Opiniones Robinsonianas (XVI) - Resetéate
Mª Ángeles Cabré
Decimos que vida sólo hay una y es cierto, pero no hace falta tomárselo al pie de la letra. Por suerte, dentro de una vida caben muchas vidas y está bien aplicarse de vez en cuando ese cuento para dar un giro a la nuestra.
Muchos son/somos los que de jovencitos practicamos los mil oficios; yo misma he trabajado como mensajera, como dependienta o incluso vendiendo enciclopedias. Por poner un par de casos célebres, Sylvester Stallone limpiaba la jaula de los leones en un zoológico y Madonna se hartó de decir dos con queso, dos de patatas y dos cocas light siendo cajera en un Burger King. La juventud no deja de ser una etapa en la que recorrer caminos bien dispares para llegar finalmente a la puerta del lugar donde quieres entrar, ¿no es cierto?
Aunque menos son aquellos que se preparan para un oficio, lo practican un tiempo y, al cabo, deciden que no están hechos exactamente para él, cambiándolo por nuevos derroteros. Es el caso por ejemplo del mismísimo Brad Pitt, que en sus comienzos no estudió interpretación como imaginaríamos sino que se licenció en periodismo, o de nuestro querido Wyoming, que en realidad es médico y como tal ejerció, al igual que lo hizo durante toda su vida el que ha quedado como el maestro del cuento, Anton Chejov.
Muchos son también los prestigiosos artistas que en un principio no se prepararon exactamente para lo que luego devinieron. Aunque pocos lo sepan, el poeta Antonio Machado tuvo una incipiente carrera como actor, la elegantísima actriz Katharine Hepburn estudió filosofía y la provocadora artista plástica Louise Bourgeois matemáticas en la Sorbona. Y como de todos es sabido, Cornad era marino y hasta Paul Auster trabajó un tiempo embarcado en un petrolero. Por no hablar de la caterva de abogados que han acabado dedicándose a esta variante de la mecanografía que es la literatura, desde Goethe hasta el hacedor de best sellers John Grisham. Claro que uno de los casos más bonitos de cambio de oficio quizás sea el de mi queridísima Agatha Christie, que quiso con todas sus fuerzas llegar a ser cantante de ópera y no escritora, aunque acabara siendo una de las autoras más vendidas del mundo.
Estos momentos de cambio de paradigma, en los que la crisis económica -¿sólo económica?- empuja a muchos a replantearse sus vidas, quizás tengan pues algo de positivo a pesar de todo: quizás sirvan de cambio de agujas y animen a unos cuantos –a ser posible a aquellos que lo necesitan- a tomar un nuevo rumbo. A decir verdad, esta nueva era que combina lo analógico y lo digital y que, como afirma Roger Chartier, nos empuja a llevar a cuestas un “yo diseminado”, parece especialmente propicia para cambiar de andén, tras buscar y rebuscar en esa reunión desordenada de yoes que pugnan por convivir en nuestro interior.
¿Eres contable y en realidad te gusta la jardinería? ¿Adoras el deporte y, sin embargo, te dedicas al noble arte de repartir libros en una biblioteca? ¿O acaso ejerces como locutor deportivo y sueñas con conducir un camión por desiertas autopistas? ¿Darías lo que fuera por aguzar el ingenio como animador en un crucero y, en cambio, te dio por estudiar ingeniería informática y te pudres delante de una pantalla como esta donde esto escribo?
Y es que:
Es probable que lleves una vida que no te guste y no lo sepas.
Es probable que tu trabajo no sea exactamente lo que querías para ti.
Es probable que el lugar donde vives no sea ni de lejos el lugar que soñabas.
Es probable que en realidad no te guste la gente que te rodea.
Es probable que ya no estés enamorado/a de tu pareja.
E incluso es probable que no seas como crees que tendrías que ser.
Desde ya te digo que no vas a poder cambiar muchas cosas (tus familiares, tu estructura ósea, el tono de tu voz, el número que calzas…), pero casi todo lo demás sí depende exclusivamente de ti. O sea que resetéate: detente, mira a tu alrededor y decide si es esto lo que realmente quieres. Y si no es esto, cámbialo. ¿A qué esperas?