la Mancha. No puede entender por qué él es el único superviviente.

Apenas le queda combustible, y el timón de cola esta dañado, pero es posible que si planea a ratos y aprovecha el viento de cola, pueda alcanzar el aeródromo. O casi. No es la primera vez que aterriza en una carretera o en un prado, aunque siempre con más visibilidad que hoy. Piensa en Brenda, pero también en Martina, Suzanne, Chelsey…las viudas que aún ignoran que lo son. Esposas y viudas prematuras, que aún no habían podido vivir una vida normal con aquellos que ya están muertos. Aquellos que olvidarán en unos años para rehacer sus vidas. Siempre es igual. No hay más opciones. Así es el alma humana. Es entonces cuando los ve.

Dos Heinkel 111-H en formación de cuña vuelven al continente. Están a las dos, a unos 1200 pies por debajo de su horizontal. Ya han descargado sus 1500 kilos de bombas incendiarias, seguramente sobre el mismo Londres; seguramente sobre su familia y sus amigos. Van sin escolta de cazas; quizás por las densas cortinas de proyectiles de las baterías antiaéreas londinenses. Los dos aviones alemanes son un blanco fácil. Demasiado fácil, piensa. Duda. El combustible se le acaba, y los daños en la cola lo vuelven inestable en bajadas tensas desde alta cota. Tiene que tomar una decisión. Pero mientras intenta tomarla ya está haciendo la maniobra para picar contra ellos desde atrás, desde arriba y con el sol a su espalda. El motor se revoluciona y él también. Es lo malo de ser un maldito perro de presa. Que uno hace lo único que sabe hacer. Es instintivo. Con 22 años tampoco conoce otro oficio. Además hoy… hoy hay deudas que saldar meine Kameraden . Hoy es algo personal. Como si le hubiese dado a un interruptor, su cuerpo y su mente se activan. Vuelve a ser consciente de todo lo que le rodea….del silbido del aire en las juntas de la cabina, de cada explosión del motor, de cada músculo que se le tensa…verifica los relojes de cabina que hay a la derecha del timón…no va forzado…sube de 2200 a 3000 rpm y aumenta la presión del aceite, hasta que la aguja llega a 6…cierra parcialmente el radiador para ganar velocidad. Golpea el reloj del combustible con la yema del índice, para comprobar lo que ya sabe, libera el retén del disparador, aprieta los dientes y enfila hacia ellos. Los artilleros alemanes de las cabinas superiores son los primeros en apercibirse de que un caza británico se les viene encima, y empiezan a abrir fuego con sus ametralladoras. Uno de ellos, sabedor de su oficio, le pone las cosas difíciles, y con una previsión casi clarividente se adelanta a los movimientos de su aeroplano, barriendo su trayectoria anticipadamente, en pequeñas ráfagas, de abajo a arriba, lo que le obliga a tener que virar bruscamente hacia la izquierda, quedando en posición perpendicular a la línea del horizonte. Las puntas de sus alas van dejando dos estelas blancas a su paso, mientras muestra a sus enemigos su máximo perfil, lo que aumenta las posibilidades de ser alcanzado. Vuelve a enfilarlos en un giro cerrado que le hace perder velocidad. Las trazadoras cada vez pasan más cerca. El cazador apura hasta estar casi encima, y desde atrás y por la izquierda, a sus siete, abre fuego con sus dos cañones de 20 mm y sus 4 ametralladoras. Recuerda el nombre de su avión mientras sonríe: Spitfire . Escupe-fuego. Trozos del fuselaje y de la cabina del bombardero alemán empiezan a volar por los aires. Justo en ese momento alcanza el ala izquierda del bombardero, el motor empieza a arder y el ala se troncha, desgajándose como una barra de pan crujiente que se dobla. La hélice sigue girando loca en el aire, llevándose parte del rotor, y todo el aparato empieza a caer levógiro sobre su propio eje, entre llamaradas y humo gris claro. Ve lo que parecen ser un par de cuerpos inertes, ya marionetas de trapo sin vida, saliendo de la cristalera del morro que se está desintegrando. Son el piloto y el navegador. No parece que hayan tenido tiempo de saltar los otros tres miembros de la tripulación.

El Spitfire vuelve ganar altura, poniendo a prueba la resistencia de su potente motor, y ataca de nuevo al que queda. Se aleja lo suficiente para no recibir su fuego y empieza el picado desde 4000 pies. Pero súbitamente de las nubes que hay a su izquierda emergen dos siluetas negras a 600 kilómetros por hora…dos Messerschmitt Bf 109 E empiezan a abrir fuego sobre él. Ni siquiera los ha visto. Los primero disparos le alcanza al bloque del motor y un chorro de aceite empieza a salir a borbotones, manchando la cabina y cegándole la visibilidad frontal y derecha…el aceite se va esparciendo por la cabina, como si los dedos negros de la muerte se cerniesen sobre el piloto…su motor pierde fuerza, carraspea y empieza a caer…los dos lobos grises le persiguen, manteniéndose separados unos 100 metros entre sí, cerrando una horquilla de fuego y abriéndose sobre el inglés como las alas de un ave de presa, hacia afuera y hacia arriba. Se va a estrellar. La única opción es saltar en paracaídas. Aunque está indefenso, las andanadas alemanas no cesan. El aceite que empapa el motor empieza a arder y su morro se convierte en una bola de fuego….siente el calor en su rostro tras el cristal de la cabina…Se le pasa por la cabeza lanzarse contra el bombardero que aun parece esperarle ahí abajo…chocar contra él, e irse los dos al infierno al que van los aviadores…ya ha superado con creces la esperanza media de un piloto de combate, tres semanas, y se llevaría por delante cinco vidas y un bimotor. Debería haber muerto hace mucho, como hoy lo han hecho Wayne, Lockhead, Warrington... ¿Por qué yo debo ser distinto? Se pregunta.

Piensa en Brenda, en sus padres, y sobre todo piensa en sí mismo. “Sobrevive hoy y podrás luchar mañana”. Recuerda la frase de su padre oída mil veces. Se quita el cinturón, libera la palometa que hay sobre su cabeza, corre la cabina hacia atrás y se impulsa con todas sus fuerzas fuera del avión, que desaparece llameante bajo sus pies, a una velocidad infinita, pasando al poco los dos pilotos alemanes. Mientras se le abre el paracaídas, cree ver como uno de ellos le mira. Supone que no son tan distintos, aunque tengan la obligación de matarse. Quizás ellos piensen lo mismo. El paracaídas baja suavemente, llevando a casa al superviviente de un día terrible. Los tres aviones alemanes se alejan sobre su cabeza, por la derecha, hacia el continente. El sol se acaba de ocultar. Dos columnas de humo negro suben hasta el cielo. Todo está en calma. Todo está bien.

 

 

Sobrevive hoy

 

 

 

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