Preguntan por Evelia
Edgard Cardoza
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¡Carajo!, no sé de qué estoy hecha, que soporto impasible el vaivén de tantos señoritingos que entran a mi casa preguntando por ella, y que después de un levísimo saludo desaparecen hacia quien sabe dónde y no los vuelvo a ver sino hasta el día siguiente a la misma hora, en que ‘¿está Evelia?'. Literalmente: un interminable desfile de cachorros en celo... Y entran y desaparecen, como si mi casa fuera barril sin fondo, asilo de almas en pena, o puerta de entrada a otra dimensión que tarda exactamente veinticuatro horas en abrirse de nuevo para cada presencia. ¿Por dónde salen? –me pregunto-, ¿porqué nunca repiten su visita, si no hasta transcurrido ese período grabado (como el saludo mismo que menciono) en un terco reloj atento únicamente a tal arribo desbocado, a los pasos que no vuelven si no hasta transcurridas puntualmente..., en el eco de una misma señal, de una misma construcción verbal (‘¿está Evelia?') con tonos diferentes, siempre al borde de lo irreal, perdiéndose en un fondo de miradas y voces en permanente huida. Odio a Evelia...
II
Y yo languideciendo desde este marco de destellos plomizos, ignorada, convertida en Celestina involuntaria porque todos preguntan, mas yo nunca contesto lo que debiera: ¡no encontrarán a Evelia! Aunque la busquen incansables en todos los espacios vedados para mí. Hasta que me dediquen el tiempo, las formas y el cariño que merezco. Hasta que se reúnan en algún lugar del tiempo todos los que no se dieron cuenta que existí y me pidan disculpas. Hasta que deje de ser sólo un marbete con facciones diluyéndose. Hasta que se detengan los muchachillos esos, presumidos, y me digan después de la genuflexión correcta en estos casos y ante tamaña dama empapada de tiempo y secretos de alcurnia como soy: ‘¿podría usted, amable señorita, informarme de Evelia?.. Aún con tales deferencias, Evelia, continuaría odiándote.
III
Y no sólo dan su paseíllo frente a mí los personajes esos que detesto, también discurren amarillentos calendarios -siempre tan formales- rozando las paredes con su ácido de días perdidos para siempre; rumores de vecinos -que quizá no conocí y no tuvieron nunca acceso directo a este espacio de misterios que me aloja y me define sombra tutora de la casa- han hilado su tela de malicia, y el imán de la pregunta tantas veces repetida los trae a mí con sus múltiples ojos de acusación morbosa: ¿habrá algo de verdad en sus infundios? Y la familia (que tanto contribuyó a hacer de mí ‘la inadaptada, la amargada envidiosa', en palabras de la abuela), que cuando aquello fue noticia sólo lloró con silencio esperanzado el regreso de Evelia, sin la mínima sospecha de lo peor. Porque no, nada malo podía ocurrirle a Evelia, ¿como a ella, tan buena y recatada, tan hermosa? Seguramente tomaría algún viaje repentino que no le permitió avisar a nadie. Nadie tan considerada como Evelia... Y después, mayor indiferencia para esta hermana enclenque, contrahecha y amargada... Lo bueno es que después de aquello no les duré mucho... Aún cuando ya no estabas, seguiste haciendo daño, pinche Evelia.
IV
-Hola, doña Séfora, ¿qué ha sabido de Evelia... Qué ha sabido de Evelia... Qué ha sabido?
La misma pregunta de siempre que me pudrió el hígado por años, que llega inacabable hasta el cristal de mi vigilia escupiendo aquella emanación sanguinolenta que yo tan bien conozco; aunque ahora es mi madre la interlocutora de moda. Y ella siempre tan propia: ‘está de viaje, ya pronto vuelve', ó ‘vino de entrada por salida y se volvió a marchar, ¿qué no la viste?', ó ‘es que se fue allá, a un país muy lejano, y no creo que regrese pronto, pero me habla muy seguido. Te mandó saludos, ¿eh?'... Por cierto, esta última respuesta es lo más cercano a la verdad que le he escuchado, aunque ella, la pobre, sigue esperando a Evelia. Yo de plano no importo -ni importé en aquel tiempo en que el desdén me lastimaba realmente-, aunque hoy seamos vecinas de potrero porque en esta otra vida de la muerte las distancias no existen. Ella muerta por odio y yo muerta de olvido desde antes de morir, para el caso es lo mismo... Han pasado más de veinte años y la chusma esa que inventó conjeturas y que a punto estuvo de dar con el móvil y el culpable (la culpable), con ganas de joder sigue preguntando lo mismo, para oír alguna respuesta ya escuchada y así reírse de la desgracia ajena. Pero lo cierto es que mi madre reside muy conforme en su infructuosa espera: por aguardar a Evelia apenas si se ha enterado de sus otros dos hijos que hemos muerto. La esperanza de volver a estrechar a Evelia entre sus brazos amortiguó el dolor de su partida y desterró cualquier sentimiento de pesar por nuestra muerte. Hasta el dolor intacto de mi madre nos robó: maldita Evelia.
V
Y yo desde esta foto que los vivos ya ni siquiera notan, diluyéndome en óxido de tiempo, con el secreto tan bien guardado de la suerte de Evelia. Hasta hoy que encontraron esos huesos bajo las raíces del Granado que tumbó la tormenta (yo misma lo sembré hace poco más de veinte años sobre el cuerpo inerte de mi hermana). Y miren si no es vano, ridículo, el lenguaje que escurre de la muerte: los avezados califican el hecho como “el regreso póstumo de Evelia”...
Los vivos, por expertos que sean en deducir agravios no sabrán la verdad, siempre habrá alguna duda que me salve, siempre algún acuerdo de negación hipócrita, para alguien como yo que vivió en el olvido y ya polvo sigue habitando el mismo latifundio, sólo que ahora con un muro de fuga de por medio. Guardar las apariencias, mantener limpio el nombre de la casa, son los brazos de la cruz de Evelia, a partir de este día oficialmente muerta, sin motivo cierto, sin ejecutor preciso. Si retoñan las sospechas habrá que mandarlas lejos para que no lesionen la salud del apellido... Los únicos que saben bien a bien los detalles del asunto ya desaparecieron de la tierra: les di mi confesión en alguna de tantas peregrinaciones a través de esta foto amarillenta que me aprisiona el alma.
Mi madre, por fin encontró a Evelia, y volverá el dolor a su conciencia... La culpable de ese dolor eterno de mi madre, que la guiará a la tumba y seguramente trascenderá su cuerpo físico, será Evelia de nuevo.
Siempre Evelia... Y yo desde esta foto, diluyéndome, padeciendo eternamente el infierno del eco de su nombre.