Manteja Roja
Jesús Zomeño
-El problema es la carbonilla. No se me levanta el pene porque lo tengo lleno de carbonilla dentro. Traspasa el pantalón, ¿sabe usted? También los pulmones los tengo llenos, por eso toso tanto. Lo mejor es que me chupe el pene y aspire, se le quedará gusto de salmón ahumado en la boca, pero a mí me la pone tiesa.
La señora Hudson no hace mucho caso al carbonero, porque le parece un simple. Por si fuera poco, su pene es tan pequeño que a veces le tiene que restregar un ajo por el prepucio para que le escueza la vagina y sentir un poco el pene cuando se lo mete dentro. Él se queja de que también le pica el ajo, pero ella le cuenta que es para prevenirle de la gonorrea y eso a él le parece importante y se consuela rascándose. Es un idiota, pero a ella le gusta así. El culo se lo unta de manteca roja para reírse de él cuando se marcha, por despecho, por ser un amante tan nefasto. Manteca dulce, para que se le llene de hormigas. Sin embargo, lo que a ella más le gusta es retorcerle los testículos, girarlos hasta hacerle gritar y, después, tirar de ellos con rabia para provocarle una convulsión que le agarrote el pene unos instantes. A veces tiene que contener la respiración por la peste que echa el hombre cuando se baja los pantalones, pero ella se conforma arrancándole un buen puñado de pelos cuando le tira de los testículos con el puño cerrado, con tal de oírle gritar por algo.
-Puro músculo, pero un imbécil –piensa ella mientras le unta el culo de manteca roja, sin darle explicaciones.
-¿Porqué lo haces?
-Ya sabes, en fin, ya sabes...
Y él disimula que no entiende nada, por eso no insiste preguntando, aunque se le llene luego el culo de hormigas.
A la señora Hudson le gusta reírse del muchacho, seguir vengándose de él porque una vez la llamó vieja. Apareció en la cocina con un saco de carbón al hombro y le dijo: “¿Ande dejo esto, vieja?”. Una falta de respeto inaceptable en una casa tan distinguida. De aquello ha pasado mucho tiempo, pero ella aún disfruta con la venganza.