Acabo de Matar a mi Editor
Francisco Marín
Autor: Antonio Parra Sanz. Editorial Seleer (2012). 226 páginas. 18,00 €.
Acabo de matar a mi editor es una sorprendente reflexión sobre el mundo de la escritura y todo lo que le rodea: editores y premios, sobre todo.
Golpes mentales como éste definen a un autor: “Y lee, jamás dejes de leer ni por el sueño, que eso del humor acuoso del cerebro no son más que dislates, cualquiera de estos libros que te rodean te será más fiel que el más sincero de tus amigos, te dejará llegar a él sin preguntas, sin exigencias, y acatará el momento en que lo cierres, ¿acaso puede pedirse más generosidad?”
Personalmente recomendaría que esta obra formarse parte de todos los talleres de escritura que estuviesen orientados a futuros escritores y, porque no, también a autores que ya publican o tienen intención de publicar... Un mundillo en el que las cervicales sufren más que en otras profesiones, bien por mirar mucho hacia el propio ombligo o por encima del hombro a los demás. Reflexiona Jaime Loynaz, protagonista central de la historia:
“Cualquier escritor que afirma que no crea para los demás, para ser leído, miente, este oficio lleva consigo una parte considerable de reconocimiento, porque no basta con el íntimo orgullo de atesorar un trabajo bien hecho si el resultado no se comparte... y un escritor necesita lectores salvo que en el colmo del masoquismo quisiera condenar su obra al más oscuro de los rincones”.
Tenemos ante nosotros un rosario de pensamientos y actitudes de un autor que, por querer escribir por encima de todo, echa por tierra y arruina su vida personal y familiar... llama la atención de una manera puntual esta perla: “...cuando más me revolcara en lo peor de mi mismo, mayores serían los éxitos...”.
Cuando iniciamos la lectura, es muy posible que dos o tres preguntas básicas surjan ante nosotros: « ¿Es normal desear la muerte de un editor? » « ¿Son seres abominables? » « ¿A qué está dispuesto un autor por dedicarse a escribir, por encima de todo? » .
Jaime Loynaz quiere ser escritor. Hombre apocado y pusilánime, pretende encontrar en la literatura una pequeña parcela en la que reivindicarse como ser humano, pero a cambio tendrá que pagar el peaje de ver cómo su vida corre el riesgo de desmoronarse en el intento. Con la ceguera y el ímpetu que conllevan todas las pasiones, se entregará a la redacción de una obra cuyo argumento sólo avanzará cuando reciba la visita de unos peculiares colaboradores.
Acompañamos a Jaime en la redacción de su novela Apocalipsis 17,1 . La entrega de la misma a un editor, el intento de recuperarla y fatal desenlace. Pasa, el autor, por diferentes fases personales, familiares y mentales. La escritura avanza a golpe de unas visitas nocturnas, conjuradas en la desesperación del “folio en blanco” y el abandono de las musas correspondientes. Contumaz observador de lo que le rodea y de los que le rodean; toma nota mental y escrita, a veces, para posteriormente verterla en su creación. De esas observaciones me quedo con una, que por su cotidianeidad jamás había reparado: “Unas veces volvía obsesionado con los traseros, y no sólo femeninos, sorprendido de cómo parte tan innoble del cuerpo puede ilustrar los caracteres: los había respingones para desafiar la vida... desaforados como alforjas de alimentaciones deplorables... maquiavélicos que a un paso se escondían y en el siguiente asomaban retadores, retozones y alegres que parecían mostrar una carcajada pícara con su bamboleo...”.
Jaime Loynaz es un personaje atormentado y “puteado” por su mujer, su familia política, su trabajo y... sus propios personajes. Manipulado por Laura, su esposa, y posteriormente abandonado a su suerte. Esta novela me ha irritado, enfadado, divertido, enganchado. He sufrido leyéndola y ha habido momentos en que le he dicho de todo a Jaime Loynaz. Consigue Antonio que el lector sufra adicción a la novela y cueste trabajo dejarla. Nos pasea por Cartagena, sin nombrarla, hace que cada página nos la bebamos buscando si el personaje reacciona o no a los ataques; familiares, laborales…; que sufre sólo por querer ser escritor.
Como lector le agradezco a Antonio Parra este regalo que nos hace en esta obra, ya que si queremos saber cuanto cobran las musas, qué sangrías provoca la inspiración, o hasta dónde puede llegar un editor para salirse con la suya, no tendremos más remedio que abrir estas páginas y rezar para poder llegar a salvo hasta su final. Cosa nada difícil pues desde el principio las páginas pasan rápidas como si una musa y los noctámbulos visitantes las impulsaran.
Antonio Parra Sanz (Madrid, 1965), reside en Cartagena, donde imparte clases como profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES “Mediterráneo”. Tras varios años como articulista de opinión, actualmente ejerce la crítica literaria en el suplemento cultural Ababol, del diario La Verdad. Cofundador del evento literario ELACT –Encuentro Literario de Autores en Cartagena-. Ejerce de tertuliano, en la cadena SER, dentro del programa Tertulia literaria. Pilar sólido de la cultura cartagenera
En el ámbito de la narrativa, ha publicado las novelas Ojos de Fuego (primera entrega del detective privado Sergio Gomes) y Apocalipsis 17,1 , y los libros de relatos Desencuentros, El sueño de Tántalo y Polos opuestos. Es autor también del volumen de artículos La linterna mágica, y del ensayo Tres heridas (Aproximación didáctica a la Antología poética de Miguel Hernández), así como del guión cinematográfico Mala reputación.
Sus relatos han aparecido publicados en diversos volúmenes colectivos y han sido galardonados con diferentes premios (Benejúzar, Barcarola, Lope García de Salazar, Alfonso Martínez MENA, Ciudad de Mula). En su blog www.gomesycia.blogspot.com desgrana la actualidad con artículos de opinión y guarda también un rincón para las críticas literarias.
Ha tenido la amabilidad de hacer un hueco en su apretada agenda de trabajo para responder a nuestras curiosidades... ¡Gracias!
Cuéntenos cuál fue la génesis de esta novela Acabo de matar a mi editor .
Imagínese una noche de escritura algo turbia, una de esas noches en las que no hay forma de hilar una idea con otra, en las que se escribe una línea y a los cinco minutos termina en la papelera o en el limbo cibernético. En uno de esos momentos me sorprendí contemplando mi cara en el cristal de la ventana, con una expresión desesperada, y pensé en escribir acerca de los vaivenes de la creación, de las dificultades a la hora de construir un texto literario, y así se gestó esta novela.
¿Nace la novela en solitario o formaba parte de otro proyecto más extenso?
La verdad es que era un proyecto doble, por un lado, los obstáculos que tiene que vencer Jaime Loynaz, el protagonista, cuando quiere escribir, y por otro la novela que el propio Jaime está escribiendo. Los capítulos impares correspondían al proceso creador y los pares al proceso creado, lo que dio como resultado una novela muy extensa, hasta que Amalia, mi mujer y primera lectora, me hizo ver que ambas tenían cierta independencia, y entonces las desgajé, por un lado ésta, y por otro la creación de Jaime, que pasó a titularse Apocalipsis 17,1 , y que curiosamente se publicó antes que ésta.
Observo mucha inquina por su parte hacia los editores. ¿La crítica es velada hacia el mundo editorial o es directa? ¿La crítica es ficticia o real?
No creo que la crítica sea velada precisamente, en la novela aparece un editor que es un auténtico carroñero, a quien lo que menos le importa es la literatura, era un poco como aquellas caricaturas de alguien que en lugar de ojos portaba el símbolo del dólar. Y en cuanto a la ficción o la realidad, por desgracia está más cerca de ésta última, hasta ahora he trabajado con varios editores, y en el mejor de los casos, se han dedicado a imprimir y distribuir levemente la novela, de los peores casos mejor ni le cuento. Y creo que un editor no debe ser sólo impresor, si realmente cree en lo que publica, debe implicarse y cuidar un poquito más al autor, que es quien ha creado el producto que a él le permite comer.
El editor al que se refiere ¿es real o anónimo? ¿Se le puede poner cara?
Me pone usted en un brete, la verdad. Claudio Henares como tal no existe, pero tiene un correlato real, un editor que hubo en Cartagena (afortunadamente ya se retiró), que maltrataba las obras que publicaba y cuya capacidad para apreciar el arte literario era, cuando menos, dudosa. Algunos autores de la ciudad lo sufrieron, y cuando pensé en un referente para mi editor ficticio, no tuve que buscar mucho, su cara, y sus actitudes, saltaron inmediatamente al papel.
¿Cuanto hay de usted en el protagonista, Jaime Loynaz? ¿Cuanto hay de Jaime Loynaz en usted?
En todos los personajes literarios hay un gran componente que pertenece al autor, porque se crean gracias a todo lo que vamos observando, vampirizando y guardando en la memoria. Otra cosa es qué porcentaje de uno mismo se proyecte en las criaturas literarias, que a fin de cuentas son sólo eso, criaturas de ficción. Jaime tiene de mí la pasión por la literatura, y el vicio de observar, de mirar la realidad con otros ojos, yendo siempre un poco más allá (algo que por otra parte hacemos todos los escritores). Y en cuanto al proceso inverso, espero que no me haya contagiado ninguna de sus tremendas obsesiones, más que nada porque le tengo mucho aprecio tanto a mi vida como a mi familia.
Jaime pasa por la historia de puteo en puteo... y para colmo usted lo convierte en alguien que tiene hasta visiones. ¿Cómo se le ocurre contar con esos visitantes noctámbulos?
Todo tiene que ver con aquella noche espesa, cuando trataba de conjurar el miedo a no poder escribir, o esa agria sensación de fracaso, y después de varias horas ya sólo me quedaba pedir ayuda al lucero del alba, o a los miembros más insignes del olimpo narrativo, y la verdad es que el amanecer no me echó una mano, pero estos personajes que visitan a Jaime acudieron sin dudarlo a la llamada, y les estoy muy agradecido, porque fueron ellos quienes salvaron la novela.
Háblenos de la técnica narrativa de Jaime Loynaz.
Jaime es un entomólogo de las emociones humanas. Me explico, es un observador obsesivo de todo lo que le rodea, un “coleccionista de almas”, como a veces se denomina a sí mismo, tiene la firme convicción de que para escribir primero hay que leer, leérselo todo si es posible, y luego mirar, contemplar todo lo que le rodea, porque en ese mundo estará, más o menos escondido, lo que necesita para su creación literaria. Para él los seres humanos son pequeños insectos a los que analizar antes de clavarlos con el alfiler estilístico en la obra que trata de escribir. La técnica es parecida a la de cualquier escritor, sólo que Jaime quiere beber más de la experiencia que de la imaginación.
Laura, la mujer de Jaime, es a su vez una... como diría, una gran manipuladora ¿cuanto hay de usted en ella?
Francamente, espero que no mucho, más allá de que sea una creación mía. Necesitaba un personaje que encarnase todo lo contrario a lo que mueve a Jaime, es decir, un ser únicamente práctico, que no tuviera ninguna consideración hacia la literatura, sino que casi la despreciara por ser algo inútil, una antagonista de altura para hacer aún más difícil la evolución del propio Jaime. A veces la veía como un personaje algo plano, pero tiene usted razón, es una auténtica manipuladora que no dudará a la hora de poner a Jaime en la picota, en la tesitura de elegir entre el mundo que ella representa y la libertad que le ofrece la creación literaria. Siempre hay gente despreciable que intenta arruinar los sueños de los demás, lo bueno de la literatura es que se les puede derrotar con algo más de facilidad.
En estos tiempos en los que "el papel de fumar" se está acabando en los estancos, ¿le ha acusado alguien de feminista? Lo digo por el comportamiento de Laura hacia Jaime. Si hubiese sido al revés me imagino que lo habrían acusado de machista.
Pues la verdad es que no, y no lo había pensado hasta ahora. Lo que la novela sí ha provocado, sobre todo entre algunas lectoras, ha sido la incomprensión acerca de algunos comportamientos de Jaime, sobre todo con respecto a los dos hijos, algo lógico, por otra parte. Pero respecto a la conducta que ella tiene hacia él, nadie se ha quejado, y en cuanto a la posible reacción si los papeles estuvieran cambiados, pues no sé qué decirle, tal vez se hubieran levantado algunas voces, pero es inevitable. De todas formas, yo procuro no hacer distinciones sexuales entre la gente, sino distinciones personales, porque el talento no entiende de géneros, y por desgracia la estupidez tampoco.
¿Por qué whisky Glenrothes?
Volvemos a las noches literarias, y no me refiero ahora sólo a aquella primera noche. Esta novela se escribió casi íntegramente de madrugada, y Jaime necesitó de cierta compañía etílica, al igual que el inspector Marquina, uno de los personajes de la novela que él escribía. Así que no me quedó más remedio que sumarme a la ‘fiesta', y aquella botella de Glenrothes, que ahora no recuerdo quién me había regalado, era lo más indicado, sobre todo porque era un whisky que se dejaba beber solo, y yo no quería perder tiempo levantándome de la mesa a buscar hielo o un refresco para combinarlo. Lo siento si le he roto la posible magia.
¿Cuales son sus autores y géneros favoritos?
Esta pregunta siempre la agradezco y al mismo tiempo la temo, porque no es fácil seleccionar. Como autor de relatos, y procuro no olvidar nunca que me estrené en la literatura escribiendo cuentos, le debo mucho a Julio Cortázar y a Poe, incluso a Borges, aunque en menor medida; en cuanto a la novela, yo jamás habría escrito de no ser por García Márquez, que me cautivó con Cien años de soledad , y luego me descubro ante Muñoz Molina o Luis Landero, por ejemplo, o la propia Almudena Grandes, pero ya digo que seré injusto y me dejaré nombres. En cambio respecto al género no tengo dudas ni reparos en confesarme amante de la novela negra, Chandler me resultó imprescindible, al igual que Vázquez Montalbán, y ahora reconozco mi pasión por dos autores muy diferentes del género: Andrea Camilleri y Claudio Cerdán, ya ve, uno está más que de vuelta y el otro está empezando ahora su camino.
¿Que está leyendo ahora mismo?
Pues una novela de Luis Manuel Ruiz titulada El hombre sin rostro , que cuenta las misteriosas muertes, en el Madrid de 1908, de varios prohombres que son asesinados por un extraño personaje capaz de mudar su rostro a voluntad, y que al parecer tiene mucho que ver con ciertas actividades científicas realizadas en el más absoluto secreto. Es de un autor sevillano al que no conocía y que despliega una prosa muy bien trabajada, amén de la intriga, por la que ya me tenía ganado de antemano.
Como lector ¿libro de papel o electrónico?
No quisiera tener que elegir, sobre todo cuando llevo cuarenta años leyendo en papel, y eso es mucho tiempo de fidelidad. No renuncio a la tecnología, sería un estúpido si lo hiciera, pero de momento casi todo lo sigo leyendo en papel, bien es verdad que porque no tengo libro electrónico, pero reconozco que es tremendamente útil sobre todo a la hora de almacenar o transportar lecturas, además de que cada vez se está publicando más en ese formato. Lo ideal es compartir ambos medios, aunque mi vena sentimental no me permita concebir la lectura sin el tacto o el olor del papel.
¿Qué le resulta más duro: ser escritor o ser crítico literario?
Duro es trabajar de sol a sol en el campo, o subido a un andamio, o conduciendo un camión días enteros. Deberíamos aprender a desterrar el adjetivo “duro” cuando hablemos de literatura, porque todos los que realizamos alguna función relacionada con ella lo hacemos por placer, ya sea estético o crítico, y ahí no hay dureza que valga, sino distintos grados de dificultad o satisfacción. Pero respondiendo a la pregunta, la escritura me concede la libertad absoluta para crear, destruir, modificar, hacer trampas…, y la crítica literaria parece que debe estar sujeta a ciertos cánones, aunque no podemos olvidar que quienes la ejercemos somos seres humanos, y por lo tanto imperfectos y subjetivos. No entiendo la crítica destructiva porque sí, toda obra, por muy mala que parezca, tendrá tras ella algo positivo, aunque sólo sea el trabajo de su autor, por eso hay que respetarla siempre, y a veces hay algunos críticos (los ‘grandes') que lo olvidan y pretenden elevarse por encima del bien y del mal.
¿Qué manías tiene a la hora de escribir?
Antes tenía unas cuantas, trabajar sólo de noche, en unos cuadernos concretos, con una determinada música…, pero con el tiempo se han ido reduciendo, eso sí, hay dos costumbres que no he perdido, y creo que ya no las perderé, escribir con pluma y en papel. Con todo, soy de los que piensa que cada obra exige y marca sus propias condiciones, Acabo de matar a mi editor, por ejemplo, se escribió de noche, pero la siguiente en cambio se creó a pleno día, casi a pleno sol, porque avanzó mucho durante un verano, los cuentos pueden surgir en cualquier momento, en cualquier parte. Llega un momento en que la única manía válida es la de prestarle oídos a una buena idea cuando se apodera de la mente.
Sus próximos proyectos ¿son?
Mucho me pide usted, pero tal vez haya que romper otra manía, la de no hablar de los proyectos para que no se malogren. Aun así, trataré de contestar sin descubrirme mucho, imagine una ciudad mediterránea que, durante su semana grande del año, ve cómo aparece un cadáver por día en mitad de los actos más importantes y concurridos… Pues eso es lo que ocurrirá en Cartagena durante la próxima primavera. Me perdonará que no le dé más detalles.
Confiésenos alguna curiosidad literaria personal, que no haya contado hasta ahora.
Es usted insaciable con las primicias. Pero bueno, allá va: he tenido ya un par de veces la necesidad de tomar notas y empezar a construir el borrador de sendas novelas juveniles, armando en mi cabeza argumentos que me parecían no sólo adecuados, sino muy válidos, pero por desgracia se me han derrumbado como castillos de naipes a la hora de avanzar y redactarlas. Desde hace años, mi hijo Antonio me preguntaba que cuándo iba a escribir algo para la gente de su edad…, ahora ya está casi en los dieciocho y ha crecido sin que haya podido complacerle, pero bueno, a fin de cuentas, ha sido él quien ha terminado por adaptar su edad a mis novelas.